SECUNDARIA 88
En tercero de secundaria, la vida fue como un sueño: estoy en el Salón “F”. Hay estudiantes desmadrosos, tranquilos, estudiosos: diferentes como la vida y me la paso de maravilla con Leonardo, Dattoli, las hermanas Piña, Dominga, Ruvalcaba, Escárcega, el Piolín, Lobato, Márquez, Harrison, Ayuso, Acosta, Piña, Dalinda, Coronado, Mora el Huevoduro, el Chamoy Islas, Tecpanecatl, Nolasco, Téllez, Federico, Manuela, Irma Pompa, Rosa, Jacqueline, Lastiri, Cubas, Blanco, Trinidad, Escamilla, el Tibiri, Soledad, el Caballo Portillo, Sandra, la Rojo. Quisiera estar en esos ríos impetuosos de risas, cantos y lágrimas porque los extraño un montón. Cierto: los ríos pueden desbordarse y los de la memoria son los más inclementes.
Quisiera jugar frontón con el Chorejas Palomares, cuyas manos daban el toque exacto a las pelotas; saludar a Alanís, especialista en resorterazos; Márquez, siempre dispuesto a dar un buen consejo; Islas, el Chamoy, el más chingón fullback que he conocido y diestro para los madrazos; Harrison, bueno para las lecciones del corazón; las cuasi gemelas Piña, que antes de contestar se miraban, se ponían de acuerdo con sus ojos y decían, “sí” o “no”; Cubas, consciente de dónde estaba parado, por ello estudiaba sin fin, al igual que Lobato, Dattoli y Dalinda; Blanco, alto, de más de 1.90 metros, mi sonriente carnalito, al igual que el Piolín, tantos más.
Ellos eran claros y directos y no andaban con esas pendejadas de “querer estar en otro lado”. Me veían vestido de la misma forma y me decían: “pinche Mostazo, ya ni chingas, cambia de suéter, siempre usas el mismo de color mostaza”. Me les ponía al brinco y paraban su carro. Nos volvimos amigos porque los jóvenes saben herir y cuando quieren saben querer: Mostazo fue sinónimo de amistad entrañable.
Con ellos me empecé a juntar y genial. Recuerdo cuando vimos llegar a Escárcega en un carro creo que Opel. Fue la locura. No podíamos creerlo, pero nos íbamos por algunas calles de la colonia Jardín Balbuena, y sentíamos vibrar la música disco dentro de su auto. Maravilloso.
Con algunos amigos nos largamos varias veces a Valle de Bravo y hacíamos fogatas en Avándaro, que hoy iluminan estos recuerdos. En uno de esos viajes, anduvimos del tingo al tango y un lanchero nos regresó al lugar correcto, a cambio de latas de comida. El Caballo Portillo no quiso dejar su guitarra. Por la noche interpretó canciones de los “Hermanos Carrión”. Mi amigo soñaba con la Rojo, de quien estaba enamorado. Chico y toda la cosa y ya con ese peso encima.
Ahorita que estoy recordando, me pongo a cantar esa rola, ja, ja, ja, ja, casi perdida por el pinche tiempo que todo se lo lleva, y nos va dejando retazos, que se perderán en esos agujeros negros que vamos formando:
De las lágrimas de cristal
que derramaste al partir,
un sueño voy a construir
para soñarlo en mi soledad.
Porque una igual, un hombre en su vida
nunca pudo imaginar.
Los diamantes que tu lloraste
yo los guarde.”
Ahí estamos haciendo los coros, riéndonos, mientras el amigo iba adentrándose en esas facciones y en la voz de la amada, que es la llama del amor y que, como por arte de magia aparece en alguna melodía, que le va dando forma.
Fuimos de aventón a Mazatlán, donde estuvimos de pránganas. De ahí, nos lanzamos a Cabo San Lucas, y trabajamos en una empacadora. Los fines de semana íbamos al “Ok Maguey”. Regresamos de ride, con unas galletas marías
Hubo sus viajes a Acapulco, donde nos “hospedábamos” en el “CamaArena”. En uno de esos, fuimos a casa de un tío materno, que era el gerente del yate Fiesta, y nos recibió con gran regocijo. Pasamos unas vacaciones estupendas. Más Leonardo, mi gran cuate, quien se “ligó” a una de mis primas: muy guapa, pero era mi prima. Eso de “a la prima se le arrima” son chingaderas.
Con el Tibiri estuvimos a punto de lanzarnos de “mojados” al gabacho; era la moda y nos imaginábamos estar con mi primo Dylon en San Francisco, lavando platos, barriendo restaurantes, era lo de menos, total ganaríamos billetes verdes y esos abren cualquier puerta, de este o del otro lado, no se andan con chingaderas. Lo más que llegamos fue a Monterrey y todo quedó en proyecto, y, sí se hubiera concretado, otra historia estaría contando, o me valdría pura madre eso de escribir historias para otros pendejos que ni conoces.
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“Mejor más adelante”, dijimos, y seguimos en la misma historia.
Mis amigos del “F” eran los que, en las clases de Inglés, de repente, sin ton ni son, cantábamos, esta adaptación del “Bomboro Quiña Quiña”, de la gloriosa Sonora Santanera, y que nos perdone:
Góngora quiña quiña,
la Góngora,
Góngora quiña quiña,
el bomboro
Góngora quiña quiña,
quiña, quiña,
quiña, quiña,
la Góngora.
La maestra Góngora gritaba que nos calláramos y seguíamos hasta el cansancio y, de tajo, enmudecíamos cuando llegaba el prefecto. Quietos en primera. La maestra, fastidiada, seguía la clase.
Son mis amigos del “F”, nuestro acorazado. Los mismos que en las clases de música cantábamos desaforados, cuando el maestro fa sol la si nos gritaba que no era así, y nosotros entonábamos cualquier canción, arreglándola con falsetes, con graves, agudos y sobreagudos, como tenores, barítonos y esas cosas que eran aullidos destemplados, porque le gritamos a la vida, con esos ecos que aún retumban en mi mente, inmensos como este recuerdo, que entreveo unos instantes, pero que bastan y sobran para decirles a esos amigos y amigas que fueron de poca madre, como las olas del mar en pleno plenilunio.
El Mostazo no está solo, está con sus cuates de toda la vida. Es el Mostazo porque está aquí, con sus carnales de la Secundaria No. 88 “Dr. Nabor Carrillo Flores”, turno vespertino. Allá, en la Mixhuca, es el Tote, otra historia, otra circunstancia.
Éramos los mismos que jugábamos fútbol americano afuera de la escuela o parque, y golpeábamos durísimo a nuestros rivales. También recibíamos nuestra dotación de madrazos. Teníamos mucha rabia, con alguien había que desquitarse, sacarla de nuestra piel para que se quedara en cualquier calle o alcantarilla.
Éramos los mismos que apoyamos a Rivadeneyra cuando madreó a un policía porque se quería pasar de lanza. Los mismos que, en las revisiones de cabello, nos retiraban a algunos, bien gacho de la escuela, y volvíamos a entrar saltándonos la barda. No teníamos dinero para cortarnos el cabello a la brush, porque limpios sí éramos.
Éramos los mismos que jugábamos con Nolasco al fútbol, beisbol, basquetbol, voleibol, frontón, 100 metros… y siempre nos ganaba el superdotado de Nolasco que quien sabe de dónde sacaba tantas virtudes para los deportes.
Éramos los mismos que navegábamos a la deriva en los exámenes de Matemáticas, pero Tecpanecatl o Lobato iban en nuestro auxilio, con mini acordeones, que hoy intento repasar, pero no puedo ver por sus minúsculas letras, ja, ja, ja, ja: gracias por el paro, amigos.
Éramos del “F”, claros y frescos como agua de lluvia. Jalábamos la cuerda de los días, y gozosamente se dejaba enrollar.
La fui sobrellevando. Eso es fundamental en la vida.
Pero… no me ubicaba. A mi entender, estaba mal parado en la vida. Con todo y que me la pasaba de maravilla con mis amigos del “F”, al llegar a mi cuarto de la vecindad tenía esa sensación de sentirme poca cosa. Me partía el alma ir al Monte de Piedad con mi hermana Teresita. Llevar los anillos del abuelo Magdaleno, tomados de su pequeño alhajero, sin que se diera cuenta, se siente de la chingada, más cuando sabes que es un círculo del que es difícil salir.
Ver a las personas formadas, cargando con sus televisiones, sus escasas joyas, sus sonrisas complicadas por lo que les darán y, sobre todo, lo difícil que será pagar los refrendos. Con el “Jesús en la boca”, quien no nos hace el paro con un poco de lana, nos acerca un cafecito de olla con unos bolillos con su cremita, con un poco de azúcar espolvoreada. De perdis, unas tortillitas con sal y sus frijoles refritos untados. Divino maná para los jodidos.
Estás chavo, pero ya dimensionas el contexto en que te desenvuelves.
Un día, un asaltante, con cuchillo en mano, se subió al autobús donde iba con mi hermana Teresita. La abracé y escondimos a tiempo el dinero del empeño. Al ver al ladrón, lo vi igual de jodido que nosotros. Respiré tranquilo, ni caso nos hizo.
Sentirte poco cosa es abrir las manos y dejar que te lleve el viento.
Sentirte poca cosa es deshacer caminos con el vuelo de las mariposas.
Sentirte poca cosa es saber que en el cielo hay olvidados talismanes, pájaros que nunca habrán de llegar a tu puerta.
Hay veces que te ves en el espejo y ni ganas tienes de peinarte.
…
…
“Carnal, vamos a reír, bailar, salirnos de este negro ensueño, ese dolor de cabeza que te hace llorar por dentro; recorrer los caminos, abrir la puerta para gritar, gritar, aunque nadie te escuche, pero sabes que la vida es un sueño”, escucho, y son el Chamoy, Escárcega, Blanco, Ruvalcaba, el Piolín, Dominga, Lobato, Leonardo, Dalinda… mis amigas y amigos de la secundaria, y estoy rodeándome con sus risas, y nos abrazamos y corremos, y nos vamos corriendo por ahí, por ahí, donde la vida es un sueño.
Me estoy despidiendo.
Has leído en Café Naranjo, “Secundaria 88”, de Jorge Manriquez Centeno. Gracias por visitarnos, no olvides compartirnos en las redes sociales.

Jorge Manriquez Centeno es reseñista y está en proceso de publicar su obra poética y narrativa. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
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