épicas del sur

El pato, Jorge Manriquez Centeno en Café Naranjo, Epicas del Sur, Naranjo Press, literatura, literatura cubana e hispanoamericana

El pato, Jorge Manriquez Centeno

En nuestro Blog de Café Naranjo publicamos «El pato» del libro «En la colonia «, de Jorge Manriquez Centeno, esperamos su disfrute y comentarios.

1


El Pato era un chavo de armas tomar. Tiro por viaje estaba en el ojo del huracán, buscando y encontrando bronca por doquier. El cuadrilátero del Pato era la calle, le encantaba pelearse a puño limpio y con sangre manchando las camisas, el asfalto.

La escuela primaria “República Popular de China”, de la Colonia Magdalena Mixhuca, era un bonito mosaico de aventuras para el Tote que, por ser cuate del Pato, nadie se la hacía de tos. Pero todo tiene un precio en la vida: el Tote tenía que “darle” algunas estampas, “gansitos” y, sobre todo, hacer sus tareas. Bueno, no todas, porque el Pato era bien trucha para las Matemáticas. Nadie le podía ganar en los ejercicios de multiplicaciones, sumas y restas.

Cuando el maestro Tomás ponía aquellos ejercicios en el pizarrón, y hacía “competencias”, no había quien pudiera ganarle. Nada más se paraba enfrente del pizarrón y, al instante, ponía la cifra requerida, la que correspondía a una resta, una multiplicación. En el “campeonato” de Matemáticas, que organizaron los maestros Tomas y Olga, pues qué les cuento: a todos les ganó y era digno de ver al Pato ponerse enfrente del pizarrón, al lado de tres contendientes y, de volada, poner los números de aquellas multiplicaciones, restas, casi al instante en que le daban el gis.

Todos le aplaudían. También ganó el concurso de los “cálculos” mentales de las multiplicaciones, sumas y restas, que se hacían entremezclando esas operaciones. Mientras el Tote y muchos de sus amigos pasaban al enfrente y no les alcanzaban los dedos para tantas sumas y multiplicaciones, el Pato metía las manos a sus bolsillos repletos de canicas y, al momento, decía un número, acertando en aquellos complicadísimos ejercicios “mentales”, que tanto dolor de cabeza le generaban al Tote, de enorme cabeza, pero de pocas neuronas, al menos para las Matemáticas.

Tal vez esa como cabeza alargada, cuya sombra asemejaba un pato, le permitía zambullirse entre tantos números y alcanzar la superficie sin ningún problema.

A la salida de la escuela, jugaban un rato canicas que iba metiendo a sus bolsillos, dado que a todos les ganaba en el “chiras pelas”, y era rebueno para tirar de a “huesito”, siempre acertándoles a las canijas canicas, mientras el Tote fallaba en el intento.

Después, se iban a jugar al “kiosko”, donde pasaban horas, y lo más raro de todo, es que las facciones de su amigo, su voz, únicamente le retornan al Tote, cuando se imagina verlo a su lado, o enfrente del círculo de canicas, gritando, haciéndolas rodar con su algarabía, o cuando estaban en medio del patio de la primaria, y otros momentos, donde el Pato se convierte en el inigualable “Pato Donald”, dado que habla y camina graciosamente en clases, y el maestro Tomás se enoja y les empieza a dar consejos sobre la seriedad que deben tener en los estudios, pero al rato sonríe. Todos se ríen harto cuando lo ven y escuchan hablar como el “Pato Donald”

Te puede interesar: Magui, de Jorge Manriquez Centeno

Las risas prosiguen en el “kiosko”, sobre todo cuando le dice al Tote: “Pinche güey, te volví a chingar”. Llega la Yayo y el Tote se despide de su amiguito. El Pato se va caminando a la “Marranera”, pero todos saben que al Pato no le gusta estar en su casa. Dice que si tuviera alas se iría hasta el cielo para alejarse de su casa, de su padre, que le pega hasta rabiar. El Pato dice que su padre tiene como rabia de perro, por eso no puede defenderse de él.

Al Pato le gustan mucho las canicas. Como al Tote le encantan las canicas, pasan mucho rato haciendo esos bonitos círculos, que van envolviendo las vidas de esos chamacos. Pero el Pato sigue en ese círculo de canicas. Va rodando de un lado al otro, ya que siempre anda caminando con las manos en sus bolsillos repletos de canicas. 

Como se dijo, lo más sorprendente era su habilidad para los madrazos. Era su otro circulo. Este lo formaban a la vuelta de la escuela para hacerle cancha a los peleadores. Uno contra uno. Nadie se metía. Cuando alguien decía “ya estuvo”, pues “ya estuvo”. “Cámara”. “Pues, cámara güey”. Y ahí quedaba zanjado el problema.

Todos reconocían su forma de pelear, brava, a la chilanga de jalarte de los cabellos, no soltarte, rodillazos, jaloneos, y luego el cabezazo seco como mazo.

         Lo mejor es jugar con el: “Tote vamos a jugar `tacón´”, “sale güey”, le contesta. Estan un rato por el “kiosko”, terminan de jugar; como siempre gana, no importa, y se van caminando hasta la avenida Troncoso. Sólo es un rato, dado que en un momento la Yayo regresara del mercado.

        De repente, el Pato saca una canica de su bolsillo, una que parece una “bombocha” por su tamaño. Toma su resortera de su bolsillo trasero. Es una enorme resortera. Acomoda la canica. El Tote no puede verlo desde donde está observando ahora la escena. El Pato mira hacia el cielo. Apunta. Dispara. Cae una golondrina. Esta ensangrentada. La levanta y, en vilo, la tira en un caño destapado.

         El Tote sabe que es una golondrina dado que su abuela Dolores le había dicho: “Una golondrina no hace verano”. No sabía el significado. Ahora lo sabe. Dado que de ese caño salieron muchas golondrinas.

        En ese momento, el Tote enmudece. No dice nada.

        Al Tote no le gusta ver sangre. Cuando era más pequeño, quería ser doctor, pero cuando vio caer una enorme piedra y la quiso atrapar en el vuelo, el peso de la piedra llevó su mano hasta el pavimento, entrechocando sus dedos, con la consiguiente fractura de un dedo y herida profunda de su dedo pulgar, que sangró como un río hasta que fue lavado y costurado por una enfermera. Todo sin anestesia.

        Desde ese día, el Tote se dijo a sí mismo, que es cuando más cuenta, que no sería doctor, mejor otra cosa. También le quedó claro que hay piedras que hay que dejar caer para que se hundan por su propio peso, como las circunstancias que siguen su cauce, para bien o para mal, depende donde estés parado (o malparado).

        Para borrar la escena de su mente, el Tote prefiere alejarla y pensar en otros momentos. Ambos quieren ir por un helado. Van caminando por el “Eje 3 Sur”. El Tote abraza con su mano derecha hasta alcanzar el hombro a su amigo. El Pato abraza con su mano izquierda hasta alcanzar el hombro del Tote.

        Van sonriendo. Llegan a la avenida Troncoso y se lanzan hasta la “Puerta 5” de la deportiva: corren y chiflan, y con esa ligereza se van alejando de esas calles. Ahora los chiflidos regresan esas escenas.

2

Días después, el Pato dejó de ir a la escuela o cuando iba lo veíamos todo apendejado.

El problema fue el “activo”, el “chemo”. Caray, ganas de llorar ahora al verlo de nuevo ya sin ganas de jugar canicas, con las manos en sus bolsillos vacíos, dado que las canicas seguramente las dejó por cualquier esquina, y no puede regresar por ellas.

Está de la chingada observarlo otra vez con su bolsa de cemento, su nariz ensangrentada, sus manos, su camisa, y es cuando las imágenes se hacen cada vez más difusas, y los recuerdos se agolpan.

Prefiero estar a su lado, como cuando movía sus manos dentro de sus bolsillos y las canicas entrechocaban porque eran un chingo, y son agüitas, bombochas, de muchos colores hasta llegar a ser transparentes, por eso lo puedo ver tal y como es mi cuate y está sonriendo y, de nuevo, me dice: “Tote, amigo, eres a toda madre”; y estamos en el “kiosko” de nuestro barrio, la Magdalena Mixhuca, y me le escapo a la Yayo, y los años se me están perdiendo, se están yendo en ese caño, que aún está abierto, esperando, sólo esperando que vuelen las golondrinas… La imaginación me regresa a ese caño donde vuelan golondrinas pero la realidad las apedrea.

        “Las golondrinas se han marchado, carnal, tal vez porque me dejaste solo”, escucho la voz del Pato, y los recuerdos siguen fluyendo…


Te puede interesar: A media noche, Nelson Pérez Espinosa

Jorge Manriquez Centeno

Jorge Manriquez Centeno es reseñista y está preparando la publicación de su obra poética y narrativa. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), así como de otros estudios de posgrado.


Publicado

en

Autor:

Etiquetas:

Comentarios

3 respuestas a «El pato, Jorge Manriquez Centeno»

  1. Avatar de Jorge Miguel Cocom Pech
    Jorge Miguel Cocom Pech

    Hermosos los relatos contados con coloquial sencillez, como lo hacen los grandes narradores.

    Felicidades, querido Jorge.

    Abrazos desde una Alcaldía de la Ciudad de México.

    1. Avatar de Jorge Manriquez Centeno
      Jorge Manriquez Centeno

      Muchas gracias amigo. Un fuerte abrazo espero verte cuando vaya por allá a la cdmx

  2. […] Te puede interesar: El pato, Jorge Manriquez Centeno […]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

  • Campeonato Mundial de Escritura Creativa Eduardo Kovalivker 2024

    Campeonato Mundial de Escritura Creativa Eduardo Kovalivker 2024

    La Habana, Cuba. Por primera vez en la historia de la literatura cubana a partir de este próximo 20 de octubre, Día de la Cultura Nacional, se efectuará el Primer Campeonato Mundial de Escritura Creativa Eduardo Kovalivker 2024 desde La Habana, con el objetivo de estimular la escritura de ficción con un campeonato que llegue…


  • Un beso puede convertir hojas en blanco de Roswel Borges

    Un beso puede convertir hojas en blanco de Roswel Borges

    En esta ocasión traemos a Café Naranjo tres poemas del poeta villaclareño, Roswel Borges Castellanos. Un beso puede convertir hojas en blanco según la palabra, brotar en la escasez; disparar, a puerta vacía,                   un país                       en el exilio. Ríe la forma que deforma la forma… Ríe un niño, y el viento, sorprende la…