En la cabina, Asel María Aguilar Sánchez, es un fragmento de su novela «La más jugosa de todas las palabras» que publicamos hoy en El Café Naranjo Literario, nuestro deseo de siempre: que tengan una grata estancia en el Blog. No olviden compartir.
En la cabina. (Fragmento de novela la más jugosa de las palabras)
—En Cuba los animales sí que tienen derecho a viajar. Cuando la crisis de los noventa, en el tren de Manzanillo a La Habana viajaban pollos, puercos y chivos.
—Yo fui en tren desde Santiago hasta La Habana y no vi ninguna gallina.
—Eso fue hace años, Rolo, había que atravesar todo un zoológico para llegar a los servicios, quienes no podía aguantarse hacían las necesidades por la ventana.
—Rolico, debe ser excitante tener sexo en el tren —dijo Rosa, que no se perdía una palabra de la conversación.
—Mejor en un avión, Rosita, los trenes cubanos son apestosos y no se prestan para romancear.
Otra turbulencia nos hizo callar; nuestras cabezas se movían como gallinas picoteando maíz.
—Rolico, tal vez puedas aclararme un sueño repetitivo que tengo desde cría: con los ojos vendados, yo perseguía a mis primos por la casona de Cádiz. De pronto, todo quedaba en silencio. Una mano me llevaba hasta al aire libre, me quitaba la venda de los ojos una anciana delgada, de piel muy negra. Yo me despertaba antes de poder hablar con ella.
—En Cuba le llamamos a ese juego “Gallinita ciega”.
-—Rolico, tú sí que tienes obsesión por las gallinas.
—Solamente por las blancas y pechugonas. —Y le miró el tetamen con descaro.
—Rosa, ¿qué vas a hacer en La Habana?, aparte de degustar mulatos.
—Soy periodista y también escribo biografías por encargo. Voy a Cuba a buscar una historia, quiero impresionar a mi jefe con el mejor reportaje de mi vida.
—Pues yo quería escribir historias y hasta me compré una laptop de segunda mano, pero no he tecleado ni una letra. Rosa, ¿es cierto que uno escribe para poder olvidar?
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—Más bien se escribe para que la historia nunca se acabe.
—Pues yo lo que necesito es borrar.
En ese momento no quería parecerme a Michel Obama, a la Allende o a la tal Elaine Vilar; ni siquiera a Yovana, me conformaba con parecerme a mí misma.
—¿Es verdad lo que dice Internet de que los babalaos o brujos cubanos no practican el sexo oral?
—Sigue creyendo en Internet! La gente le hace más caso a esa tontería que a los maestros y a los sacerdotes.
—Rolico, si lo que dicen es cierto, ¡pues no tienes futuro conmigo!
Un hombre pasó por el pasillo y se detuvo frente a nuestros asientos. Era el mismo que me había dirigido la palabra al inicio del vuelo. Se dirigió al compartimiento donde las aeromozas guardan las provisiones y regresó con unos cuantos botellines de vino.
—¡A beber, que va por mí! Estrella de televisión, ya te dije que tu cara me parece conocida. ¿Por casualidad fuiste modelo mía?
El hombre se sentó en el espacio libre frente a nuestros asientos, en el suelo, como si estuviera en una esquina del barrio de Lawton. Descubrí que lo que me desconcertó de su cara, desde el primer momento, había sido su ojo de cristal.
El vino le soltó la lengua a Rolo, que retomó la discusión sobre sexo oral:
—La mujer tiene que lavarse primero, sino juega con agua pues no hay bajada al pozo, ¿no te parece, Cíclope?
—Totalmente de acuerdo, el bacalao hay que desalarlo antes de comérselo.
Cíclope miró las piernas de una aeromoza que se alejaba por el pasillo y le hizo un guiño a Rolo con su único ojo. Fue a por más vino al compartimiento de las aeromozas.
—En Santiago de Cuba se dio un caso de uno que le arrancó de una mordida las partes íntimas a su mujer. El Comebollo, como bautizaron al tipo, cumplió una condena corta, la defensa consiguió el increíble atenuante de que lo hizo en defensa propia.
—El Comebollo sigue soltero, Rosica, si quieres te lo puedo presentar.
—Gracias, Rolico, pero a mí las mordidas me gustan solamente en las orejas.
—Hay fanáticos a las mordidas, Rosica. A mi tía Ana le sacaron los dientes por un mal de la encía, tenía que estar un tiempo desdentada pero su esposo le dio un ultimátum: la dentadura postiza o el divorcio.
—¡Quién quiere amanecer con una vieja con la boca de culo de gallina!
—No fue por eso, a él lo volvía loco que Ana se la mordiera hasta dejársela morada.
—¡Se ve de todo en este mundo!
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Asel María Aguilar Sánchez
Escritora miembro de Café Naranjo. Natural de Manzanillo, Granma, Cuba. Egresada en el 2007 del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso de la Habana. Sus libros Agua pequeña (2016) y Muchacha con frio (2019) fueron publicados por la Colección Sur, Cuba.
Geóloga de profesión, trabaja actualmente en el Instituto Federal Suizo de Tecnología, ETH Zurich.
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