épicas del sur

Luna del amor inolvidable, de Giraldo Aice. Novena entrega.

Publicamos en Café Naranjo, la novena entrega de “Luna del amor inolvidable”, de Giraldo Aice.

9

(Él)

Durante ese año la relación se va deteriorando, pero no me doy cuenta. Le respondo con ironías y sarcasmos a sus reclamos. Me siento un poco ofendido al tener que repetirle todo el tiempo que ella es mi único amor, que la Química no es su rival. Que no es mujer. Pero no me cree. Después me percato de lo rara que es la situación; tampoco van a creerme otras personas —especialmente las mujeres.

La Química me ama intelectualmente. Tal vez sea una mezcla de admiración y envidia, como dice el Pirincho. O el deseo de alcanzar la inmortalidad, como ella misma alega, por el hecho de ser el escudero del Don Quijote que soy; pero no me desea. No desea físicamente a nadie. Es incapaz de dar una caricia, de estremecerse al recibirla.

(La vieja de al lado)

Puede que sea verdad. Pero no hay quien se lo crea. Si fuera otro tipo de hombre, tal vez. Pero con la famita que tiene…

(Ella)

Dios es testigo del esfuerzo que hice. Aguanté un año entero. Un año, fíjese. Un año pensando la mitad del tiempo que el hombre que uno quiere está con otra. Un año. Se dice fácil; él no pudo aguantar ni siquiera un día. Y eso que lo que hice fue ponerme a bailar, lo que me vio fue bailando.

(Él)

Fue el primero de mayo. Hubo un desfile, como todos los años, que terminó en la plaza. Siempre llenan la plaza de termos de cerveza a granel y ponen música grabada. A veces hay

una orquesta. Me quedé cuidando al niño. Cuando noté que había pasado el tiempo normal para que ella estuviera en casa, puse la radio. Ya el desfile había terminado.

Esperé un par de horas. La menor de las tías se quedó con el niño. Salí a buscarla con el corazón apretado como un puño. La mayoría de la gente se había marchado de la plaza y solo quedaban algunos grupos bailando junto a las consolas. Ella estaba en uno de esos grupos. Bailaba con un joven que nunca más volví a ver. Esperé a que ella notara mi presencia. Luego seguí allí, con la esperanza que dejara de bailar y viniera hasta

donde yo estaba. Pero no lo hizo.

Siguió bailando. Mirándome y bailando. Era un desafío. Su gran rebelión. De pronto, toda mi vida había cambiado. Todo se estaba derrumbando a mi alrededor. Con la mente desquiciada volví sobre mis pasos. Recogí las pocas cosas personales que tenía y me largué. Supe que todo esto había pasado por miestancia en la casa de la Química, y en aquellos momentos no podía regresar allí. Me fui a vivir con un hermano que estaba alquilado cerca. Tenía la esperanza de que ella recapacitara y viniera a disculparse. Pero tampoco lo hizo.

(Ella)

Al final del desfile, mis compañeras me invitaron a quedarme. Mi mejor amiga del trabajo no se pierde una fiesta. Enseguida aparecieron hombres con pomos de cerveza y comenzamos a beber. La bebida me dio coraje. Nos pusimos a bailar.

Lo vi parado allí, mirándome. Le sostuve la mirada. Aquel muchacho me había sacado a bailar; no lo conocía.

Él tenía el rostro descompuesto. No por la furia, porque no me dio miedo; lo que sentí fue como una especie de repugnancia mezclada con lástima. Todo su orgullo de hombre, toda esa fuerza que siempre había tenido, en ese instante lo había perdido. Había perdido todo eso, y creo que lo que amaba en él era precisamente eso. Lo que había perdido.


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(Él)

Me puse a repasar todo lo que había pasado en los últimos tiempos. Recordé la tarde en la que el hijo de la vecina del frente le habló al oído y luego le dio un beso en el hombro.

Cuando ella regresó, yo estaba furioso. Me dijo que me dejara de bobadas, que si no me daba cuenta de que era un niño. Y también recordé la noche que ella estaba helada, distante, y fue imposible hacer el amor. Perdí el ímpetu y entonces ella me dijo que no fingiera. Recuerdo que la miré con furia. Estaba siendo sumamente injusta.

(Ella)

Me aconsejaron que le diera celos. Era lo que me habían estado diciendo desde el principio. Y eso fue lo que hice con el vecino de enfrente.

(Él)

Pasaron tres días con sus noches. Yo estaba loco, sufriendo como nunca había sufrido. La cuarta noche no pude aguantarme y volví como un ladrón a su casa. Era tarde. En mi mente me veía envuelto en una tierna reconciliación. Sabía cómo entrar a la casa sin tener que llamarla. Cuando llegué junto al mosquitero, vi que la tía menor estaba durmiendo con ella.

Sentí una pequeña decepción, pero aun así levanté el mosquitero y la sacudí suavemente por el hombro.

Me miró asustada. O asombrada, no sé. Estaba de lado y se viró para quedar frente a mí. Cuando me incliné para besarla le vi una marca en el nacimiento del seno izquierdo. Sentí como una puñalada en el corazón.

—¿Y esto?

—Me di con la esquina de la mesa —dijo.

(Ella)

Estaba loca. Sentía una ira tremenda contra él y me vengaba saliendo. Me parecía que había estado siete años en una prisión. Mis amigas estaban contentas; mi familia, ni hablar. Pero

tenía que embriagarme para poder estar con alguien. Ni una sola vez en esos días y los que siguieron pude tener un contacto normal, sobrio.

(Él)

La noche que le vi la marca sentí una punzada en el alma. Mi padre estaba en la casa de mi hermano cuando llegué. Salimos a conversar afuera. Le dije que todo había acabado, como si no lo creyera, y rompí a llorar. Desde entonces he ayudado a muchos hombres en circunstancias semejantes. Quien no haya amado jamás llegará a imaginarse, ni remotamente, el infierno que destroza por dentro al que ha sido abandonado.

Voy a estar un año enfermo, padeciendo una ansiedad sin fondo, sin otro deseo de vivir que el de no dejar sin amparo al niño. Sufriendo sin descanso al ver como la moral de ella pare-

ce caer en picada sin remedio alguno. Cada vez que voy a ver al niño —y a ella, para qué negarlo—, la veo con un sujeto diferente. Con jóvenes gozadores; nunca con un hombre de peso.

(Ella)

Tuve la ilusión de encontrar a otro que me hiciera sentir lo mismo. Cada nueva relación era una decepción más que se iba acumulando. Con los que más o menos funcionaba el sexo era con los promiscuos. Llegué a pensar que es cierto lo que la mayoría de las mujeres dicen: que todos los hombres son cortados con la misma tijera.

(Él)

Una tarde llegué y la encontré sentada en la sala. Se había decolorado un mechón de pelo, tal y como lo estaban haciendo las putas y las despistadas. Le di dinero para que se arreglara el pelo y se diera un tinte con su color natural, parejo. Se asombró de ese gesto.

—¿Te importa lo que piensen de mí? —me preguntó.

Que idiota. No sabía todavía que ninguna mujer me había

importado tanto, me sigue importando tanto.

(La Química)

Fue desastroso. Desastroso. Su salud física se derrumbó totalmente; desde entonces siempre está enfermo de algo. Y su salud mental era un desastre. Estaba completamente loco. Por

fuera no daba esa impresión, pero estaba loco.

(El hermano)

Para él, aquello era como estar en el infierno. Hubo un momento en el que quiso rehacer su vida y ser un hombre normal.

Nos pusimos a luchar juntos y levantamos un capitalito. Pero una vez que tuvo algún dinero perdió todo interés por los negocios y se puso a escribir. Le llevó un borrador a la Química y ella lo pasó en limpio y se lo envió a un catedrático amigo de

ella en Guayaquil.

Al mes siguiente —seis o siete meses después de la separación— le llegó una invitación para un evento internacional.

Para entonces él había gastado todo el dinero y andaba en andrajos; pero la Química le prestó el dinero, le compró ropa y zapatos, le sacó los pasajes y lo montó en el tren.

(Él)

No. Eran de Medellín y no les interesaba para nada mi teoría, pero habían quedado impresionados por la estructuración lógica de mi presentación. Me pidieron que trabajara para ellos, revisando una teoría extraña que estaban elaborando, a ver si podía darle el formato convincente que le había dado a mi trabajo. Fue una gran decepción, pero me dieron quinientos dólares por adelantado —y yo nunca había tenido tanto

dinero junto.

(Ella)

Le trajo un montón de regalos al niño. Estaba radiante como cuando lo conocí y se me aflojaron las piernas. Siempre me había dicho que algún día triunfaría. Y yo había llegado a dudar incluso de eso, de su capacidad y su inteligencia. Pero al ver que había conseguido abrirse camino, comencé a revisarlo todo. Con la misma convicción que hablaba de sus éxitos futuros me hablaba de su amor por mí, de su extraña relación con la Química. Y ahora me entraba la duda de si, a fin de cuentas, no había dicho la verdad en todo lo demás. Y ese día se había ido corriendo, porque lo habían contratado para hacer un proyecto. Me dijo dónde estaría trabajando, por si me hacía falta algo para mí o para el niño.

(Él)

Los colombianos me dieron un espaldarazo. La noticia de que estaba trabajando para una universidad extranjera corrió por la ciudad y mucha gente vino a verme. Algunos, simple-

mente para comprobar la veracidad del rumor; otros, para que les diera direcciones, a ver si los invitaban. Entre ellos, también llegó un negociante: me ayudaría a conseguir un contrato

de trabajo con su empresa, para que me fuera buscando una plata; en cambio, yo debía conectarlo.

Acepté. Eso no me costaría nada. Tengo una tremenda capacidad de trabajo. Querían un proyecto, para sacarle financiamiento al Estado. Lo tenían todo, solo había que organizarlo.

Aceptaron hacer la presentación en soporte digital. Y me dieron un laboratorio con cinco computadoras y varios analistas como ayudantes para llevar aquello adelante.

Cuando empecé a coordinar la multimedia, le tomamos fotos y vídeos a los representantes, el relacionista público y los cuadros de dirección involucrados. Comenzaron a venir personas de todos los departamentos y las dependencias para ver el proceso de realización.

Y me convertí, sin proponérmelo, en un protagonista muy solicitado.

Entre toda esa gente llegó la mujer que me devolverá definitivamente la autoestima. Es hermosa, inteligente y sensible.

Una de esas musas que Dios ha puesto en el mundo para velar por el talento y protegerlo. Se quedó como fascinada mirándome en el primer encuentro y en un aparte, a solas, me habló con dulzura —no recuerdo de qué. Solo recuerdo la dulzura.

(El ángel de amor)

En realidad, lo había conocido antes. Es posible que él no se haya fijado en mí. Fue en mi oficina. Una oficina amplia y alargada, con varios buros y algunos cuadros en las paredes.

Vino acompañado de un amigo común.

Me llamó poderosamente la atención su rostro impenetrable, su mirada inquisitiva. Tenía una estampa paradójica: de su ser emanaba una fuerza, una dureza y una frialdad contrastantes con ese halo de niño desamparado que nunca lo abandona.

Esa es la primera impresión.

(Él)

Aunque parezca místico, aquel año lo pasé expiando mi culpa, como en el purgatorio, y al iniciar el Proyecto voy a ser compensado con una temporada en el Edén. Desde mi encuentro con los profesorados, he venido haciéndome a la idea de consagrarme por entero al estudio, la investigación y el trabajo —en tanto todas las relaciones amorosas que he tenido en ese tiempo han sido frustrantes— y llevo mi cruz con resignación, pensando que estoy pagando lo que le hice a mi primera esposa, a la felatriz y a la mora.

Pero cuando aparece el Ángel de amor, con los ojos chispeantes y la sonrisa diáfana, creo que he pagado mis pecados.

Casi al mismo tiempo aparece otra mujer hermosa e inteligente, mirándome como supongo que alguien muy creyente debe mirar a Dios.

Y ella, esta muchacha, comienza a pelear con energía, incluso cuando se da cuenta de la deferencia que tengo por el Ángel de amor.

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En su desesperación, se entrega. Nos vamos una noche hacia las gradas de tubos de aquella escena que te conté, y se abalanza enloquecida sobre mi bragueta, desencadenando una felación ansiosa e inolvidable, como preludio a la que será mi primera noche de amor sexualmente significativa, después del calvario casi insoportable de vivir sin ella.

Has leído en Café Naranjo, la novena entrega de “Luna del amor inolvidable”, de Giraldo Aice. Te invitamos a esperar mas capítulos de esta apasionante novela, agradecemos compartas esta entrada en las redes sociales. Gracias por leernos.



Giraldo Aice, Luna de amor inolvidable

Giraldo Aice

(Manatí, Las Tunas, 1955) poeta, narrador e investigador independiente.
Ha obtenido una docena de premios en los géneros de poesía, cuento y teatro. Tiene 5 libros publicados. Tres de narrativa (agotados en su versión impresa), una antología de poesía y un libro teórico. Poemas y relatos suyos aparecen en antologías de Cuba, México y España.
Tiene varias novelas inéditas, un libro de ensayo (Los caminos que convergen en la ópera prima, una guía para la escritura de una primera novela, Premio Taller de la Crítica 2006) y tiene en terminación la versión definitiva de su trabajo teórico, tal vez la primera teoría general psicológica de Cuba, cuya aplicación clínica apareció publicada en 2012 (Terapia Cauzal, eae, Alemania)



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