En Café Naranjo publicamos «Disfraz», cuento de Grisel Echevarría del Valle.
Disfraz
Las bombillas fundidas le otorgaban un ambiente sobrecogedor al rincón de la taberna. Desde allí me mantenía pendiente a la conversación de aquel hombre que se esforzaba por articular sus tropelozas palabras. La voz, añejada en alcohol, poseía un sonido vetusto y perturbador como si en cada sílaba destilara la esencia de su vida. En la acompañante resaltaba la belleza artificiosa de una femme fatale caída en desgracia.
-Beebe conmigo y llooraaaa… -él le decía mientras se golpeaba el pecho- …mirapaquí…aaquí tienes… tienes mi hombroo… pá quee… paquelloresconganaaas.
Según los comentarios del barrio, el nuevo vecino capitalio había permutado una mansión campestre, perteneciente al difunto abuelo materno, construida entre la ribera de un río y un central azucarero. Ubicada en la zona oriental del país, la finca poseía una hectárea de tierra poblada de árboles frutales, establo y corral.
Aunque se trataba de un pequeño apartamento, la posición del hogar le permitía, con solo cruzar la avenida, sentarse en el muro del malecón a contemplar el mar (vano intento por mudarse hacia el confín del horizonte). Para compensar su pérdida había recibido una considerable suma de efectivo, despilfarrado en compras de alcohol y en pagar el costoso silencio de algunas mujeres.
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Los asiduos al bar lo observaban evocando el rostro pintoresco de un comediante del teatro bufo. Por fragmentos se oían murmullos, incomprensibles cuchicheos o estallaban las voces en exclamaciones y risas.
Ella bebió de un sorbo el trago doble de ron, entre sollozos depositó la cabeza sobre el hombro enjuto que él le ofrecía (recio puntal donde sostener los sentimientos más quebrados).
Como todo caballero, sin desaprovechar la más mínima oportunidad, introdujo sus dedos temblorosos y mugrientos entre la copiosa cabellera de aquella mujer por la que sentía una atracción confusa e irrefrenable. En su mano quedó enredada la peluca de tono rojo salvaje, dejando al descubierto la calvicie luminosa de un hombre.
La aparente dama se cubrió el rostro con temor de sufrir el impacto de la virilidad decepcionada. Él permaneció impacible y mientras esbozaba su sonrisa más sarcástica se desabotó la camisa con los ademanes sensuales de un striper.
Ante el asombro de los espectadores, mostró un par de pechos comprimidos por el corset.

Grisel Echevarria del Valle. Habana, 1964. Premio David de Poesía 2015. Además, soy Cantautora.
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