En Café Naranjo publicamos el cuento, «Líneas torcidas» de Yasmani Rodríguez Alfaro
Líneas torcidas
Allí estaban, como animalejos salvajes, dentro del marabú. Cundo pretendía que su hijo aprendiera el oficio. Lo miraba con impaciencia. Le encontraba en el rostro un gesto ajeno al barrio y a sus enseñanzas. Había esperado bastante para llevarlo a la “lucha”. Primero el asma, después la escuela. Era el momento preciso. La economía estaba peor que antes y obligatoria la ayuda para mantener la casa.
—Pon los pies en el carril. ¿Lo sientes? , antes que cuente diez pitará. 1, 2… Ya está cerca. Coge una piedra. No puede haber demora—ordenó al muchacho, que continuaba con aquel gesto en el rostro.
—Sí, papá— respondió con cansancio, casi en un suspiro.
—Sí, papá, no. Escucha bien. Si te demoras, te agarra el oficial que custodia la carga. Aprende de tu padre. Por eso me respetan. Pintando cuadritos no te van a respetar. En un barrio como el nuestro tienes que espabilarte.
«Yo quería estudiar pintura en San Alejandro ¿Para qué un pintor tiene que aprender a robar? Papá dice que eso del arte no es para mí. ¿Quién ha visto un muchachode los suburbios artista? Eso es para gente sin hambre».
—No pienses más en tonterías, esto no es tan fácil, hay que estar preparado. Aquellos dos, esperan lo mismo. El policía siempre viene sentado para aquella parte del vagón. No les diré nada, así elimino la competencia. No me mires de esa manera y atiende, coño.
Cundo, tenía la cara enrojecida, la yugular exaltada debido al disgusto. Era común que se molestara tratando de meter al muchacho por el camino recto.
―Cuando el tren esté cerca, corres, con la piedra le das golpes a las tolvas. Este mes tenemos varios encargos. Hay que robarse cada día, un saco.
— ¿Cuándo te paguen me vas a dar dinero para comprar pinceles?
― ¿Qué pinceles? Cómprate tenis de esos que se usan, a ver si alguna muchachita se fija en ti. A tu edad yo las tenía por montones. Espabílate, van a decir que eres un flojo y esa mala fama no la quiero en mi casa. Saliste igualito a la puta de tu madre, coño.
Estaba acostumbrado a los regaños, ofensas que justificaban al padre “correcto”. Pero nunca había llegado a semejantes ultrajes. Mientras escuchaba a Cundo, miraba el paisaje circundante que parecía pos impresionista como alguno de los pintados por Van Gogh.
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—Si las tolvas suenan huecas es que vienen vacías, la que no estremezca, está llena. No se te puede olvidar que llevas el saco en la mano. Cuando suba por las escalerillas, sígueme. Una vez que me tire hacia adentro, aguantas la tapa.
—Está bien.
—Está bien, no. Ponte pà esto. ¿Qué le hecho a la vida para recibir semejante castigo? Bastante pena tengo desde aquel piñazo que te dio el hijo del Bronco. Te arreglas o te doy una surra, para que aprendas. Te lo juro. Atiende. Ya está llegando. Corre, cojone, corre.
Corrió detrás del padre como aquel día en el que Cundo corrió tras su madre con un machete. Como si la salvación también dependiera de los pies.
Cundo impactó con la piedra unas cuantas veces hasta que el sonido fue fofo y se prendió de la escalerilla. Mientras, su hijo lo alcanzaba y creía estar en una película de Indiana Jones.
Se dejó caer por el orificio y el muchacho sostuvo la tapa. Desde arriba podía ver al padre envuelto en una nube gris. Se apreciaba superior, con el poder entre las manos, y de un tirón cerró la tapa. Por primera vez, los renglones escritos por Dios, le parecieron rectos.
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Yasmani Rodríguez Alfaro, Ciego de Ávila, 1987
Graduado en pintura en la Academia Provincial de Artes plásticas Raúl Corrales de Ciego de Ávila.
Egresado del Centro de Formación Literario Onelio Jorge Cardoso.
Ha recibido numerosos premios y menciones en concursos nacionales. Obras suyas han sido publicadas a nivel nacional, ha colaborado con revistas nacionales e internacionales.
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