En Café Naranjo publicamos Seis poemas de Frank Rodríguez Labrada. Es nuestro deseo que lo disfruten.
Cada cosa en su sitio
Cada cosa en su sitio
la lanza reposa entre lenguas
aprende a ser bastón en tiempo de paz
los hombres aman la paz
siempre viva, siempre muerta
en los discursos de los generales
yo miro el horizonte donde yace viva la memoria
y luego se irá, mañana,
al desvarío de un muro silencioso.
Como te gustan las flores madre
Como te gustan las flores madre,
Los alelíes, el marpacífico, la rosa blanca, los gladiolos,
hasta el rollizo potrero iluminado por el romerillo
Pero en tu ciudad hay poca flor y mucho liquen,
ya no brotan las rosas en sublimes botones
solo en el recuerdo de un holograma moderno
tu miras hacia la calle el cuadro agónico que no termina de morir
la muerte se ha escurrido entre los ladrillos al aire descubiertos
como en otra, ciudad del Oriente, germina en el cráter de un misil una azucena
otra madre mira en los celajes negros la intensa estirpe de los Hebreos
yo solo espero que no caigan bombas en Marte para los que han de venir.
Como te gustan las flores madre,
hoy he deshojado un lirio y me ha dicho de un viaje, de un gozo, de un jardín a futuro
esporádicamente entre los brazos de aquella selva de concreto emergen risas de niños y flores aisladas
me arranco el paisaje gris y en la mesa se esbelta una flor de tallo largo como tu fe y tu amor
como tu taza de café mezclado con ausencias, como tu dolor de lanza que tiene en la punta la primavera para todas las flores.
Como te gustan las flores madre, pero ahora la ansiedad las sustituye,
tú detienes la primavera con las manos rendidas a las plegarias.
Perdóname mujer.
Perdóname mujer si he apuñalado el cutis de tu espacio
si he abierto una brecha en la pelvis del jardín
perdóname la mano temblorosa, el fierro terso
de lamentos por tu boca, de prisa por tus ruedos
por tus falencias y virtudes
yo también he sido ave a veces
he marchado en grupos por los aires
he mirado con la pupila estérilmente negra
he abrazado el tallo con los pétalos
he caído sobre espinas y me he levantado,
pero ahora perdóname,
en la pleura un demonio ha habitado y en mi brazo
sin medir el recorrido una flecha de ansiedad y deseos
ha instaurado un manojo de desventuras:
perdóname mujer por la hora de la no presencia
de la no bondad, el caído racimo de virtudes
la negritud del pico de la flor que en tu regazo ayer ya florecía.
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Suerte de semanas
Si niña, me has aparecido con tus brazos de plata
con tu incesante búsqueda de amarillos
no puedo dejar de perseguir tu vuelo esta mañana.
Tú, mensajera de Dios, pócima de amor
miel derramada sobre las piedras
que emanación de amaneceres,
que lunar bello en el techo de la casa de los hombres
a pesar de los eclipses negros, de las noches con puñales en los costados
con la mordida ingente de la duda
hoy vienes a mi apnea por donde anduve yerto
en sudorosos estadios de precariedades
elevas con piedad de aceros y manos de hermana
este reconcilio con la ecuanimidad
aún quedan muchos pasos hasta donde habré de dejar
la piel muerta de la serpiente
dolida de verso y herida con lenguas y con dientes
iré por los pasos de Abraham, a ver las huellas en la arena
cuando llevaba las vértebras de todas las columnas,
luego el surtidor de la beldad se hará pasto,
fuente de agua,
colina por donde veré tus trenzas partir hacia el horizonte.
Perdónate todo
Perdónate todo, el amor a deshora
La autoflagelación de los impulsos
Perdónate la irregularidad con que te mimas
y el terso estiramiento hacia las culpas
Perdónate no ser Dios, no implorarle que desvista la justicia diminuta que reposa
en los altares de las penas
perdónate el vejamen de ser tieso, pálido y debilucho humano
solo porque las palabras cedieron antes.
Hoy, perdónate y anda para ser también un Dios pequeño,
estirado y muy amado por ti mismo.
Un hombre con otros aires.
En tus ojos de niña veo los albores de la vida
Un manojo de botones rotos, de tallos truncados
de rosas sin abrirse
en tus cejas el cielo teje la neblina del alba
son dos gaviotas al él engarzadas
en tus velos blancos un octubre dichoso
los insectos lúgubres del amor ajado se hicieron maravilla
y por todos los cuartos turbios donde amé
y por todas las bocas sedientas de amor que me devolvieron toda la fruta
todo el dolor de mi madre
me hice una atadura a tu cintura de reina
rodé por la casa, salí a la calle, floté por el mar
el brevísimo mar al otro lado
que me prometía la ciudad de plata (al otro lado del charco).
Por tus dos manos mis escasos metros de piel me hicieron hombre
por tu boca emergió un pasto que cené en silencio toditas las noches
luego se fue el velo agitando un tremor de aguas
se fue el beso al otro lado del cuarto
se fue la casa, la pared gastada de tanto escucharnos las quejas del alma
como esas dos manos ceñían a mi cuerpo
tu amor de mujer
mientras tu me dabas en las estribaciones de tus muslos
la miel de las evas hechas botones, la flecha de Cupido: ingente espina,
la agónica cifra de una cuenta finita
también la alegría que me hizo ceñudo, más centrado, ingente
Aún así, después de la epopeya, de la siniestra cifra de miles de poesías y un sexo largo como un colibrí
Se fue aquel barco y quedaron estos ojos que me miran y aún en su espejo, el fantasma de fauces inasibles viene y me abraza, un día estival por cualquier calle donde lo andado no importe, solo el recuerdo de haberme crecido después de la crisálida rota en tu puerta.

Frank Carlos Rodríguez Labrada
(PoetaFrankoo)
Villa Clara, Cuba. Reside en Colombia. Graduado de ingeniería de Sistemas. Docente. Miembro de Café Naranjo. Ha publicado en varias antologías y revistas.
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