Un minicuento de Alberto Guerra Naranjo
Cuatro de nuestros valiosos jóvenes, justo hace un año y seis meses, con pleno consentimiento de sus padres y minuciosos arreglos para efectuar el viaje, abandonaron estudios en nuestra Universidad de San Pablo de México con el fin de aplicar Teología, Sagrada Escritura y Retórica, en la prestigiosa Universidad de Salamanca, allende los mares. Nuestro claustro en pleno, señoría, se niega a continuar trabajando bajo circunstancias que nadie merece. Tanta abnegación de sus docentes, no debía pagarse con descrédito y necesitamos favorables respuestas ya. Facer España, tarea común, nunca se olvide. Desde que el célebre humanista Francisco Cervantes de Salazar, el día 3 de junio de 1553 dictara la lección que inauguró nuestra universidad, acompañado por figura tan notable como Fray Alonso de la Veracruz, discípulo de Victoria en Salamanca, nos sobran evidencias de nuestras calidades como claustro de primer orden. Nos sobran, además, las escrituras donde se expresa nuestro interés en que la universidad mejicana goce de los mismos privilegios que tiene la de Salamanca, e incluso la de San Carlos de Lima, para que nuestros vecinos no nos denosten, ni continúen enviando a sus hijos a estudiar tan lejos. En cuanto al viaje de estudios de estos últimos jóvenes, según nuestras averiguaciones, se ha confirmado, de buena fuente, que ninguno llegó a Salamanca.Uno de ellos murió por causa de repentinas fiebres en el mismísimo Puerto de Veracruz; otro se aventuró como marino de un barco con rumbo a África y los otros dos, por quedar encandilados con La Habana, han corrido peor suerte: viven justo en La Calle de los mercaderes, olvidados para siempre de los altos estudios, entre peleas de gallos, juergas constantes, o amancebados con negras y mestizas.