Luna del amor inolvidable
Giraldo Aice
Capítulo II
(El exesposo)
Nos queríamos mucho. Esa es la mujer de mi vida. Si el degenerado este no se hubiera interpuesto, habríamos arreglado nuestras diferencias.
—
Si, antes de que ellos se juntaran ya estábamos medio separados. No hacíamos vida conyugal, pero estábamos a punto de volver. Fíjate si eso es así, que en los últimos tiempos ella me atendía como nunca. No hallaba qué hacer para que yo me sin tierra bien en la casa.
De eso son testigos todos los vecinos, que la vieron llevándome el agua para el baño —entonces el baño estaba afuera—, preguntándome si quiero tal comida, así o de otra manera, si tengo dinero para ir al trabajo, porque ya ella trabajaba y ganaba más que yo.
Vaya, pregúntele a cualquiera, sin pena.
(La vecina de enfrente)
Ese es comemierda; el otro es un macho. Quíteme cuarenta años y póngame a escoger. Con los ojos cerrados escojo. Al hombre se le conoce por la estampa. Por la manera de caminar. Por la mirada. No tiene que ser bien o mal parecido, pero el hombre del que hablamos, vaya, no está mal. Hasta las canas le caen bien. Vaya y pregúntele a todas las mujeres del barrio. Las mujeres hembras de verdad. Pregunte, pregunte.
(Él)
Mi primer matrimonio fue agonizando en la convivencia. La relación nació en momentos difíciles para mí, y los encuentros eran esporádicos. Ella se hizo querer, y en los días que mediaban me ponía a pensar en las posiciones que ensayaríamos y fantaseaba con las nuevas caricias; de manera que cuando llegaba, aquello era una locura. Pero cuando nos casamos y comenzamos la vida en común, poco a poco nos fuimos abandonando y caímos en la rutina. Llegó un momento en el que ella ya no quería experimentar, prefería hacerlo siempre de la misma forma, y la pasión se fue enfriando. La seguí queriendo, pero cada vez la deseaba menos. Eso le pasa a la mayoría de los matrimonios.
(La gran felatriz)
Le vi el cansancio en la mirada que tienen los hombres que llevan una vida sexual monótona. El sexo bien ejecutado en casa es la base de la fidelidad, la mínima garantía, por lo menos en los machos. Fui criada por una tía promiscua. Crecí en una casona antigua, de madera, con un desván donde se guardaban todos los cacharros inservibles. Ese era mi refugio.
El piso era el falso techo de las habitaciones. Tenía hendiduras; cuando algún hombre llegaba, me subía silenciosamente y me apostaba sobre el cuarto de mi tía. Justo encima de su cama había una gran rendija.
Los tipos llegaban y le iban contando lo mal que les iba con sus esposas, mientras tía los desnudaba. Ella los acostaba, arrullándolos como si fueran niños. Los acariciaba y los besaba por todas partes, sin apuro, hasta detenerse en el pene. Me daba cuenta de cómo sus caras iban cambiando. Cuando mi tía empezaba a chupárselas, cerraban los ojos y se relajaban.
Ella era mi ídolo.
Me había sacado del campo, donde yo y mis siete hermanos las pasábamos negras con pespunte gris, y me vestía y me alimentaba como a una princesa.
Cuando supo que la estaba espiando, me habló de la misión que trae cada mujer y cada hombre en la vida: la suya era salvar matrimonios. A cambio de eso, nos damos la vida de burguesa que llevamos, y encima gozamos de la libertad infinita de no tener un macho exigente y mandón en la casa.
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— Pero tú puedes escoger otra vida —dijo.
Tenía yo nueve años, tal vez diez. Comoquiera que no dijo absolutamente nada del espionaje, seguí pegada a las rendijas del desván.
Ella nunca se enamoró. Cuando empezaba a encapricharse con alguien, le daba calabaza. Si algún tipo le decía que se iba a divorciar para casarse con ella, le daba esa vianda también. A los dieciséis le seguí los pasos.
Luchando las dos juntas aumentaron las ganancias. Nos dábamos la gran vida. Cada cierto tiempo nos tomábamos unas vacaciones, y teníamos romances con hombres apuestos y elegantes.
La regla de oro era darles direcciones y nombres falsos. Aunque un par de muchachos me gustaron mucho en esos viajes, al poco tiempo se me olvidaban.
Mi primer y único amor entrañable fue quien tú sabes. Pocos hombres la aguantan en una mamada magistral. Antes de él, me había sucedido dos o tres veces, siempre con tipos borrachos.
Para mí el sexo era un trabajo. Pero en los últimos tiempos tenía mucha competencia; entre más jodida se ponía la vida, más muchachitas aparecían en el mercado.
De manera que me busco un trabajo complementario, dejando loco con la especialidad de la casa al jefe del taller de cerámica. Y ahí conozco al susodicho. Al hombre.
Tiene un aguante increíble. Los papeles se trastocan. Con él sentí, por primera vez, varios orgasmos solo con chupársela. En cada sesión terminaba exhausta, relajada y feliz. Fue una cosa tremenda, sobre todo al principio; pero luego comenzó a fallarme.
Me pasaba todo el día, a veces toda la noche también, soñando despierta con la hora de encontrarnos. Y sentía una decepción tremenda cuando los chorros calientes me golpeaban la garganta demasiado pronto.
Pero lo peor fue darme cuenta de que en ocasiones lo hacía a propósito. Y eso acabó con mis nervios.
(El loco del barrio)
No, no me preguntes del faino; pregúntame del bárbaro. Dale, pregúntame, pregúntame, pregúntame…
— Un caballo. Un animal: le echaba cuarenta, cincuenta, sesenta, cien palos todas las noches.
Y ahora pregúntame de ella. Dale, pregúntame, pregúntame, pregúntame…
— Una bárbara. Una bestia: se la chupaba cuarenta, cincuenta, sesenta, cien veces todas las noches. Y ahora pregúntame de mí. Dale, pregúntame…
— Un monstruo. Un salvaje. Un arrebatado. Desde que les di
hendija me sueno cuarenta, cincuenta, sesenta, cien pajas todas las noches. Todas las noches. Todas…
(La morena)
Nada más de verlo me entraron temblores. Le pasé dos veces por delante caminando así… eso es frente a la tienda La Amistad, y al ver que no se había fijado en mí me le acerco y comienzo a hacerle unas preguntas bobas, y me reía de todo lo que dijera y él se dio cuenta.
Nos fuimos para mi casa. Cerré la puerta y empecé a comérmelo. Creo que tuve como seis o siete orgasmos antes de que él eyaculara la primera vez. Cuando a una le gusta de verdad un hombre es así. Pero lo mejor es que tenía aquello durísimo, como si no hubiera hecho nada, y ahí sí que me volví
loca. Loca de remate.
Pensaba que no le había gustado tanto, porque no era besucón; yo había estado loca porque nos diéramos unos besotes a la francesa, con lengua y todo, pero él me esquivaba, y me daba mordidas en el cuello, y me chupaba las tetas y eso. Pero al ver como la tenía me di cuenta de que en realidad yo le había gustado muchísimo.
(Él)
La morena tenía el aliento ácido. Esa tarde no había comido nada y parece que tenía algún problema digestivo, porque luego ya no voy a sentirle eso.
Ella tiene ese cuerpo bien formado, ya lo tenía así. Pensé que era maniática al sexo, por la manera en que se me declara.
Pero yo estaba aburrido de la felatriz — cualquier cosa repetida se desgasta—, mi matrimonio se había ido al carajo, y me fui con ella para variar.
Como a la hora de estar en el julepe, al ver que ella estaba ensopada, fingí una eyaculación. Y entonces la pongo a mamar. Pero no sabía.
Estaba poseída de su cuerpo y nunca se había preocupado por aprender algo nuevo. Tuve que enseñarle ya sabes de quién aprendí la técnica—, pero a pesar de que intentaba hacerlo de la mejor manera tampoco consigo llegar al paroxismo. Y ahí cierro los ojos, me pongo a pensar en ella y
suelto un río de semen.
(La mejor amiga de la morena)
Ella viene como un sol. Siempre nos contamos las cosas y antes de que abra la boca la pregunto quién es el tipo. Ella me dice:
— Un animal fuera de serie.
Y ahí le pregunto si la tiene grande y ella:
— No, no tanto, pero es un animal. Con decirte que quedé satisfecha para un mes por lo menos.
Eso fue lo que dijo. Y eso era muy raro en ella. Siempre se quejaba de que cuando más embullada estaba ya los tipos estaban roncando. Cuando lo conocí, no le vi nada del otro mundo. Un tipo serio y fuera. Después pierde hasta el trabajo, y mi amiga luchando como una fiera para que no le faltara nada.
Muchas veces lo vi allí, tirado en la cama, con los ojos fijos en el techo.
Para mí, el hombre que no la busca no vale nada, nada de nada, por muy buena hoja que sea.
(Él)
La felatio empieza a enfermar. Trato de suspender el jueguito de la precocidad, pero tengo que estar muy alerta para no cerrar los ojos y fantasear que estoy con ella. Si me abandono al goce, inconscientemente se me monta la película. En los últimos tiempos cada contacto era un trabajo arduo; entonces conozco a la morena. Seguía incompleto, pero al menos podía
hacer el amor de diferentes maneras. Y llega un momento en el que con la morena real y con ella imaginaria lo tengo todo, y ya no pude fingir más con la felatriz.
Me di cuenta de que era mejor abandonarla definitivamente, aunque sufriera un poco más en el trance. Con el tiempo se le pasaría. Y, en efecto, antes de los tres meses ya andaba con un joven bien parecido, atlético, elegante. Parecía muy feliz, y no trató de ocultarme lo bien que se sentía; todo lo contrario.
Me dijo que mi presencia empañaba su felicidad, que uno de los dos sobraba en el taller. Era un momento difícil. No había tantos empleos y eran altamente codiciados los trabajos donde uno podía buscarse algún dinerito extra, porque los salarios eran de esclavo. Lo menos que podía hacer por ella era dejarle el camino libre, y eso fue lo que hice.
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