Café Naranjo publica la sexta extrega de la Novela Luna del amor inolvidable de Giraldo Arce.
Novela Luna del amor inolvidable de Giraldo Aice. Sexta entrega. Cafe naranjo. Naranjo Press. Literatura cubana.
Estaba loca. Loca, loca, loca. Se le había acentuado el carácter. Ella siempre tuvo su carácter, pero en esos momentos está más seria que un poste. Todo el tiempo con el ceño fruncido.
Se le caen las cosas. Apenas limpia la casa. Todo lo hace con desgano. Y no dice nada. Está cerrada como una pared de concreto.
Como a la semana hay un muchacho del barrio que empieza a rondarla. Un joven bastante apuesto, serio y luchador. Entonces nos ponemos de acuerdo para estimularlo. Lo invitamos a venir a la casa, buscando que ella se dé cuenta y le preste atención; pero nada. Le respondía secamente cualquier pregunta boba que le hiciera, y luego se metía para el cuarto y empezaba a hacer cualquier cosa o se tiraba en la cama con los ojos fijos en el techo.
(Un joven del barrio)
Todo el mundo hablaba de ellos. El hijo menor de la vecina de enfrente también los había fisgoneado y nos hacía los cuentos de lo enferma que ella se ponía cuando el tipo se la estaba echando. Le decíamos cosas, pero ella no respondía y nos dimos cuenta de que estaba de a lleno para el hombre; pero
cuando se corre la bola de que se la ganó en una balsa, nos ponemos de nuevo para la fulana —y la tipa sigue igual, como cuando el men estaba ahí.
(Él)
Me fui para camalote de Santa Lucía con un amigo que estaba vendiendo perfumes, pinturas de teñir ropa, queso y todo lo que apareciera. Empecé a tener dinero, pero me faltaban ánimos para salir de fiesta o andar de cacería sexual; solo pensaba en ella. El Pirincho, que así le decimos, se portó como un hermano. Mejor. El negocito era de él, pero las ganancias las partía al medio. Yo también estaba loco, y encontrar alguien así es algo tremendo.
Estaba haciendo un gran esfuerzo para olvidarla. Probablemente eso era lo que me tenía desquiciado. Los hombres que me rodean tienen una filosofía machista que considera una debilidad sufrir por el amor de una mujer —de manera que ando con todo ese dolor por dentro, con toda la angustia, toda la zozobra y toda la duda. Pero al Pirincho puedo hablarle claro. Y eso es un alivio.
En medio de toda aquella confusión estoy siendo un actor consumado. Me las doy de duro con mi padre y mis hermanos; nadie más se entera de lo que estoy pasando. Al cabo de unos días el Pirincho me encomienda hacer una entrega de perfume en Guáimaro, y recoger el importe para reinvertirlo en tintes de ropa. Algo así como unos l500 pesos, no recuerdo la cifra exacta.
(El Pirincho)
Teníamos una casa alquilada frente al terreno de pelota de Camalote. Eran momentos difíciles, pero me iba mejor que nunca. Estaba solo allá y cuando me lo encuentro y me hace la historia del tabaco, le pido que me ayude. En realidad, la tal ayuda era acompañarme, porque yo lo hacía todo. Todo lo que
yo quería era tirarle un cabo. Comíamos carne a mansalva, pero él no engordaba ni una onza. La noche antes del envío me senté en el portal. Teníamos
un radio Siboney y poníamos siempre el programa Nocturno.
Él había tirado unos trapos en el piso del portal y estaba acostado en silencio, mirando el cielo estrellado. Recuerdo que estaban poniendo una canción de Ana Gabriel, que sonaba mucho cuando eso, y de pronto lo escuché decir:
—Hay un corazón en el cielo.
No entendí bien.
—¿Cómo?
—Las estrellas. Forman un corazón en el cielo.
No hay que ser un genio en psicología para darse cuenta de ciertas cosas. Miré con detenimiento. Siempre hay la posibilidad de que se haya formado una nueva constelación. Pero no había absolutamente nada que se pareciera a un corazón; eran las mismas agrupaciones estelares de siempre.
Suelto una carcajada.
—Eso está en el cielo de tu corazón; estás enamorado como un perro —le digo. Y el suspira y me dice: —Sí, pero hay un corazón en el cielo.
Entonces se me ocurre decirle que fuera a hacer la entrega y luego fuera a la ciudad a reinvertir. Lo que en realidad quería era que él fuera a verla. Me parecía imposible que esa muchacha no se diera cuenta de la manera en la que él la estaba necesitando, y de antemano barajé la posibilidad de que no volviera. Esa es la verdad.
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(Ella)
Ahora no puedo explicarlo, pero le aseguro que algo me estaba diciendo que él pensaba en mí todo el tiempo. Tenía la sensación de que, en cualquier momento, al voltear la cabeza, lo vería mirándome. Pero pasaron los días, y eso no sucedió.
Tenía un alivio tremendo en el alma al saber que no se había ido, pero ahora me estaba preocupando cada vez más porque no regresaba.
Y ya me estaba sintiendo culpable por tratarlo con frialdad el día que regresó de la costa. Eso, a pesar de saber que no había sido una actitud consciente; en aquellos momentos no estaba lista para continuar como si nada hubiera pasado. Era como si inconscientemente quisiera castigarlo de alguna manera. Pero no lo había dejado de querer ni un segundo. Cuando veo que me estoy desesperando de nuevo, le digo a uno de sus hermanos que le avise que puede regresar, que lo estoy esperando.
(El hermano de él)
Aunque tenemos mucha confianza, él no me había dicho con toda claridad lo que le estaba pasando. Yo sabía que la quería con la vida, y me dejaba caer de vez en cuando por la casita de ella, como quien no quiere las cosas, para ver cómo se estaba comportando —y para saludarla y saber cómo le iba,
porque toda mi familia le tiene afecto, a pesar de todo lo que pasó después.
Y, efectivamente, un día ella viene y me da el recado. Eso fue por la tarde. Al día siguiente paso de nuevo por allí, para ver si ella quería mandarle una nota o algo así, pero me siento a conversar en la acera alta de la esquina, y estoy medio entretenido cuando lo veo venir.
Es como si estuvieran conectados. Tal vez haya algo misterioso en todo esto, porque después el Pirincho me dice que tuvo la inspiración de mandarlo a la ciudad.
(Él)
Vengo bajando hacia el barrio, sintiendo una opresión en el pecho —por el temor de encontrar que ha rehecho su vida y está con otro— y un poco de vergüenza, por el prurito de que la gente piense que soy un baboso, un débil. Fingiendo una cara de hombre feliz y resuelto, que me costaba un mundo mantener —cuando en verdad me estaba muriendo por dentro. Muchas relaciones se rompen definitivamente por esas mascaradas; ambas partes fingen que les va de maravillas.
Cuando se lo creen, dejan de luchar.
Entonces veo a mi hermano. Lo saludo. Hablamos las boberías de siempre —mientras sigo ocultando mis emociones, que se han disparado al ver que él tiene una sonrisita extraña.
Y estoy tan jodido de la mente, que le estoy buscando mil significados diferentes. Entonces me dice:
— ¿No vas a llegar?
Y me quedo en una pieza, sin saber qué responder.
(El hermano)
Me divierte mucho ver cómo se está haciendo el indiferente, como diciendo: iba pasando por aquí de casualidad… y lo dejo correr. Pero veo que su filmación es un largometraje, y le pregunto, a bocajarro:
—¿No vas a caerle?
Y se queda patitieso. No sabía qué decir. Entonces le suelto la risa en la cara. Me está diciendo que le va muy bien con el Pirincho, que tiene dinero y nos vamos a dar unos lagueres bien fríos; pero se le nota que está pensando en otra cosa.
Cuando le hago la pregunta, se queda congelado, con la boca medio abierta, y me da cosa demorarle más la buena nueva y le digo:
—Dale, ve a verla; ella te está esperando.
Bueno, tendrías que haber estado allí para verle el cambio.
Ver como se le monta un ángel en la cara, y sonríe, y se queda sin palabras, y se pone más nervioso, si cabe.
—Anda, no la hagas sufrir más. Dale.
Y sale dando esos pasitos estudiados del que se va calmando. Él sabe cómo hacerlo. Fue el que inventó esa frase maravillosa: entre más difícil sea la situación, más calma hay que tener. Porque uno se estresa tanto con las malas como con las nuevas. Y me alegra que ellos vuelvan.
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Giraldo Aice
(Manatí, Las Tunas, 1955) poeta, narrador e investigador independiente.
Ha obtenido una docena de premios en los géneros de poesía, cuento y teatro. Tiene 5 libros publicados. Tres de narrativa (agotados en su versión impresa), una antología de poesía y un libro teórico. Poemas y relatos suyos aparecen en antologías de Cuba, México y España.
Tiene varias novelas inéditas, un libro de ensayo (Los caminos que convergen en la ópera prima, una guía para la escritura de una primera novela, Premio Taller de la Crítica 2006) y tiene en terminación la versión definitiva de su trabajo teórico, tal vez la primera teoría general psicológica de Cuba, cuya aplicación clínica apareció publicada en 2012 (Terapia Cauzal, eae, Alemania)
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