épicas del sur

CHREVROLET

La palabra mas bella de Kenia Rodríguez Poulot

Para continuar con la buena literatura en Café Naranjo publicamos esta historia de un amor, «La palabra mas bella» de Kenia Rodríguez Poulot. Al disfrutarlo, no olvide compartirnos, le estaremos infinitamente agradecidos.

«La palabra mas bella» de Kenia Rodríguez Poulot

Al tercer mes de involuntaria abstinencia sexual, todos los hombres que Manuela veía  en la calle le parecían buenos candidatos. Incluso, los exhibicionistas que realizaban sus prácticas en los alrededores de su trabajo escondiendo sus rostros tras las matas de plátano a la par que mostraban sus vigorosos y despampanantes miembros gritando frases de:

_ ¡Mira mami, seguro tú marido no la tiene grande como yo! ¡Mira qué rico te la voy a dar! ¡ Cógelaaaa!

Hombres enfermos que si les dices vamos, salen corriendo. El caso es que Manuela casi trepaba por las paredes y todo por culpa de ese cabrón que se le ocurrió irse del país. Tampoco era por falta de pretendientes, pero con los años, la mayoría de las mujeres se vuelven exquisitas y selectivas. Aquel día, mientras hacía botella para llegar a su casa, apareció este señor que la miró con cara de toro en celo en un  flamante Chevrolet rojo.

_Vamos, te llevo.

Manuela no lo pensó ni media vez. Era un hombre de unos sesenta años, de piel blanca, estatura baja y nariz  de loro. No se le veía ningún atractivo a simple vista que no fuera el carro. Conversaron durante el trayecto y como era de esperar, la invitó a tomar una cerveza pero Manuela no acceptó. Era el clásico sujeto con dinero que cree que por eso puede tener a cualquier mujer. Al llegar a su destino, Manuela le dio las gracias. Pasaron varios días y lo volvió a ver en el mismo lugar, él le reiteró la invitación y esta vez dijo que si. ¿Hasta cuando iba a esperar? Necesitaba desestresarse y tener al menos un orgasmo.

_Un hombre de esa edad debe estar aún en forma, en todo caso con una pastillita azul se resuelve y si no pues que aplique el último recurso, una buena tatarabuela_ Pensaba.

Claro que un orgasmo bien hubiera podido provocárselo ella misma, pero a Manuela no le gustaba masturbarse, era frustrante, terminaba llorando de impotencia, ella quería un hombre, un macho bien planta’o, no un dedo o un insípido juguete sexual. Luego de una semana ya había sucedido lo que tenía que suceder. En los días siguientes tuvieron otros encuentros pero ya no tenía gracia usar el condón.

El domingo en la tarde Manuela fue a visitar a una amiga y terminaron hablando de lo de siempre, sexo. Entre otras cosas, la amiga le contó que, según las malas lenguas, el vecino de al lado tenía el SIDA. Cuando dijo su nombre y su edad, a Manuela se le puso la piel de gallina. Trató de disimular y continuó indagando. Cuando le dijo que tenía un chevrolet rojo que era una joya, no tuvo más dudas, era él.

_ ¿Que voy a hacer? ¿Será verdad esa historia?

Manuela inventó una excusa y se fue. Mientras iba caminando pensaba en lo bella que era la vida a pesar de los disgustos y problemas, en lo joven que era para morir, en sus hijos, en los planes que tenía, en lo hermoso del amanecer y del crepúsculo, en la luna, en el cielo, y en un sin fin de cosas que adquieren importancia solo cuando creemos que las vamos a perder. Quiso ir al policlínico y hacerse la prueba pero no tuvo valor. El siguió buscándola pero ella no quiso verlo más ni se atrevió a preguntarle nada.  Pasó noches enteras sin dormir, envuelta en una justificada crisis existencial por culpa de su irresponsabilidad.  Se tragó su dolor y su incertidumbre. Estaba sin empleo en ese momento y por esos días alguien le comentó que en la OFICODA necesitaban una persona para un contrato de trabajo. La entrevistaron y enseguida empezó a trabajar. Manuela no tenía idea de las estadísticas que manejan y de todo lo que saben de nuestras vidas las personas que trabajan en una OFICODA. Tuvo que aprenderse los tipos de dietas. Supo cuantas personas vivían en el pueblo, quienes eran diabéticos, ulcerosos, los que tenían colesterol y triglicéridos alto, tuberculosis, enfermedades malignas, los niños con intolerancia a la leche, los celíacos. Supo las verdaderas edades de sus  presumidas vecinas y supo además, quienes eran las personas con VIH. No vio el nombre del susodicho por ninguna parte, pero no paró hasta tener en sus manos el libro Registro de Consumidores. Constató que él no tenía asignada la dieta especial para personas enfermas de SIDA. Recuperó el aliento pero siguió imaginando cosas. Una duda pesa más que una razón.

_ Quizás tiene el VIH y no quiso la dieta para que no se supiera_Imaginaba Manuela ya casi paranoica.

Pasaron dos meses, Manuela revisaba su cuerpo constantemente en busca de algún síntoma raro de los que vio en Google. Pensó que no vería crecer a sus hijos y esto la  hizo agenciarse un chequeo médico general. Durante tres semanas, fue todos los días al consultorio en busca de sus resultados. Todo los exámenes estuvieron bien, pero faltaba uno.

_No te desesperes, el VIH puede demorar hasta  un mes_ Decía  la enfermera.

Manuela pensó que en cualquier momento la vendrían a buscar en una ambulancia para llevársela al IPK. Una tarde, mientras limpiaba la casa, encontró un papelito que habían dejado por debajo de la puerta. Era el resultado del VIH. Aquel NEGATIVO, fue la palabra más bella que leyó en mucho tiempo. De inmediato, tomó el móvil, hizo una llamada y esperó. Minutos después, escuchó los frenos y el claxon de un auto frente a su casa.  Cuando se asomó, era el flamante Chevrolet rojo.

Kenia Rodríguez Poulout.

Recuerda que estás leyendo en Café Naranjo «La palabra mas bella de Kenia Rodríguez Poulot» gracias por la visita.


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