épicas del sur

Libellum o el mal arte del linchamiento mediático

Libellum o el mal arte del linchamiento mediático

En Café Naranjo Publicamos «Libellum o el mal arte del linchamiento mediático», por Nelson Pérez.

*Pintura de Yasmani Rodríguez Alfaro

¿Quién no ha hablado mal de alguien a sus espaldas alguna vez? La pícara maledicencia forma parte tan insoslayable de nuestra Aldea Literaria como de cualquier otra, aunque en ocasiones feos grupúsculos en los que la mediocridad campea por sus respetos, y a quienes, según mi compadre Omar, El Conde Negro de la Poesía Cubana, el también poeta Oscar Kessel tuvo la atinada humorada de definir como «la canalla literaria», trasladen estos dimes y diretes y otros bretes a las turbulentas aguas de los espacios de divulgación pública, como lo son hoy en día las redes sociales.

Los motivos para tales desatinos suelen ser los más disimiles, pero en última instancia pueden resumirse en una simple palabra que engloba lo más vergonzoso de las bajas pasiones humanas: la envidia.

«La envidia de la virtud / hizo a Caín criminal…», nos recordaba en magníficos versos el gran Antonio Machado, y creo justo y acertado reflexionar un poco sobre el tema del libelo como género literario, a raíz de un triste hecho acaecido en días pasados, en que el colega y amigo Alberto Guerra Naranjo, escritor de probada calidad en su arte, fue víctima del más burdo y soez ataque en Wikipedia, la popular enciclopedia digital, mediante el acceso desde un perfil de usuario falso, a través del cual alteraron su página de escritor, atribuyéndole todo tipo de hechos bochornosos y falseados en son de chusca, y en Facebook, donde se divulgó la «broma» por parte de algunos mediocres de esa llamada «canalla literaria».

Pero hagamos un poco de historia, imprescindible para comprender nuestro presente…

A modo de resumen, digamos que el libelo, o libellum, del latín: libro pequeño, fue utilizado en la Edad Media por la Iglesia Católica como documento legal de derecho canónico y romano para recoger demandas y dar comienzo a tramites judiciales, aunque este propósito puede rastrearse hasta la antigua Roma donde, en los Anales de Tácito, queda registrado su uso, según recoge el Oxford Latin Dictionary, por el emperador Augusto, el primero en conducir procesos penales sobre panfletos calumniosos (famosi libelli) bajo el pretexto de lesa majestad (maiestas).

El uso lúdico y difamatorio de este género, que es el que nos ocupa en esta pequeña reflexión, surge durante la Edad Media, en forma de textos breves, directos, burlescos, algunos acompañados por ilustraciones, que utilizaban el lenguaje coloquial para difamar a una persona o hecho, escritos tanto en verso como en prosa, e incluso canciones, siempre en tono satírico y como publicaciones anónimas.

Voltaire, escritor, filósofo y uno de los genios cimeros de la Ilustración, distinguía tres tipos o clases de libelos: políticos, religiosos o literarios, siendo el libelo político cercano al panfleto, el libelo religioso al sermón y el libelo literario más cercano al epigrama; y al ser históricamente uno de los escritores más atacados a través de este subterfugio literario, no es de extrañar que defina a los libelistas, o escritores de libelos, de la forma más dura posible: «La gente honesta que piensa son críticos; los malignos son satíricos; y los perversos escriben libelos».

Nada cala tanto en el imaginario popular como una difamación hecha desde la picaresca y la jocosidad, motivo por el cual el libelo fue llevado hasta los extremos más atroces, como sucedió en tiempos de la Santa Liga, o Liga Católica, movimiento político armado de la Francia de 1576, donde se llegaba a incitar en los libelos al asesinato; al igual que los partidarios de La Fronda, conjunto de movimientos de insurrección durante la Regencia de Ana de Austria, quienes clamaban a través de ellos incluso más por la necesidad de matar.

Visto lo visto, no es causa de asombro que en Inglaterra, la Casa Tudor castigara a los escritores de libelos cortándoles la nariz o las orejas; ni que Carlos IX de Francia decretara mediante edicto, el 17 de enero de 1561: «Deseamos que todos impresores, distribuidores y vendedores de anuncios y libelos difamatorios sean castigados por la primera ofensa con el látigo y por la segunda con la ejecución».

Dos casos donde destacan los extremos a que llegaban las autoridades a la hora de sancionar a los libelistas son, el primero, en 1689 contra el autor de Le Cochon Mitré, quien fue encerrado en una jaula en el Monte Saint-Michelle durante treinta años por difamar contra el arzobispo de Reims, Charles Maurice Le Tellier, hermano del ministro de guerra de Luis XIV; y en 1694 fueron ahorcados un librero y un encuadernador por distribuir un libro sobre el matrimonio morganático de Luis XIV y Madame de Maintenon.

Aunque el periodo de mayor apogeo del libelo se encuentra entre los siglos XVI y XVIII, cayendo en desuso en el XIX con la llegada de las polémicas periodísticas, ya desde el siglo XIV el Dulce Cisne del Avon, el gran William Shakespeare, el genio que desafió todas las unidades aristotélicas, sufría el espinoso látigo de la difamación. ¿Los apelativos que le endilgaban al Bardo Inmortal sus rivales menos talentosos?: Un bárbaro borracho; payaso vulgar; escritorzuelo de mala muerte con comedias demasiado vulgares que no hacen reír; sus tragedias son producto del plumífero alquilón de las bambalinas; es un cuervo adornado con el plumaje de aves más vistosas; su obra es imposible, irreal, exagerada, sentimentaloide, preciosista, afectada, obscena, inmoral; se deleita en los horrores; no posee encanto, ni gracia; carece de ingenio y es jactancioso…

Rara vez un artista de la talla de Shakespeare se dignó utilizar este recurso para responder a los ataques personales, hasta donde sabemos al menos, pues al ser generalmente anónimos resulta muy difícil rastrear a sus autores, pero más adelante (XVII-XVIII), ganó el estatus de género literario muy popular para el enfrentamiento entre eruditos; buenos ejemplos son las numerosas injurias lanzadas en forma de libelos contra Cervantes, Quevedo, o Voltaire, este último, siendo uno de los escritores más atacados por esta forma de difamación anónima, ni parco ni perezoso no dudó en pagar con la misma moneda a sus enemigos.

Otro grande de las letras que utilizó la forma panfletaria del libelo fue Víctor Hugo, quien con toda la robustez de su talento arrollador no dudó en endiñar su obra Le Chatiments contra «Napoleón le petit».

Con la evolución del término, poco a poco en el libelo el sentido de la acusación dominó en el concepto, y luego predominó la acusación escandalosa e incluso la mentira, por eso hoy en día debe entenderse el término como principal y esencialmente difamatorio, calumnioso y anónimo.

Y llegamos al punto neurálgico de esta pequeña reflexión, acerca del uso de las formas de humor literario como recurso de descrédito y venganza personal, porque si bien estos cobardes ataques, en épocas de Shakespeare,podían dirimirse a puñetazos en una taberna, y en tiempos de Luis XIV ser saldados a punta de espada al fondo de cualquier cementerio, los tiempos cambian, y en nuestra moderna sociedad, sin caer en los excesos de los Tudor o Carlos IX, la difamación sigue siendo un delito severamente castigado por la ley.

No es la primera vez que cierta «canalla literaria», más canallas que literatos, con la soberbia y frescura de considerarse adalides de la más Alta Literatura en este país, siendo apenas un pozo de mediocridad insondable, arremete contra figuras literarias de exitosa carrera y probada calidad, intentando ridiculizar logros ganados a base de talento y esfuerzo.

Las preguntas finales serían: ¿Deben permitirse este tipo de ataques (no tan anónimos ya, que en nuestra Aldea Literaria todo se sabe al fin y al cabo) contra una personalidad de la cultura nacional? ¿Deben ser celebrados y reídos sin tener en cuenta que quien se hace cómplice puede ser atacado el día de mañana? ¿Debe permitirse que la mediocridad apedree al talento impunemente?

«El libelo es a la literatura lo que la caricatura es al dibujo», y aunque en este triste caso me haya tomado la amable molestia de incluir este burdo ataque dentro de un género literario que, aunque rebosa de veneno y maldad, también brilla por su ingenio y talento, lo cierto es que no califica ni en el apartado de «los chistes de Pepito».

Y para las autoridades de Cultura a quienes competa analizar esta lamentable situación, solo les dejo el pequeño recordatorio de cuan raudos salieron en defensa de la poetiza Nancy Morejón cuando fue ultrajada y difamada en Europa este mismo año… ¿Será que nuestras figuras literarias que no son de alto perfil político no disfrutan de iguales derechos de protección y atención por parte de las instituciones encargadas de regular la cultura cubana?

«Nada hay tan veloz como la calumnia; ninguna cosa más fácil de lanzar, más fácil de aceptar, ni más rápida en extenderse». Cicerón


Libellum o el mal arte del linchamiento mediático

Nelson Pérez Espinosa

La Habana, 1982). Ilustrador, pintor, diseñador gráfico, historietista, periodista, artista performático y animador cinematográfico (dibujos animados) del ICAIC y el ICRT . Graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Coordinador del grupo “Generación Ariete” y de su peña literaria “La Mazorca”. Desde 2015 coordinador del “Evento Nacional Itinerante Rock y Literatura”. Guionista y locutor del programa radial “Escritos con Guitarra”. Cuentos, historietas, artículos, entrevistas y materiales periodísticos suyos han sido publicados en diferentes revistas y antologías de Cuba, Argentina, Colombia, España, Alemania y EUA. Su libro “Havana Heavy Metal” fue mención especial en 2020 y premio en 2021 del concurso “La Gaveta”. Su libro “Allí Donde el Fuego Arde” fue “Premio David en Cuento” en 2023. Su Cuento Ellas No Quieren Singar pertenece a la antología “Ariete: la más joven narrativa cubana”, publicada por la editorial Guantanamera, y ganadora del premio “International Latino Book Award 2019”, (Mejor Libro de Diferentes Autores).


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Comentarios

Una respuesta a «Libellum o el mal arte del linchamiento mediático»

  1. Avatar de José Alberto Nápoles
    José Alberto Nápoles

    Muchas gracias,Nelsón.
    Excelente texto…
    Y muy oportuno.Guste o no;Alberto Guerra forma parte de la Cultura «Cubana».
    Hablar de la Cultura Cubana es,de algún modo,tener presente a Alberto Guerra…
    Muchas gracias,una vez más,por su texto.
    Enhorabuena!!!

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