En el Café Naranjo hoy publicamos «La sexta caballería de kansas», de Argenis Osorio Sánchez.
La sexta caballería de kansas
Correr. Es la meta. El objetivo. Correr. Calle abajo. O calle arriba. No importa. Correr. Correr fuerte. Muy fuerte. Somos tres. Negros que corremos. En la madrugada. Tres negros que corremos. En La Habana. Tres negros del viejo barrio. Inocentes. Como todos los negros. Gacelas. En la jungla. La Habana. Nosotros corremos con todas las fuerzas. Fuerzas de negros. Fuerzas alcanzadas a golpe de hambre, alcohol y rumba. Somos tres. Inseparables. Somos la sexta caballería de Kansas. Vamos dejando nuestro sudor y nuestra miseria en la marcha. Negros que damos grandes zancadas. Inagotables. De pies ligeros. De manos ligeras. Negros de cutis fino y narices chatas. De cabezas rapadas. O rapadas. De ojos entrenados. Labios gruesos y dientes grandes. Risas contagiosas. Orgullo del viejo barrio. No vamos tras el dominó. Cuando la gente juega dominó nosotros no estamos en el barrio. Estamos en el Salón Rojo del Capri. En Tropicana. Somos negros a los que nos zumba el mango. Tenemos locas a todas las negras. Y a las blancas. Somos negros callados y calientes. Sinceros. Miramos con odio y La Habana se sacude. Apretamos el puño y La Habana tiembla. Levantamos el puño y La Habana se derrumba. Nos gusta la playa. El arroz congrí y la carne con papas. El ron bueno y los billetes. Tenemos fotos con David, el de la Charanga. Somos negros descendientes de obreros portuarios. De mambises. De esclavos. De reyes africanos. Somos esos, los que corremos ahora. Como mambises. Moviendo los brazos con rapidez. Sin poner los pies en el suelo. Casi. Hablamos despacio. Comemos despacio. Lloramos poco. Hace diez años que no lloramos. Hace diez años que corremos en las madrugadas. Vestimos bien. Odiamos la cerveza. Y los aviones. Quisimos ser cadetes y fue imposible. No porque fuéramos negros. No porque fuéramos brutos. No porque no quisiéramos. Pero hace diez años murió mamá. La reina de los negros. Y lloramos. Con la cara descubierta. Vestimos y lloramos. Nos dieron abrazos y lloramos. Rechazamos alimentos y lloramos. Lloramos incluso cuando nos quedamos solos. En el cementerio. Con la reina de los negros. Y después no lloramos más. No hemos llorado en diez años. Guardamos el llanto para las ocasiones especiales. Aunque creemos que nunca más lloraremos así. Estamos de acuerdo en eso. Y es mucho decir. Somos negros que nos ponemos de acuerdo en muchas cosas. Hemos compartido las mismas peleas. Mostramos cicatrices similares. Nos cae mal la misma comida. Respetamos las mujeres de los amigos. Somos negros con amigos. Amigos negros, blancos, jabaos. Amigos buenos. Amigos que saben que corremos y nos protegen. Amigos de pañuelos rojos en la mano y zapatos lustrosos alumbrando la calle. Amigos de verdad. También tenemos enemigos. Gente que nos envidia. Que sufre porque seamos negros tan orgullosos. Porque si nos golpean, golpeamos más duro. Porque entendemos que ya los tiempos de los abusos se acabaron. Porque no permitimos se abuse de nosotros. Esos somos. Negros que sabemos lo que queremos. Sabemos a dónde vamos. Sabemos que nos une la santa negritud de la esperanza. Odiamos a los negros que pueden correr y no saben correr, y se dejan atrapar. Denigran la raza. Somos negros que compartimos lo poco que tenemos. No odiamos a los blancos. Incluso cuando los blancos nos miran y tiemblan y hacen ese gesto con la boca. No nos interesa. Sabemos a dónde vamos. Sabemos que ahora necesitamos correr. Que corremos bien. Que hemos ido ganando en estilo. Que conocemos estas calles como la palma de la mano. Que amamos estas calles. Que somos sus hijos. Y amos. Tenemos con estas calles una relación de secreta confianza. Sabemos hasta dónde nos alcanzará el aire de los pulmones. Tenemos pulmones fuertes. Sanos. El hígado sano. Y el corazón. Negros que más de una vez hemos estado en situaciones así. Donde corremos. Corremos mucho. Nos bañamos de sudor corriendo. Corremos en charcos de sudor. El sudor nos impulsa hacia arriba. Los zapatos se dañan pero no importa. Corremos. Sentimos voces cerca y corremos más duro. Sentimos las voces lejos y seguimos. Vamos a la cabeza de una gigantesca carrera. Somos los líderes. Los de las medallas. Si estuviéramos en olimpiadas. Los negros que saldríamos en las revistas. Sonriendo. Dueños absolutos del podio. Mirando subir la bandera. Oyendo el himno. Nosotros no cantamos el himno desde la primaria. Casi lo hemos olvidado. Pero cuando lo oímos en las olimpiadas nos emocionamos. Somos negros que nos emocionamos oyendo el himno. Aunque lo hayamos olvidado casi por completo. Aunque no lo parezca. Nos emocionamos oyéndolo. Pero no aspiramos a medallas. Aspiramos a que se nos deje vivir en paz. A que nos den un filo. A no sentirnos culpables. A que todos entiendan que un pedazo de Cuba también nos toca. A no correr en las madrugadas. A no sentir más voces respirando en la nuca. A morir en paz. Como la reina de los negros. Nada más. Mientras tanto no hay otra. Estamos obligados a correr sin descanso. Bajo la lluvia. Bajo el frío terrible. En medio del calor atroz. Como ahora. A saltar los huecos de la calle. A esquivar. A conocer a la gente solo con mirarlos. A los japoneses. Estamos obligados a estudiar la cara de los japoneses. Y de los italianos. Y de los alemanes. Los mexicanos. Los franceses. Los yanquis. Los canadienses. Estamos obligados. Tenemos un camino trazado. Después corremos. Esa es la meta. El objetivo. Correr. Calle abajo. O calle arriba. No importa. Correr. Correr fuerte. Muy fuerte. A veces corremos porque vamos huyendo. A veces corremos porque creemos que alguien nos persigue. A veces porque vemos pasar la patrulla. A veces solo corremos. A veces corremos y la gente corre detrás de nosotros. Y entonces nosotros corremos con más fuerza. Pero otras veces, como ahora, corremos porque algo nos toca. Está muriendo la princesa de los negros. Y es preciso que la princesa de los negros viva. Que viva por mucho tiempo. Incluso más allá de nuestras vidas. Primero corrió Sepultura. Pasó por nuestro lado como una flecha negra, como alma que se lleva el viento. Después corrí yo, y cuando vine a darme cuenta Abigaíl corría con nosotros. Yo corrí detrás de Sepultura, primero por vicio. Y después porque lo vi apretando los dientes para no llorar. Y después porque me dijo: “se muere, se muere”. Y afinqué los pies y corrimos más duro. Pasamos por donde Abigaíl estaba sentado, como dos flechas, como alma que se lleva el diablo. Y cuando vinimos a ver éramos ya los tres. De nuevo a las andadas. Sepultura apretando los dientes y corriendo. Abigaíl preguntándome qué pasó y yo corriendo, y diciéndole. Sepultura apretando el paso. Y Abigaíl. Y yo. Y otra vez La Habana a nuestros pies. Calles y más calles. Se muere, se muere, decía Sepultura. Apretábamos el paso. Cada segundo contaba. Cada gota de sudor. Y después mucha gente detrás de nosotros. Y después un poco más lejos. Y así, calles y más calles. Y después nadie detrás de nosotros. Calles interminables que nos llevan hasta la princesa de los negros. Es que ya perdimos a la reina.
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Debemos hacer lo que sea para no perder a la princesa. La princesa se llama Yadira. Tiene 14 años. Y cuando nació, Sepultura dijo que sería la princesa y todos estuvimos de acuerdo. Y ahora se está muriendo. Emergencias queda lejos. No nos importa. Corremos. Somos uno en la noche. Se desangra, se desangra, dice Sepultura, sin dejar de correr. Y yo imagino la sangre sin poder explicarme por qué sangra la princesa. Pero no pregunto. Y Sepultura no dice más nada. Abigaíl tampoco pregunta. Solo corremos. Rumbo a la princesa. Que muere. Que sangra. En Emergencias. Se muere la princesa de los negros. Queda el reino triste. Otra vez. Como hace diez años cuando murió la reina. Pero la reina estaba enferma. Lo sabíamos. Era inevitable. Pero la princesa no está enferma. Solo tiene 14 años. Es hermosa. Llena de vida. Con una risa amplia y contagiosa. Con un cuerpo elástico y gracioso al caminar. Y al bailar. Nosotros le enseñamos los pasos. Nosotros le hemos enseñado tantas cosas. La hemos mimado tanto. Le hemos servido tanto. Somos sus fieles vasallos. Tratamos de enseñarle cuáles son los hombres buenos y cuáles no valen tres centavos, con quién se debería acostar y con quién no. Le enseñamos qué es provocar. Qué es no hacer caso a los babosos de la acera, cómo se trata a los babosos de la acera que la molestan cuando pasa. Bamboleándose. Le dijimos, casi desde niña, qué es un hombre de la acera y un hombre de su casa. Será la nueva reina. Queremos un reino hermoso, espléndido. Hemos trabajado con amor en eso. La princesa no sabe de carencias. Es la negra más linda de La Habana. Nuestra princesa. Sepultura es su padre y nosotros sus tíos. Pero en verdad los tres somos sus esclavos. Por fin llegamos. Emergencias. Luces. Enfermeras. Camilleros. Sirenas. Calor. Gritos. Dudas. Alguien llamándonos a la calma. Nosotros que no nos calmamos. Una lista. Unos espejuelos leyendo en la lista. Sin encontrar el nombre de la princesa. Sepultura. Devastado. Otra vez corriendo. Ahora por los pasillos. Llamando. Gritando. Apretando los dientes. Sepultura. Los espejuelos que vuelven a mirar. Y sí, el nombre de la princesa que aparece. Que nos llena de esperanzas. Que nos quita las esperanzas. Operar, oímos. Delicada, oímos. Esperar, oímos. Sentarse, oímos. Avisaremos, oímos. Sepultura forcejeando con el policía de guardia en Emergencias. Traemos a Sepultura. Nos sentamos. Abigaíl le pide paciencia. Yo le pido paciencia. El policía le pide paciencia. Sepultura mete la cabeza entre las manos. Derrotado. Esperamos. Una hora. O dos. No sé. Anhelantes a que se abra la puerta y salga el médico. Una hora. O dos. No sé. Sepultura en la misma posición. Abigaíl dando paseítos. El policía firme. Como si tuviera una cabilla clavada. El policía a nuestro lado. La princesa allá adentro. Quién sabe cómo. Quién sabe si reclamándonos. Quién sabe. La puerta que se abre. Una y otra vez. Pero el médico que no sale. Emergencias es blanco. Un blanco descascarado. Faltan luces. Hay vendedores de café. Hay mujeres mal vestidas. Sudando. Con un escobillón en la mano. Arrastrando su imperio. De remover la basura. Mujeres desalmadas. Con olor a brazos. A brazos sucios. Que no piden permiso. Y tiran agua. Mujeres de miradas duras. Miradas bestiales. Mujeres que pasan por tu lado. Ignorándote. Que le sonríen al policía. El policía que sonríe. Mujeres de azul en su imperio blanco. Desconchado. Que lanzan agua sucia en las macetas. Mujeres que tienen hambre. Que miran el reloj. Mujeres de piernas gordas. De nalgas gordas. De brazos gordos. De labios gordos. Que caminan como si nada les importara. Y nada les importa. Abigaíl mirando a una mujer así. Yo también. Sepultura con la cabeza entre las manos. Abigaíl mirando la punta de las nalgas de una mujer así. Yo mirando que la mujer pasa el trapo sobre una mesa. Ignorándonos. Nosotros ansiosos. Esperando. Al médico. Que no sale. La puerta se abre mil veces pero no sale. El médico que nos dirá que seguiremos con princesa en el reino. Emergencias, blanco. Desconchado. Sepultura desecho. Emergencias blanco. El médico, por fin sale. Blanco. Como un papel. Nosotros que nos paramos en el acto. Sepultura que vuelve a la vida para volver a la muerte. El médico como un papel. Moviendo la cabeza. Acosado por nosotros. El policía inquieto que también se acerca. Sepultura mirando al médico a los ojos, queriendo atravesarlo. Abigaíl. Sepultura. La mujer gorda detiene el paño sobre la mesa y nos mira. Lo sentimos, dice el médico. Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance, dice. Emergencias se llena de los gritos de Sepultura. Emergencias. Destrozado. Hecho añicos. El policía, blanco. Como un papel. El médico, blanco. Como un papel. La mujer gorda que deja caer el paño y abre la boca. Sepultura nos mira y sale. Corriendo. Hacia la calle. Abigaíl lo sigue. Yo lo sigo. Correr. Es la meta. El objetivo. Correr. Calle abajo. O calle arriba. No importa. Correr. Correr fuerte. Muy fuerte. Somos tres negros que corremos. En la madrugada. Tres negros que corremos. En La Habana. Tres negros del viejo barrio. Inocentes. Gacelas. En la jungla. La Habana. Nosotros corremos con todas las fuerzas. Fuerzas de negros. Fuerzas alcanzadas a golpe de hambre, alcohol y rumba. Somos tres. Inseparables. Somos la sexta caballería de Kansas. Lo mato, dice Sepultura y aprieta los dientes. Y el paso. Nosotros también. Voy a matar al maricón ese, dice. Abigaíl y yo apretamos el puño. La Habana tiembla, La Habana se derrumba. Corremos. La Habana es un golpe difícil de comprender. La acera tiembla. Tiemblan los músculos de la cara de Sepultura, tiembla su nariz. Tiemblan los músculos de la cara de Abigaíl. Abigaíl tiembla todo mientras corre. Mientras suda. Mientras vamos hacia lo desconocido. Sepultura nos lleva a lo desconocido. Sepultura sabe a dónde vamos y con eso basta. Somos uno en la noche. Somos una sinfonía en tropel por La Habana. Creo que Sepultura se refiere al novio de la princesa cuando dice, mato a ese maricón, lo mato. El novio de la princesa es blanco, blanco, y ella es negra, negra, retinta. Se han llevado bien. Son novios desde niños. Juntos han compartido cosas difíciles. Como todos los hijos del barrio. Juntos querían estudiar medicina. Irse a los mundos. Curar. Han soñado tanto. Han reído tanto. Se han divertido tanto. Y por un momento creo que Sepultura se refería a él. Que lo mate o no, deja de ser importante. Él está más cerca de ellos. Sabe qué hay en sus corazones. Y lo seguimos. Inmutables. Como en cámara lenta. Y la verdad no sé por qué me ha dado por pensar en el novio. No tengo motivos para hacerlo. Pero lo he hecho. No se me ocurre nadie más. No sé qué estará pensando Abigaíl. No sé siquiera si Abigaíl está pensando en algo. Abigaíl no piensa demasiado. Si hay que hacer algo, lo hace. Podría decirse que a veces no le importan las consecuencias. Un sábado lluvioso, por ejemplo, le rompió la cara a uno de los hombres de la acera. El hombre de la acera le dijo una grosería a la princesa. Abigaíl le rompió la cara. Luego el novio de la princesa quiso hacer lo suyo pero ya no había cara que romper. Abigaíl disfrutó mucho que los novios se fueran calle arriba tomados de la mano. Después nos contaba. Y reía. Y se veía que había disfrutado ver cómo se alejaban tomados de la mano.
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Argenis Osorio Sánchez
(Doña Juana de San Ramón, Manzanillo – 1970)
Narrador. Ha publicado los libros de cuentos Convite de Cenizas (Ediciones Santiago, 2002), Tras la piel (Ediciones Santiago, 2004) y En este lado de la muerte (Editorial Capiro, 2014), así como las novelas El orden natural de las cosas (Editorial Sociedarte, República Dominicana, 2015). La Sangre del Marabú (Editorial, Primigenios, Estados Unidos, 2020). Relatos suyos se han incluido en diversas antologías en Cuba y el extranjero. En 2013 ganó mención en el Concurso Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar y dos años después alcanzó el Premio Ciudad del Che, de Santa Clara. La sexta caballería de Kansas recibió mención en el concurso Guillermo Vidal, de Las Tunas, en 2020. Su novela Prohibido Morir en La Habana ganó Mención en el Premio Emilio Ballagas de la ciudad de Camagüey, en 2023.
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