Al referirnos a la poética de Los detectives salvajes, inscribimos esta obra como símbolo de la mirada propuesta por el autor chileno Roberto Bolaño. Si bien en el compendio de su obra es posible encontrar conexiones o recurrencias de temas, personajes, lugares e intereses, que pueden ser o no tomadas en cuenta para la revisión de una mirada compartida con el autor cubano Alberto Guerra Naranjo. La elección de este punto de partida, Los detectives salvajes, proviene del fenómeno fijado por diversos críticos, entre ellos Pablo Montoya, quien, al hablar de Bolaño y su novela advierte que: “Bolaños han empezado a brotar, como silvestres flores malditas, en las comarcas andinas, selváticas y caribeñas. El fenómeno es atractivo y, de algún modo, renovador, porque han empezado a quedar atrás las influencias dejadas por los grandes jefes del boom” (Montoya).
Este fenómeno literario ha trincado en Los detectives salvajes la base de una estética, si se quiere, de una forma de sentir la literatura. Pero ¿Cuáles son los elementos que componen esta poética?
Volviendo con Montoya, el “fenómeno (…) consiste, palabras más palabras menos, en construir la imagen de un continente delirante y aberrante, caldeado y subdesarrollado, en el que el mal es casual y no causal, y muy propio para satisfacer las angurrias literarias del público europeo” (Montoya).
No obstante, las quejas sexuales, políticas, y estilísticas dadas en el artículo Los detectives de Bolaño (Montoya) y la juiciosa demostración de verbosidad que hace Montoya, se pueden fijar dos hipótesis: Primero, que la obra de Bolaño ha influenciado tanto a los escritores latinoamericanos como españoles, pero que esta influencia no siempre ha sido directa. Segundo, que además de un realismo visceral que puede ser emparentado con Henry Miller, la obra de Bolaño cuenta con una mirada particular que puede representar el sentir de algunos escritores. A continuación, se buscará demostrar lo anterior y su posible relación con la obra La soledad del tiempo. Atendiendo el tránsito de influencias en la conformación de esta poética detectivesca; en particular con Borges y Cortázar.
Si bien, no se puede demostrar que Alberto Guerra Naranjo tenga conocimiento de la obra de Bolaño, sí se puede acomodar la paremia: hay muchos caminos para llegar a Roma. Sobre todo si comprendemos con Marzal que “La literatura constituye un inextricable ovillo en el que todos los hilos terminan por anudarse los unos en los otros” (26). De ese modo, al rastrear las influencias de ambos autores, dos nombres resaltan sobre manera o, en palabras de Bolaño “decir que estoy en deuda con la obra de Borges y
Cortázar es una obviedad” (Bolaño, Paréntesis 327).
De igual forma Guerra Naranjo deja pistas de sus lecturas. En el capítulo Siete de La soledad del tiempo advierte “El pobre Borges le apareció en la mente subiendo apurado por una escalera del sur” (81). Más adelante, incluso, hablará de Emma Zunz (89), personaje del cuento homónimo de Borges. Pero antes se habrá referido a Cortázar: “(…) mientras releía a Cortázar encarnado en Horacio Olivera, avanzando por la rue de París, tratando de desprenderse de la mano de la vieja pianista, de doblar una esquina, de no verla jamás. J.L. quiso fumar” (37).
Neige Sinno advierte también que 2666 y Los detectives salvajes “Se pueden leer (…) en la perspectiva de su ascendencia directa: Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez, Borges” (Sinno 25). A excepción de Fuentes, todos los nombres aparecen en la obra de Guerra Naranjo: “-No te ilusiones con eso –dije-. El nobel se lo dan a tembas. / -Pero García Márquez lo cogió jovencito. / -Y quién dijo que yo era García Márquez” (Guerra 29). O para el caso de Vargas Llosa:
-Yo tampoco hago nada del otro mundo.
-¿Entonces? Diviértete y ya.
-No hago nada del otro mundo, pero le pongo algo al texto. Un objeto añadido, como diría Vargas Llosa. Escribir para mí es algo más que divertirme (Guerra 33).
Son muchos los autores que se pueden enfilar en el catálogo de influencias para ambos escritores. De esos tantos, queda la prueba de estos latinoamericanos. Sin embargo, Bolaños y Guerra Naranjo parecen tener una afinidad superior, como ya se dijo, con Borges y Cortázar. La pregunta, de haberla, sería: ¿qué fue lo que aprendieron de ellos?
Saber a dónde mira un autor, en cierta medida, puede esbozar la perspectiva que este quiere representar en su obra. De ese modo, los personajes descritos en La soledad del tiempo y Los detectives salvajes, al menos sus protagonistas, pueden indicarnos la visión compartida de ambos autores. En el caso de Guerra Naranjo tenemos cinco escritores: J.L., Sergio Navarro, M.G., Emilio Varona y Alberto G. Estos personajes le servirán a Guerra Naranjo para describir la sociedad literaria de Cuba y sus circunstancias. En la Unión de Escritores todos suelen reunirse, a excepción de Alberto G, quien solo aparece al final.
Pertenecer a la Unión, a los escritores de primera línea o, en palabras de Emilio Varona, a “Los mejores, (…), los mejores, los que tú ya conoces. Un escritor de primera no surge como coser y cantar” (60); pertenecer a este ámbito mejora la jerarquía de los personajes.
Pero además del aspecto social, político, también se encuentra el teleológico , pues de cierta manera un escritor escribe para un lector, para quebrar el silencio: “Aminoro la velocidad cuando paso por la Unión de Escritores. Siempre me ocurre así. Aunque no lo quiera, en esa esquina el ritmo del pedal me disminuye. Es mi manera de sentirme escritor” (Guerra 100) monologará Sergio Navarro. Lo anterior, es uno de los tantos momentos donde los personajes parecen insinuar que ser escritor no es solo escribir, aunque deban conformarse con ello. La tarea, entonces, es una batalla contra el olvido pues “aunque la meta es el olvido, como diría el ciego de Borges, él mismo se empeñó en lo contrario, quería perdurar, esa es la palabra, PERDURAR, (…)” (Guerra 66).
Este sentido patético, ese dibujar la tragedia del escritor en un vaivén entre permanecer y fluir o pasar, se asemeja mucho a lo que un día le dijera Bolaño a Vila-Matas en un paseo de playa y que este último refiriera en su ensayo “Los escritores de antes”; dice: “La literatura se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura” (Vila-Matas 70).
Ese monstruo puede ser el olvido. Por eso, los detectives salvajes: Ulises Lima y Arturo Belano;
se empeñas en rescatar la figura de la poeta Cesárea Tinajero, no obstante, es por el diario de Juan García Madero y los testimonios de varios integrantes del grupo Real Visceralista y otros personajes, que podremos esbozar quién era Cesárea Tinajero y cuál fue el destino de los detectives.
Tanto Guerra Naranjo como Bolaño se empeñan en mostrar el contexto literario que les tocó vivir. Pero además de eso, muestran el Pathos de ese andar por el sin-sentido de las hegemonías literarias, pues, aunque no se quiera, la meta siempre será el olvido, y la obra, de poder hacer algo, solo le roba un instante a al tiempo o, como se dijera Borges en su poema “A un poeta menor de 1899”:
Dejar un verso para la hora triste que en el confín del día nos acecha, ligar tu nombre a su doliente fecha de oro y de vaga sombra. Eso quisiste. ¡Con qué pasión, al declinar el día, trabajarías el extraño verso que, hasta la dispersión del universo, la hora de extraño azul confirmaría! No sé si lo lograste ni siquiera, vago hermano mayor, si has existido, pero estoy solo y quiero que el olvido restituya a los días tu ligera sombra para este ya cansado alarde de unas palabras en que esté la tarde (Borges, Poesía 209).
O aquel momento donde nos dice: “¿Dónde está la memoria de los días / que fueron tuyos en la
tierra, y tejieron / dicha y dolor y fueron para ti el universo? // El río numerable de los años /los ha perdido; eres una palabra en un índice” (Borges, Poesía 179).
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Naturalmente no se requiere de Borges para intuir la tragedia del tiempo. Quizás solo sea necesario vivir para sentir el vértigo de la finitud. Los escritores, en este caso Bolaño y Guerra Naranjo, en su diario vivir debieron confrontar su quehacer con la imposibilidad de realizarlo o al menos, de robarle un instante al tiempo. La memoria es una acción colectiva, por eso, visto desde esta perspectiva, la razón teleológica de un escritor solo se da en la lectura, pero para que esa lectura exista, se debe pertenecer a un compendio de autores legibles, recordados, aquellos que aún no han sido sepultados por el tiempo.
Lo que sí pudieron realizar en la obra narrativa de Borges, quizás, sea sus temas y la manera de abordarlos. En cuanto a los temas, Borges es recurrente en mostrar escritores menores, en su mayoría inventados, que, por el grado de argumentación y verosimilitud de los datos, logran quebrar la frontera entre ficción/realidad. Así, puede ser el caso de “Pierre Menard, autor del Quijote” (108-17), en donde un escritor menor se empeña en escribir por primera vez, o como si fuera la primera vez, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y dejando, tan solo, unas líneas memorables, que no son otra cosa, que un plagio exacto de la obra de Cervantes. Este ejercicio de Menard, que a primera vista puede ser juzgado de inmoral, por robar o copiar a Cervantes, no robando sus líneas si no su autoría, es sumamente digno si se realiza que el ejercicio es natural al mismo Menard, es decir, si advertimos que el mismo Menard se inventó esas líneas como lo hiciera, del mismo modo Cervantes, solo que unos años atrás.
Esta preocupación hipertextual, acudiendo al término acuñado por Genette, quien entiende “por ello toda relación que une un texto B (que llamaré hipertexto) a un texto anterior A (al que llamaré hipotexto)” (14); se verá reflejada en ambos autores y se presume que quizás sea este el elemento que, en mayor medida, toman o aprenden de Borges. Desde “Su forma más explícita y literal” que “es la práctica tradicional de la cita (con comillas, con o sin referencia)” (Genette 10), podemos ver un catálogo de nombres y obras desfilar por ambas novelas.
En el caso de La soledad del tiempo, Sergio Navarro va a una biblioteca y pregunta a la
bibliotecaria si tiene a disposición El otro proceso de Kafka, de Elías Canetti, o Ensayos Críticos de Roland Barthes, o Algunas técnicas narrativas de la novela latinoamericana de Dante Medina, o ¿Por qué leer a los clásicos? de Italo Calvino (139). Estas referencias no son aisladas, no es el simple nombramiento de un catálogo de nombres o una muestra de erudición. Por el contrario, hacen parte del perfil psicológico del personaje, en otras palabras, del background con el cual articulan su obrar.
Lo mismo sucede con las listas de libros robados descritas en el diario de García Madero: (…) Nueve novísimos poetas gachupines, Cuerpos y bienes, de Robert Desnos y El informe de Brodie, de Borges. Librería Milton, en Milton con Darwin: Una noche con Hamlet y otros poemas, de Vladimir Holan, una antología de Max Jacob y una antología de Gunnar Ekelof. Librería El Mundo, en Río Nazas: una selección de poemas de Byron,Shelley y Keats, Rojo y negro, de Stendhal (que ya he leído) y los Aforismos de Lichtenberg traducidos por Alfonso Reyes (Bolaño, Los detectives 103)
Aunque la lista de Bolaño es mucho mayor, esta es solo una pequeña muestra, quizás, por “esas ganas, muy bolañudas por cierto, de contarlo todo, y en la faena excesiva que no parece jamás finalizar (…)” (Montoya); ese compendio de libros debe fungir como la biblioteca caballeresca de Alonso Quijano.
Volviendo a Pierre Menard, Borges propone un juego similar, pero, en este caso, con obras imaginarias con referentes reales y no reales escritas por Menard:
He dicho que la obra visible de Menard es fácilmente enumerable. Examinado con esmero su archivo particular, he verificado que consta de las piezas que siguen:
a) Un soneto simbolista que apareció dos veces (con variaciones) en la revista La Conque (números de marzo y octubre de 1899).
b) Una monografía sobre la posibilidad de construir un vocabulario poético de conceptos que no fueran sinónimos o perífrasis de los que informan el lenguaje común, “sino objetos ideales creados por una convención y esencialmente destinados a las necesidades poéticas” (Nîmes, 1901).
c) Una monografía sobre “ciertas conexiones o afinidades” del pensamiento de Descartes, de Leibniz y de John Wilkins (Nîmes, 1903).
d) Una monografía sobre la Characteristica Universalis de Leibniz (Nîmes, 1904).
e) Un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación.
f) Una monografía sobre el Ars Magna Generalis de Ramón Llull (Nîmes, 1906) (…)
(Borges, Cuentos 109).
En todo este juego referencial, que por momentos parece infinito, hay una preposición latente: un hombre es lo que ha leído y ha escrito o, en términos generales, memoria y obra. Al poner sus ojos en escritores menores para crear sus ficciones, tanto Guerra Naranjo como Bolaños, hacen de esta preposición su caballito de batalla. El perfil psicológico de sus personajes está uncido a sus lecturas y escrituras, pero esto no tiene nada de raro si se piensa que ambos son de “ese tipo de escritor que jamás olvida que la literatura, por encima de todo, es un oficio peligroso; alguien que no solo es valiente y no pacta ni un ápice con la vulgaridad reinante, sino que muestra una contundente autenticidad y que une vida y literatura con una naturalidad absoluta” (Vila-Matas 68-69).
Ahora bien, existe una forma de hipertexto que es menos explícita pero no por ello deja de existir. En esta los autores emulan formas del pasado para contar una historia distinta. Así el caso de La Eneida de Virgilio como hipertexto de La Ilíada y Odisea de Homero, hipotexto (Genette 15). Esta forma, que quizás aprendieron Bolaño y Guerra Navarro de Borges, es el hacer un texto a partir de otro texto hipotético al cual no tenemos acceso.
Valga el comienzo de “La otra muerte” (Borges, Cuentos 272-8) a manera de muestra: Un par de años hará (he perdido la carta), Gannon me escribió de Gualeguaychú anunciando el envío de una versión, acaso la primera española, del poema The Past, de Ralph Waldo Emerson, y agregando en una postdata de que don Pedro Damián, de quien yo guardaría alguna memoria, había muerto noches pasadas, de una congestión pulmonar.
De modo similar acontece con el inicio de La soledad del tiempo:
Un buen escritor de ficciones, como es de esperarse, apela a cualquier tipo de variante para mostrar su verdad. Pero en el caso del reconocido escritor M.G., debo confesarlo, la regla ha superado la excepción. Reñir con el hermano de su esposa en plena calle, a mi juicio, no es razón suficiente para que M.G. incluya ese percance en la historia que le conté hace un tiempo.
Eufórico, la pasada semana, en su oficina, me leyó unas páginas demasiado distantes. Para él todo comienza en la escena del garaje, sitio donde sutilmente catarsisa sus problemas personales. En presencia del mecánico, dos personajes amenazan con cabilla y piedras a un extranjero. Segundos antes el mecánico sumergía la mitad del cuerpo en el interior de un auto; el extranjero, con evidente nerviosismo, sólo observaba. Entonces llegan esos dos personajes sin esconder su agitación (9)
Debido al abuso de M.G. el autor del cuento decide reescribir la historia, donde se contará la verdad. En el caso de Bolaño, valga otro cuento “William Burn” para referir este aprendizaje:
William Burns, de Ventura, California del Sur, le contó esta historia a mi amigo Pancho Monge, policía de Santa Teresa, Sonora, que a su vez me la refirió a mí. Según Monge, el norteamericano era un tipo tranquilo, que jamás perdía los nervios, afirmación que parece contradecirse con el desarrollo del siguiente relato. Habla Burns: (…) (Bolaño, Cuentos
115)
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De ese modo, el lector siempre se encuentra ante un texto hipotético al cual no puede acceder. En Borges se trata de una carta que un tal Gannon le refiere. Para Guerra Naranjo se trata de un cuento escrito por un M.G. y con referencias históricas a las cuales tampoco podemos acceder. En Bolaño, por su parte, se habla de un relato oral de segunda mano el cual solo se encuentra en la memoria del narrador. De ese modo, siempre hay un hipertexto imaginario que se debe esbozar a partir de las huellas dejadas en otro, el que podemos leer.
Por lo pronto se ha incurrido en demostrar la influencia borgiana en ambos autores, la cual pertenece a la categoría de temas y estructuras narrativas; de formas hipertextuales que sirven para crear la memoria donde se sostienen los personajes y, como arquitectura a emular con el fin de contar una nueva historia. Sin embargo, no sucede lo mismo con el uso del lenguaje. Borges tiende a tener un estilo lacónico, la precisión, se podría decir, es uno de sus grandes atributos. Por su parte, Bolaño y Guerra Naranjo optan por un lenguaje oral, anteponiendo la mimesis de una jerga de registro coloquial sobre la precisión de lo dicho. Este elemento, se podría decir, lo toman del segundo autor referente, Julio Cortázar.
Tanto Rayuela, como La soledad del tiempo y Los detectives salvajes, cuentan con un variado registro de voces y, aunque se diga, de esta última novela, que las “voces hablan más o menos igual. Las gringas, las francesas, los mexicanos, los chilenos, los judíos mexicanos, los guatemaltecos, los austriacos, los peruanos, los catalanes, tienen la misma tonalidad” (Montoya), se nota en los tres autores una búsqueda por emular diferentes cadencias, sin caer del todo, en un costumbrismo.
El ritmo de cascada o caída libre es uno de los más utilizado en las tres novelas acotadas. Este depende de anáforas, vocativos, preguntas retoricas, uso excesivo de comas y unión de oraciones e ideas a través del Que. Suelen preferir el monólogo, sin embargo, también se puede realizar en tercera persona. Busca ser leído en un envión y por ello carece de puntos seguidos y aparte. Así, los párrafos se hacen extensos, a veces, todo un capítulo cuenta con un solo punto. Una muestra de ello, se puede hallar al comienzo del numeral 1 de Rayuela:
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico (15).
Algo similar plantea Bolaño en Los detectives:
Había una plaza libre y yo me dije ¿por qué no meto a mi cuate Ulises Lima en el grupito que va a Nicaragua? Esto pasó en enero, una buena manera de inaugurar el año. Y además, me habían dicho que Lima estaba muy mal y yo pensé que un viajecito a la Revolución le recompone los ánimos a cualquiera. Así que arreglé los papeles sin consultarle nada a nadie y metí a Ulises en el avión que iba a Managua. Por supuesto, yo no sabía que con esa decisión me estaba poniendo la soga al cuello, si lo hubiera sabido Ulises Lima no se mueve del DF, pero uno es así, impulsivo, y al final lo que tenga que suceder siempre sucede, somos juguetes en manos del destino, ¿verdad? (331)
Y en La soledad del tiempo:
Qué cuento es ese, Wolfram, tranquilo, yo soy Sergio Navarro, consorte, Sergio Navarro y tú eres tan vividor como el cabroncito este, sí, Emilio cabroncito y bien, qué pasó, pero un vividor de las calles de Viena, que no es los mismo; en Viena, seguro andas en traje, llegas a las editoriales, saludas con tus dientes amarillos y te levantas temprano todos los días, desayunas huevo frito, tostadas, jugo de naranja, te pones un mono deportivo y das tus carreritas por el barrio (…) (64)
Como ya se advirtió, los autores recurren a múltiples registros; las novelas no son narradas por un
único narrador y, la polifonía es el distintivo que comparten. No obstante, este estilo de caída, tanto en los monólogos como en el uso del narrador omnisciente es marcado a lo largo de las páginas, quizás, para darle fluidez a la lectura y marcar un ritmo apresurado. En Rayuela, tal vez sea justificado por la mimesis del Jazz. Para Los detectives y La soledad¸ parece tratarse de un sentir la ciudad, el trasegar de la urbe como tránsito en combustión.
Ahora bien, este no es el único elemento que pudieron aprender Bolaño y Guerra Naranjo de
Cortázar. Algo muy tradicional en su obra es el uso coloquial del lenguaje a la hora de construir diálogos: -Vos no podrías –dijo-. Vos pensás demasiado antes de hacer nada.
-Parto del principio de que la reflexión debe preceder a la acción, bobalina.
-Partís del principio -dijo la Maga-. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza.
-Esta chica lo dejaría verde a Santo Tomás -dijo Oliveira.
-¿Por qué Santo Tomás? -dijo la Maga-. ¿Ese idiota que quería ver para creer? (Cortázar
33)
Con lo anterior, se evidencia el voseo argentino realizado por Cortázar. El uso de acentos y tildes ayudan en la imitación del tono. Además, utiliza términos como “bobalina” y el verbo ser conjugado en “sos”. Por su parte, Bolaño imita el hablar chilango: “-¿Crees que soy una puta? —dijo. / -¡Por supuesto que no! / -¡Pues entonces no aceptes la lana de ese viejo loco!”; y más adelante: “-Este chavo es un compendio de incultura -dijo María-, el ejemplar típico de la Facultad de Derecho”(85-6). De ese modo,
Bolaño opta por el tuteo, el color de la voz lo da el uso de palabras fuertes y slang como “chavo” o “lana”.
Guerra Naranjo va al uso cubano, habanero: “-De pinga, asere, lo lograste. Has puesto mi angustia como yo no soy capaz. Esto merece un trago. / -¿Todavía te quedan fulas? (…)” (44). Así, mientras los personajes de Bolaño dicen “lana”, los de Guerra Naranjo optan por “fulas”, “asere” por amigo o “brother” o “chavo”. Esta diferencia de acentos no elimina el posible aprendizaje de los autores. El referente es latente. La técnica base sería aguzar el oído e ir a la calle, luego, trasponerlo en el papel. La jerga cubana, argentina o mexicana, quedan registradas en la novela.
Hasta ahora se ha intentado mostrar la genealogía de Bolaño y Guerra Naranjo y cómo esta funciona dentro de sus obras. Tal vez el cubano no ha leído a Los detectives salvajes pero los elementos que los hermanan poéticamente resaltan en la lectura. Ahora bien, hay dos puntos neurálgicos donde ambas novelas se separan. El primero es que, si bien los dos textos son polifónicos, la estructura de Bolaño está sostenida sobre un diario con fechas y un compendio de testimonios. Por esta razón, siempre sabemos quién nos dice qué. En cambio, en el caso de La soledad del tiempo, el narrador es poroso y esquivo. En momentos, estamos seguros de quién narra. Como sucede en el capítulo “Dos”: “Me llamo Sergio Navarro. Antes, por una sencilla razón, no hizo falta saberlo (…)” (24), luego, en el capítulo “Tres” será un narrador omnisciente quien nos relate las aventuras de J.L (37-51), más tarde nos encontraremos con un flujo de conciencia que puede provenir de M.G. (73-80) y finalmente nos enteraremos que el verdadero autor de la novela es un tal Alberto G. (293). De ese modo, aunque ambas van a la polifonía, Bolaño tiende a los solos y Guerra Naranjo a lo orquestal. El segundo punto en el cual difieren es en el trato con el maestro. Los detectives, si bien buscan a Cesárea Tinajero para intentar rescatarla del olvido, lo que terminan haciendo es llevándole la muerte y enterrándola junto a sus asesinos (603-7). Por su parte, Alberto G. el verdadero autor de La soledad del tiempo ha escrito toda una novela en la cual él está inmiscuido para narrar la historia de aquel viejo, Sergio Navarro, que gano un premio con el cuento “Los heraldos negros” y quien influyo directamente sobre su vida literaria (292-301). De ese modo, podemos ingerir, que mientras uno da vida a su maestro otro lo sepulta. 8.Con este texto se pretendió mostrar los elementos que comunican la obra de Bolaño con la de Alberto Guerra Naranjo. Al mismo tiempo, se quiso descifrar una suerte de poética de Los detectives salvajes que como vimos bebe de las obras de Cortázar y Borges. De manera periférica, se presentó el juego de las influencias y, cómo tal vez, dos autores no requieren conocerse para ser consanguíneos literarios. Por supuesto, debe haber muchos más autores que los hermanan y tantos otros que los alejan, sin embargo, esta parecía ser la rama más fuerte del árbol. Por último, se habló de qué los diferencia, remarcando dos puntos, que si bien van al mismo lugar, son tomados desde distintas orillas. En el futuro sería interesante revisar La soledad del tiempo desde sus formas narratológicas y cómo esa polifonía le sirve a la obra para gestar un juego metaficcional. Si bien, se planteó la poética de Los detectives salvajes en relación hipertextual de Borges y Cortazar para la lectura de Guerra Naranjo; también nos podríamos acercar desde Cesar Vallejo y su obra Los heraldos negros para develar el cuento homónimo del personaje Sergio Navarro y su relación con la historia.
Trabajos citados:
Bolaño, Roberto. Cuentos Completos. Bogotá: Alfaguara, 2018.—. Entre paréntesis . Barcelona: Anagrama, 2007.—. Los detectives salvajes. Barcelona: Anagrama, 2007.Borges, Jorge Luis. Cuentos Completos. Bogotá : Lumen, 2015.—. Poesía Completa. Bogotá : Debolsillo, 2013.Cortázar, Julio. Rayuela. Bogotá: Alfaguara, 2004.Genette, Gerard. Palimpsestos la literatura en segundo grado . Madrid: Taurus, 2012.Marzal, Carlos. «Extraña forma de vida.» Litoral (2005): 14-29.Montoya, Pablo. «Los detectives de Bolaño.» Universocentro (2011). https://www.universocentro.com/NUMERO28/LosdetectivesdeBolano.aspx.Naranjo, Alberto Guerra. La soledad del tiempo. La Habana: Ediciones La Unión , 2017.Sinno, Neige. Roberto Bolaño, Ricardo Piglia y Sergio Pitol. México: ALDVS, 2011.Vila-Matas, Enrique. Impón tu suerte. Madrid: Círculo de Tiza , 2018.
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