Por Nelson Pérez Espinosa
Las invasiones de escritores en la música no son algo extraño, pero también esta contaminación se ha producido en sentido contrario. John Lennon, Jim Morrison, Patti Smith y otras leyendas musicales volvieron, en algún momento, sus intereses hacia la escritura, superando los marcos, en cuestiones de formato, extremadamente rígidos por regla general, que el éxito impone siempre a las estrellas. Por eso es preciso hablar en el breve espacio de estas páginas de uno de los más brillantes iniciadores y, en este sentido literario, controvertidos artistas del siglo XX, Shabtai Zisel ben Avraham. ¿No les dice nada el nombre? Probemos pues con este: Robert Allen Zimmerman. ¿No? Bueno, entonces utilicemos su popular y conocidísimo nombre de batalla: Bob Dylan. De su extensa y genial trayectoria musical no hablaremos en sí, basta con mencionar algunos de la infinidad de reconocimientos alcanzados a lo largo de esta: investido en 1990 Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia; incluido por la revista Time, en 1999, en su lista de las cien personas más influyentes del siglo XX, definido como "maestro poeta, crítico social caustico e intrépido espíritu guía de la generación contracultural"; Premio de Música Polar de la Real Academia Sueca de Música en el año 2000; segundo puesto en la lista de los 100 mejores artistas de todos los tiempos elaborada por la revista Rolling Stone, después de The Beatles, en el 2004; Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2007; reconocimiento honorario del Premio Pulitzer por su "profundo impacto en la música popular y en la cultura americana, marcado por sus composiciones líricas de extraordinario poder poético, en 2008…" Y es precisamente en esta faceta literaria de Dylan donde nos centraremos, partiendo de un hecho crucial: desde 1996 diversos autores y académicos han nominado a Dylan para la candidatura del Premio Nobel de Literatura, siéndole este otorgado en 2016, aunque tuvo, según muchos, la “decencia” de rechazarlo, luego de una etapa de silencio por parte del artista y el revuelo de ideas encontradas en la comunidad intelectual por dicho reconocimiento. ¿Pueden ser los buenos letristas considerados literatos y poetas con pleno derecho? Mucho se ha debatido sobre el tema, pero hay algo cierto, ya desde su primer disco, de 1962, a pesar de solo contener dos canciones propias, siendo el resto versiones de autores de folk y blues, Dylan reveló en ellas la calidad de un auténtico poeta, contando el viaje desde su Minnesota natal hasta Nueva York, a donde se trasladara para convertirse en músico profesional, experiencia muy similar al argumento de On The Road, de Jack Kerouac, publicado en 1957, miembro de la llamada Generación Beat, autor a quien conocería con posterioridad gracias a su amistad con Allen Ginsberg, también miembro del movimiento beat quien, fascinado por el joven, profetizó: “la poesía deberá buscarse desde ahora en las letras de Dylan”, calificando de "cadenas de flashes" la estructura de una de sus canciones, Chimes of Freedom, donde mezcla comentarios de índole social con un denso paisaje metafórico. Otro de sus admiradores, el laureado poeta británico Andrew Motion, era partidario de incluir las letras de Dylan en el programa de estudios literarios de las escuelas. En cambio, muchos puristas literarios se mantienen inflexibles en su postura: la frontera entre géneros, en el caso de los compositores, se encuentra precisamente en el soporte físico, el libro publicado, hecho y objeto a su vez que convierte a un escritor en tal. Criterio bastante sensato, con un gran valor añadido si se tienen en cuenta algunas inexplicables y dolorosas omisiones de la Academia Sueca, ignorando a grandes escritores clásicos del siglo XX que nunca recibieron el premio pese a sus numerosas y consecutivas candidaturas, realizando de forma incuestionable aportes significativos a las letras: Marcel Proust, James Joyce, Jorge Luis Borges, Liev Tolstói y Henrik Ibsen, entre muchos otros. En honor a la verdad, justo es reconocer la casi nula aventura de Dylan en el terreno literario convencional, con variable grado de éxito y conformidad por parte del público y de los críticos, algo habitual en la dilatada carrera del artista. La primera de estas aventuras literarias es Tarántula, un muestrario experimental de prosa poética escrita entre 1965 y 1966. En ella utiliza el monólogo interior moderno (stream of consciousness) en un estilo similar a Jack Kerouac, William S. Burroughs y Allen Ginsberg. La crítica contemporánea comparó la obra con las notas escritas por él mismo para los discos grabados en ese periodo, Bringing It All Back Home y Highway 61 Revisited, con un saldo negativo en general. Las propias declaraciones de Dylan sobre el libro no contribuyeron en lo más mínimo a suavizar la crítica adversa, reconociendo no haber pretendido nunca escribirlo: "Las cosas estaban fuera de control en aquel momento. No fue nunca mi intención el escribir un libro." Llegó incluso a compararlo con la obra de John Lennon Por Su Propio Cuento, e insinuar sobre su antiguo manager, Albert Grossman, haber negociado el acuerdo para publicar el libro sin él dar su pleno consentimiento. El accidente de moto de Dylan, en julio de 1966, retrasó la salida del libro al mercado. Los primeros 50 ejemplares fueron impresos por Albion, una imprenta underground en San Francisco, pero numerosas versiones pirata del libro estuvieron circulando en el mercado negro hasta su publicación oficial en 1971, siendo en general desdeñado por la crítica. En 2003, la revista Spin publicó un artículo llamado "Las cinco frases más ininteligibles sacadas de libros escritos por estrellas del rock". Dylan acabó en primer lugar con una línea de Tarántula: "No es el momento de hacer el tonto, así que ponte tus botas y salta dentro de una papelera con forma de payaso." Saque usted sus propias conclusiones… El segundo intento fue en 2004, con la primera parte de su autobiografía, Crónicas, Vol. 1, dedicando tres capítulos a su estancia en Nueva York entre 1961 y 1962, y otros dos a las grabaciones de New Morning y Oh Mercy. En contraste, este libro alcanzó el segundo puesto en las listas de libros de no-ficción más vendidos en The New York Times, y fue nominado al National Book Award. Bien, reconozcámoslo, puede ser cierto que Dylan no es, en el sentido más purista, un literato. Pero también son incuestionables sus aportes de técnicas líricas cada vez más complejas y refinadas a la música folk de comienzos de la década del 60, infundiéndole el intelectualismo de la literatura y poesía clásicas. Y un resultado directo de su sofisticado manejo verbal fue el progresivo interés por parte de críticos literarios hacia su obra. Un buen ejemplo de esto fue un análisis de 500 páginas sobre el trabajo de Dylan, publicado por el profesor Christopher Ricks, equiparándolo con autores de la talla de T. S. Eliot, John Keats y Alfred Tennyson. Ejemplos concretos manejados por sus defensores para apoyar sus posturas a favor de la altura literaria de la obra de Dylan son, por ejemplo, una de sus canciones más famosas, Blowin' in the Wind, con una letra donde cuestiona el statu quo social y político de la época. Por su parte, el tema A Hard Rain's a-Gonna Fall, con sus referencias al apocalipsis nuclear, ganó resonancia en octubre de 1962, durante el desarrollo de la Crisis de los Misiles en Cuba. Al igual que Blowin' in the Wind, A Hard Rain's a-Gonna Fall marcó para Dylan un rumbo determinante a la hora de componer nuevas canciones, mezclando el uso del monólogo interior y la lírica más imaginativa con las formas tradicionales del folk. Más ejemplos los encontramos en el tercer álbum de estudio de Dylan, The Times They Are a-Changin, reflejo de un carácter más politizado, sofisticado e irónico a través de sus canciones, las cuales eran compuestas a menudo sobre la base de historias reales: el asesinato del luchador por los derechos civiles Medgar Evers, en Only a Pawn In Their Game; la muerte de la camarera negra Hattie Carroll a manos de William Zantzinger, un joven socialité, en The Lonesome Death of Hattie Carroll. Y Ballad of Hollis Brown y North Country Blues sintetizaban el agobio y desespero de las comunidades agrícolas y mineras a causa de la crisis de la época, recordando de forma muy estrecha la literatura de Erskine Caldwell y John Steinbeck. Otro ejemplo es Desolation Row, del álbum Highway 61 Revisited, con una perspectiva apocalíptica, a través de la cual Dylan busca transmitir referencias surreales a numerosas figuras de la cultura occidental, resumiendo en once minutos y medio una riqueza y variedad de personajes digna de Los Miserables de Víctor Hugo, o Guerra y Paz de León Tolstoi. A propósito de este tema el guitarrista británico Andy Gill escribió: "Desolation Row es un poema épico de once minutos de entropía que toma la forma de un desfile felliniano de imágenes grotescas y extravagantes, en el que aparece un enorme elenco de personajes icónicos, algunos de ellos históricos (Einstein, Nerón), algunos bíblicos (Noé, Caín y Abel), algunos ficticios (Ofelia, Romeo, Cenicienta), algunos literarios (T. S. Eliot y Ezra Pound) y otros que no encajan en ninguna de las categorías anteriores, en particular el Dr. Filth ("Dr. Suciedad") y su dudosa enfermera." La evocativa pieza Every Grain of Sand recordaba, según ciertos críticos, a los poemas de William Blake. Bien recibida por sus imágenes, fue en parte inspirada por el poema Augurios de Inocencia del citado Blake: “To see a world in a grain of sand And a heaven in a wild flower, Hold infinity in the palm of your hand And eternity in an hour.” "Para ver el mundo en un grano de arena Y el cielo en una flor silvestre Abarca el infinito en la palma de tu mano Y la eternidad en una hora.” Un ejemplo del propio Dylan, donde la denuncia alcanza proporciones épicas, es Masters of War, de 1963, incluida en el álbum The Freewheelin' Bob Dylan, en plena Guerra de Vietnam: Ustedes que construyen todas las armas Ustedes que construyen los aviones de la muerte Ustedes que construyen las grandes bombas Ustedes que se esconden detrás de las paredes Ustedes que se esconden detrás de los escritorios Yo sólo quiero hacerles saber que puedo ver a través de sus máscaras Ustedes que nunca hacen nada Sino construir para destruir Ustedes juegan con mi mundo Como si fuera su juguetico Ustedes ponen un arma en mi mano Y se ocultan de mi vista Y se dan la vuelta y corren más lejos Cuando vuelan las veloces balas. Más allá de las fronteras entre los distintos géneros y la controversia de si Bob Dylan merece o no el Premio Novel de Literatura, la calidad de sus composiciones y el fuerte impacto cultural de las mismas está fuera de toda duda. Y, por supuesto, antes de Dylan hubo grandes escritores de canciones, pero después de él casi todos quisieron serlo con una guitarra eléctrica en la mano, algo sugerido en el discurso de Bruce Springsteen en 1988, cuando Dylan fue admitido en el Salón de la Fama del Rock and Roll: "Bob liberó nuestra mente del mismo modo en que Elvis liberó nuestro cuerpo. Nos enseñó que el mero hecho de que la música fuera naturalmente física no significaba que fuera anti-intelectual." Y en eso Bob Dylan ha sido mucho más que una simple estrella del rock, es una especie de sistema de medida, y después de escuchar sus discos nadie puede aspirar a ser un compositor serio dejando las letras aparte. Por supuesto, es posible escribir canciones inolvidables con letras para nada memorables. Ejemplo clásico: los primeros discos de The Beatles, a quienes Dylan influenció de forma radical. Al respecto, George Harrison comentó: "Lo poníamos y nos trasladaba. El contenido de sus canciones y su actitud era increíblemente original y maravilloso." Aunque, sin lugar a dudas, el más impresionado por Dylan fue Lennon, quien, en un sincero intento por emularlo, transformó a The Beatles en la mejor versión posible de ellos mismos. Pero de John Lennon ya hablaremos en la próxima ocasión.