EL RUSO DE LA PANDERETA
Jorge Manriquez Centeno
1
“¡Vamos, Andrés, salgamos a jugar!” “¡Vámonos por ahí!” “¡Pato, vamos al ´kiosko´ a jugar canicas!”, el Tote le grita a sus amigos. Quiere jugar, pero recuerda que es el día que viene a la colonia el Ruso de la pandereta, con su gran oso negro, que baila, se hace el dormido y ronca. También se para en dos patas y anda por todas las calles, haciéndolos reír. Luego se va a la “cuchilla de Cucurpe”. Lo mejor es esperar a que empiece la función.
El oso del Ruso de la pandereta no es como esas fieras que viven en Saturno y Júpiter, que van dando vueltas a los anillos de ese planeta, adquiriendo mayor destreza y agresividad, con cada vuelta y color, como le decía su hermano Polo al Tote. Sucede que ahí deben vivir, porque está en su naturaleza la libertad y su destino, y no andar en las calles divirtiendo a la gente, le explicaba su carnal, sin que aquel chamaco entendiera el significado de esas absorbentes palabras.
Al oso del Ruso de la pandereta lo pueden tocar, acariciar incluso, y se pone contento cuando ve caer las monedas en la boina del ruso, o en su sombrero, que se ve tan gracioso, sobre todo cuando hace reverencias a su público: los escuincles de la colonia.
Ahí estan los chamacos de la colonia Magdalena Mixhuca, viendo al Ruso de la pandereta, que quién sabe que dice –“¡San pendejo, Tote, si es ruso!”, exclama el Pato–, pero el oso, ese gran animalón, lo obedece al extremo, más cuando mueve y escucha el metal de la pandereta ordenándole sentarse, saludar a la gente y correr en dos patas, y, lo más gracioso, es cuando baila, y todos entienden que hay que ponerle algunas monedas en su sombrero, las cuales van cayendo en ese gran precipicio que se llama tiempo.
Las monedas van cayendo y las risas se van alejando…
Lo que más les gusta a esos chamacos, es cuando baila esos exóticos bailes y se deja abrazar por el Ruso de la pandereta, que también es un gran animalón, dado que mide más de dos metros, que, para los pequeños cuerpos de esos escuincles, es un mundo. Dicen que es ruso por como habla, pero igualmente pudiera ser gitano o húngaro, o ambos, ya que no le entienden “ni papa”.
Todos le apodan el Ruso de la pandereta, y les gusta mucho cuando entona esos como cantos, que hoy son ecos en la memoria, que a veces tararea el Tote para regresar a esas calles que lo vieron llegar desde la esquina donde está la pulcata “La bella Carolina”, agitando armoniosamente la pandereta, haciéndola vibrar con esos sonidos metálicos, para, de pronto, pararse y empezar la función, justo en la otra esquina, ahí por las calles entrecruzadas de Cucurpe y Vicente Guerrero, casi enfrente del 41, esa como “cuchilla”, que todos llaman el “puente” . Todos aplauden, y esperan la función.
(Veo esas calles, estoy afuera de la pulquería “La Bella Carolina”, siento ese aroma entremezclándose con el olor de la chocolatera “La Corona” y, de nuevo, respiro en paz, con la brisa de aquellos días.)
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2
Aún estoy parado en el “puente”, esperando la función. No aparece. Estoy ansioso.
¡Quiero ver al oso del Ruso de la pandereta!
¡Quiero que venga cantando a lo largo y ancho de la calle Vicente Guerrero, para escucharlo y ver la actuación de ese gran oso!
¡Mira aquí traigo unos centavos para ponértelos en tu sombrero que tanto me gusta! Abanica el tiempo.
¡Quiero ver de nuevo bailar al oso en dos patas, y que dé vueltas para rodearnos con el tiempo, que se decanta en ese sombrero!
¡Quiero escuchar, de nuevo, el sonido de la pandereta! Es un sonido metálico por el resplandor del sol. Estoy buscando los movimientos, gestos y sonidos de ese oso, que es nuestro, de la colonia.
¡Quiero regresar a mis calles e ir pasando el sombrero entre la gente para ver caer las monedas!
¡Quiero quitarme esta rabia de viejo de sesenta años, que, a veces, me atrapa en ese laberinto en que me voy por lo que hubiera podido haber hecho de mi vida!
El hubiera es un gran foso, más cuando escuchas la harmónica que troquela el pasado en un blues.
¡Quiero volver a sonreír y ahondarme con las campanadas del tiempo!
¡Quiero escuchar “Mr. Tambourine Man”, y que el “hombre de la pandereta” toque una canción para mí, hoy que quiero ir contigo, madre, y abrazar el tiempo con el tintineo de la mañana!
¡Quiero ver por última vez al Ruso de la pandereta, con ese gran oso negro, animando las calles, mis calles, ahora que están tan lejos!
¡Quiero estar con todos mis primos, amigos y amigas. Estar acuclillado, esperando que empiece la función!
…
…
De repente, escucho:
“¡Silencio!”, grita el Pato.
“¡Silencio!”, repite mi primo el Queso.
Empieza la función.
Es el Ruso de la pandereta y viene con el oso negro que se para en dos patas.
El Ruso empieza a golpear rítmicamente la pandereta.
El Ruso de la pandereta canta al compás de la pandereta.
El oso baila al compás de la pandereta.
La moneda está en el aire.
La botella está girando, apuntando por todos lados. Nos va enfilando por los derroteros que habremos de tomar.
Estamos en el “puente”, por la “Cuchilla”, por donde vive doña Susanita. La música y los cánticos están haciendo girar esa botella, y la moneda está en el aire.
Pasando el tiempo, a cualquiera nos puede tocar extender el sombrero para pedir unas monedas, para que no nos lleve el viento.
Pasando el tiempo, solo quieres caer en ese foso extendido en la palma de tus manos. Pero el tintineo de la pandereta nos puede hacer reír hasta el último instante.
Jorge Manriquez Centeno es reseñista y está en proceso de publicar su obra poética y narrativa. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), así como de otros estudios de posgrado.
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