épicas del sur

Cuento Mención del Premio Kovalivker 2023: Anselmo de Reinier Del Pino

Café Naranjo publica el cuento mención del Premio Kovalivker 2023: Anselmo de Reinier Del Pino.

ANSELMO
Reinier del Pino

…Y que aventurera que se ha puesto la juventud…
Dúo Buena Fe.

Antes de atravesar la avenida, sin levantar la vista, Danny tragó saliva. Sería una conversación difícil. La más difícil de su vida. Entró al establecimiento de McDonald’s como un autómata. La mirada fija, las manos metidas en los bolsillos. Al verlo, Cindy se puso de pie. La mirada de Danny la encontró al fondo, junto a la antigua máquina de música. Llevaba blusa azul y vaqueros. Lucía espléndida, como siempre. El joven se acercó con las manos extendidas. Se abrazaron con fuerza.
―Lo de siempre, Charlie ―el mesero hizo un gesto discreto y se retiró sin darles la espalda.

Cindy no pudo aguantar la curiosidad.
― ¿Cómo te fue el viaje? ¿Lo viste? ¿Te recibió?
―Son muchas preguntas, Cindy. Demasiadas preguntas. No sé si te gustará la historia que traigo de Cuba.
― ¿Está enfermo?
―No te voy a engañar. Está hecho un asco.
El rostro de Cindy se ensombreció. Extendió las manos sobre la mesa y agarró las de Danny. Un ligero temblor la sacudió de arriba abajo.
―Quiero que me lo cuentes todo, mi hermano. Yo soy fuerte. Estoy preparada para lo que sea.
Danny vaciló un instante. Se acomodó en la silla y comenzó su relato.
―Cuando llegué a La Habana pensé que me recibiría con el orgullo habitual. Con los discursos. Con la cabeza alta como hace años me despidió en la puerta, cuando me dijo que le partía el corazón abandonando mi país. En aquel entonces ni siquiera mencionó que a él también lo abandonaba.
―A mi me dijo que me perdonaba haberme enredado con un extranjero. Era mi vida y podía hacer con mi culo un tambor. Sin embargo no me perdonaría nunca arrastrarte en mi aventura. Me acusó de lavarte el cerebro con la propaganda enemiga…
―Estuve tentado a no visitarlo ―interrumpió Danny―. Antes del viaje tuve pesadillas. Un ataque de pánico durante el vuelo. Necesité armarme de valor para llegar hasta la casa. El corazón se me apretó frente a la aldaba de bronce. Estaba igualita.
―Esa era la base cuando jugábamos a las escondidas ―Cindy sonrió―. En aquella época nos llamábamos Robertico y Carmen de la Caridad. Cindy y Danny no existían.
―Estuve cerca de veinte minutos frente a la puerta sin poder tocar. Sin dominar mi mano que quería extenderse hasta el metal. Cuando logré romper el estado de parálisis fueron unos golpes delicados. En el fondo no quería que me respondiera. Deseaba que la puerta no se abriera. Cuando lo tuve frente a mí sentí que la tierra se abría y me tragaba.
― ¿Está muy viejo?
―Te lo juro, mi hermana, que hubiera preferido no verlo en ese estado. Tenía los ojos vidriosos y perdidos. Le faltaba el aire cuando hablaba y se fatigaba con los mínimos gestos. Es una ruina de hombre. Sentí lástima. Lástima y vergüenza.
―No te atormentes. Nosotros elegimos nuestra vida y él eligió la suya.
―Lo dejamos solo.
―Tuvo la oportunidad de venir y no lo hizo.
―Tuvimos la oportunidad de quedarnos con él y preferimos partir. Me pidió que pasara. «Esta sigue siendo tu casa», me dijo. «Un poco más vieja que como la dejaste. Ya necesita unas reparaciones. A veces creo que son los recuerdos los que la mantienen en pie».
― ¿Está muy destruida, Danny?
―La estructura es la misma. Como si se hubiera congelado en el tiempo. Pero la vibra es otra. Le falta espíritu, alegría.
― ¿Todavía están allí los sillones que mamá no nos dejaba mover vacíos porque llamaba a los muertos?
―Todavía.
― ¿Y el librero?
―Con los mismos sujetadores y el atlas apoyado en la jarra carmelita del corsario incrustado.
―No puedo creerlo, Danny. Todo está igual.
―En la pared de la sala están todavía las fotos de Fidel y de Raúl. Jóvenes los dos. Tomados del brazo y levantando un solo puño en señal de victoria. Le pregunté si no pensaba quitarlos nunca.
― ¿Qué te dijo?
―Se puso en guardia. Levantó la vista y creo que aguantaba para no llorar. Me dijo que ellos, los Castro, habían cometido errores como cualquier ser humano. Que nosotros éramos sus hijos y nos habíamos equivocado más que ellos. Aún así nos había perdonado. ¿Por qué con ellos tenía que ser distinto?
Cindy sacó un pañuelo y con la punta del tejido enjugó una lágrima mientras el camarero servía una fuente con pastelitos de guayaba. Danny agarró uno de los dulces y comenzó a moverlo entre los dedos. Tomo aire y continuó en tono grave.
―No quise contradecirlo. Es verdad que nos equivocamos muchas veces. Me dejó solo en la sala y fue a la cocina. Lo sentí trasteando. Apareció con dos tazas de café. Las mismas tazas.
―Las de la islita con una palmera.
―Sin asa.
―Me parece que las estoy mirando ahora.
―«Del bueno», me dijo. «Lo tenía reservado para una ocasión especial. No me imaginé que fuera tan especial».
―Está bueno― le comenté―. Yo traje unos paquetes del que tomamos allá. A mi hermana no puede faltarle.
― ¿Qué te respondió?
―No quieres saberlo.
―Quiero saberlo todo.
―Me dijo que con el tiempo uno aprende a vivir sin las cosas que no le pueden faltar. A prescindir de todo y depender solo de uno.
―No me perdona.
―No le guardes rencor, mi hermana. Es un viejo cagalitroso. A veces me da cargo de conciencia.
― ¿Crees que fue una mala idea lo del viaje?
―Eso ahora no tiene importancia. Me dijo que pensaba en nosotros todos los días. Que en su soledad estábamos junto a él de alguna forma. Sacó las fotos.
― ¿Pudiste quitarle alguna?
―No lo permitió.
―Debiste insistir.
―Me dijo que cuando se muriera podíamos recogerlas. Que eran nuestras. Pero en vida lo ayudaban a seguir adelante. Las conserva todas. El bautizo cederista, la marcha del primero de mayo, nosotros en uniforme con la pañoleta… Hay una tuya que no recordaba. Parada frente a toda la escuela, en el matutino, con dos motonetas y lazos rojos. Parecías un bicho raro.
―No recuerdo. Es triste no recordar. ¿Se alimenta bien?
―Almuerza y come junto a los asistidos del gobierno. Allí tiene una asignación.
― ¿Le dijiste algo sobre el dinero?
―No encontré el valor.
―Podemos ayudarlo. Si fuera menos intransigente…
―También recibe una pensión.
―Nunca voy a entenderlo. Podría estar bien. Podría estar con nosotros. Con sus hijos.
―Ya no somos sus hijos. Robertico y Carmen de la Caridad murieron hace años. Sus hijos no existen tal y como él los recuerda.
―Pero dice que nos perdonó.
―Todavía habla de mamá.
―Ella se fue más lejos.
― ¿No te das cuenta? Su vida está sembrada de abandonos. No puedo explicarte lo orgulloso que estaba de él. Lo escuché hablar con soberbia. Relatar sus últimas proezas en la cuadra. Mostrarme los diplomas. Las medallas. Me habló de su prestigio en la zona a pesar de que sus hijos se habían largado del país. «Anselmo, necesito que revise este comunicado. Anselmo, una carta para el centro de trabajo. Anselmo, para que nos ayude con una verificación…» Tiene una caja de papeles. Algunos viejos y gastados. Envueltos en nylon, amarrados con tiras de tela. Está lleno de polillas. En los huesos. En las paredes. En los papeles de la caja
― ¿Le propusiste al menos que nos visitara?
―Lo siento Cindy. No pude hacerlo. Esta vez reconoció que aquello tiene sus cosas. Pero fue firme en su declaración. Puso el parche antes de que saliera el hueco. «Yo me muero como viví».
―Va a morirse.
―Va a morirse solo.
―Nosotros también.
―Todos morimos un día. Nosotros comenzamos a morir cuando llegamos a este país.
―Nos tenemos el uno al otro. Tenemos los pastelitos de guayaba. Los recuerdos.
―Anselmo sigue usando la gorra verde olivo. No se ha puesto ninguna de las que le he mandado.
―No tenían propaganda.
―Dice que no van con él.
― ¿Es un héroe?
Danny colocó el pastelito sobre el plato y miró a los ojos de su hermana. Por un momento pareció buscar una respuesta. Una para la que no estaba preparado.
―Es un hombre― dijo.
― ¿Entonces?
―Cuando llevaba un rato conversando con él, cuando se agigantaba en su tozudez se apareció el muchacho.
― ¿El muchacho?
―Tendría unos siete años.
― ¿De qué muchacho hablas, Danny?
―Anselmo se puso nervioso, Cindy. Me di cuenta enseguida. Trató de disuadir al chiquillo para que se fuera.
―No comprendo…
―El muchacho entendió las indirectas y volvió sobre sus pasos. Desde la puerta le gritó con inocencia. « ¿Y por la tarde, tampoco tendrá durofríos?».
― ¿Danny…?
―Se quedó sin habla, Cindy. No dijo una sola palabra en toda la tarde. A cada pregunta mía respondió con monosílabos. Antes de irme le pregunté si tenía licencia para vender durofríos.
― ¿Te atreviste a tanto?
―Necesitaba saber.
―No quiero la respuesta, mi hermano. Prefiero quedarme con la duda.
Los dos jóvenes comparten el silencio del establecimiento. Los clientes entran, hacen sus órdenes y salen con el pedido. Pocos se quedan a consumir. No hay tiempo para quedarse. El tiempo se cotiza demasiado alto. El tiempo…
De los ojos de Cindy se escurre otra lágrima. Disimula con el pañuelo. Vuelve a tomar las manos de Danny. Su intento de sonrisa es una burda mueca.
― ¿No vas a comerte los pastelitos?
El joven contempla los dulces en el plato.
―Pediré una hamburguesa.
―Charlie… Dos extra grandes ―la voz de Cindy se escucha oscura. Como salida de una cueva.
Ahora es su hermano quien le devuelve la caricia. Le aprieta los dedos. Las palabras surgen espontáneas. Al unísono. Como en aquellos tiempos en la Isla, cuando los regañaban por alguna travesura y se excusaban a coro. O cuando el padre les hacía repetir los versos de José Martí, por sí a su grupo le tocaba el matutino.
―Para llevar, Charlie. Que sean para llevar.


Reinier del Pino Cejas (La Habana, 1980)
Licenciado en Contabilidad y Finanzas. Periodista, poeta, narrador y locutor. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Ha sido galardonado en certámenes literarios de Cuba, España, México, Uruguay, Argentina, Chile y Puerto Rico. Obras de su autoría aparecen en antologías publicadas en Cuba, España, México, Uruguay, Chile y Puerto Rico. Sus trabajos periodísticos han sido premiados en múltiples eventos de la Radio y la Televisión. Ha publicado los libros Poesía de pensamiento, de ensayo (Editorial Lagrimas de Circe, 2019) Por los Valles de mis sueños, en poesía infantil (Editorial Unicornio, 2021) y Canto a Nuestra América, de poesía (Amazon 2021) Ha colaborado en el periódico el artemiseño, la revista La Diana, El Caimán Barbudo, La Jiribilla y el Portal WEB de la UNEAC.


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3 respuestas a «Cuento Mención del Premio Kovalivker 2023: Anselmo de Reinier Del Pino»

  1. Avatar de Kenia Rodríguez
    Kenia Rodríguez

    Excelente historia. Un tema muy emotivo para los cubanos de aquí y de allá.

  2. Avatar de Pedro Luis Azcuy
    Pedro Luis Azcuy

    Emotivo texto, amigo

  3. […] Por Reinier del Pino Cejas.  (Más de este escritor) […]

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