épicas del sur

La mas jugosa de las palabras

Capítulo Animal, Vegetal, Mineral de la novela La más jugosa de las palabras

(Capítulo Animal, Vegetal, Mineral de la novela La más jugosa de las palabras)

Una lectura fresca, moderna y atractiva nos parece la novela «La más jugosa de las palabras» de la escritora cubana Asel María Aguilar Sánchez, este es el segundo que se publica en Café Naranjo, esperamos que sea del agrado de nuestros lectores y que nos compartan, nos gusta seguir creciendo con ustedes.

Animal, Vegetal, Mineral
Asel María Aguilar Sánchez

La culpa de que Centauro estuviera en medio del océano, sin tocar costa ni hembra durante meses consecutivos, la tenía un asno —jumento, borrico, pollino o burro—, sin descartar la crisis económica que echó a la gente a buscarse la vida en cualquier confín.

Nombre de perfil: Centauro. Plataforma petrolera en el Báltico.
Busca: Dirty chat, Dirty talk.

Cada día, después de doce horas seguidas de trabajo, Centauro estaba desesperado por hablar con alguien y se conectaba al chat. La pantalla mostraba su rostro exhausto y un trozo de océano por la ventana circular del camarote. El ruido de motores y tuberías era permanente en esa mole de tecnología flotante que intentaba robar lo que el mar esconde bajo su falda. Circe lo escuchaba con paciencia.


Después de un par de conversaciones contó que su matrimonio con Carmelita estaba en un momento delicado: se habían casado al año de haberse conocido y vivieron felices hasta el día que Carmelita regresó a casa antes de la hora de costumbre y lo encontró montando un burro en el medio del salón de la casa.


Pero no se trataba de un burro de carne y hueso sino de plástico; cabía en una caja de cartón y lo tenían que inflar para que el aire le conformara orejas, patas y rabo. Después de inflado se veía el hueco que tenía bajo la cola. Si se colaba algo por ese agujero activaba un mecanismo secreto que producía el poco agraciado rebuzno de los asnos reales.


Carmelita sorprendió a Centauro arrodillado en el piso, haciendo rebuznar al animal en intervalos regulares. Ella no supo si ofenderse o morirse de la risa; había olvidado totalmente aquel regalo-broma de la despedida de soltero de Centauro, que creía sin estrenar. Él intentó explicarle que era una tontería, un juego para espantar el aburrimiento mientras derretía la mantequilla de sus espaguetis. Pero Carmelita optó por enfadarse y, terca como una mula, no quiso escuchar ni pronunciar una sola palabra.


Centauro lamentó haber herido su orgullo femenino, pero le parecía una exageración que su esposa considerara el percance como una infidelidad. Avergonzado, culpó de lo ocurrido a su niñez en el campo, donde no llegaban los trenes, ni el correo, ni las leyes de protección animal: los muchachos campesinos experimentaban con la naturaleza de maneras impensables para el mundo civilizado. Ovejas, yeguas, chivas, mulas y hasta las alborotosas gallinas se volvían novias clandestinas. El trabajo duro en las plantaciones y establos más la vigilancia, a filo de machete, que mantenían los guajiros sobre sus hijas adolescentes, mantenían alejados a los chicos que eran manojo de hormonas. Una vez, atormentado por las urgencias del cuerpo, Centauro persiguió a una yegua joven. Cuando logro alcanzarla resultó que era un caballito y Centauro comprendió el proverbio: “En tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera”.


La mula Pomarrosa era muy solicitada por la chiquillería. Su dueño Genaro se las confiaba para que la bañaran en el río. Pomarrosa acogía, sin inmutarse, las embestidas, una detrás de la otra, de los muchachos del pueblo. Pero cuando le tocaba el turno al negro Cordoví, la mula volteaba la cabeza para mirarlo. Ese negro era el único capaz de tocarle la fibra al animal; ante él, todos los muchachos se sentían desprovistos. Por la tarde, Genaro recibía su mula limpia y con el pelaje cepillado.
Carmelita lo trataba como a un enfermo y Centauro se arrepintió de su sinceridad. No tenía que haberle contado que en los días de sacrificio de ganado le hacía el amor a un hígado de res, sangrante y todavía caliente. O de cuando se perdía en los platanales con los demás muchachos, entre ellos los hermanos de la propia Carmelita. Después de hartarse de plátanos maduros, Centauro escarbaba con su cuchillo de monte un agujero profundo en el árbol; tras una leve resistencia vegetal, la corteza mostraba el interior húmedo como el de una mujer. Centauro de deslizaba de afuera hacia adentro. Por su mente desfilaban las mujeres del pueblo, jóvenes y viejas, parientes o vecinas: todas se juntaban para él en el tronco inmóvil del platanero.

Lea el capítulo Sexo de la más jugosa de las palabras.


La conversación de Centauro con su esposa les costó horas, lágrimas y nervios. Pero Circe la escuchó entre carcajadas y en pocas horas de conexión. El Báltico era demasiado remoto para que el hombre se avergonzara de compartir con una extraña su vivencia adolescente.
El trabajo en la plataforma petrolera fue un alivio para Carmelita. Su marido se mantendría algunos meses alejado de la casa, de la flora y la fauna terrestre. Mientras que Circe, entre el ruido de las perforaciones, se divertía con aquellas historias que eran inverosímiles para cualquier rasurado y bien vestido hombre de ciudad.


Pepe Pistola, un colega de turno de Centauro, venía de los campos petroleros de los desiertos de Colorado y Chihuahua; donde una desafortunada maniobra con las tuberías de un pozo le arrancó tres dedos de la mano izquierda. Solo se libraron el índice y el pulgar, dispuestos en el ademán amenazante que le valió el mote. Por él, Centauro supo de una tradición heredada por muchas generaciones de perforadores en el desierto: a la hora del crepúsculo, mágica en cualquier latitud, los hombres se adentraban en la intimidad de las arenas, cada cual con un trozo de cactus, carnoso y húmedo. Así sobrellevaban los largos turnos de trabajo y la falta de mujer.
Pero un buen día, Centauro no volvió a conectarse. Circe nunca supo el motivo, si fue por complicaciones en la plataforma o porque se había avergonzado de sus confidencias.


Internet es como una mujer caprichosa: un día te otorga algo y al siguiente lo quita con una facilidad absoluta. Los internautas cambian de sitio a la velocidad de un clic; entran y salen, parpadean en las redes, coquetean y luego se olvidan.


Circe intentó rastrearlo en los sitios web de unas cuantas compañías petroleras y por último en la organización australiana “Fuck for forest”, que incita al erotismo con la tierra y las frutas. Sin dudas, ese sería un buen sindicato para él. No pudo encontrarlo, solo sabía que Centauro era su nombre de usuario del LatinCupid y que su esposa se llamaba Carmelita, que más bien parece nombre de vaca.

Hasta aquí el capítulo de hoy de la novela La más jugosa de las palabras de Asel María, escritora de Café Naranjo. Agradecidos por la visita le invitamos a compartir en las redes. Como siempre feliz lectura y excelente día.


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