Café Naranjo publica el cuento, Los deseos que no calman la lluvia, de Ariel Hernández Reyes, con el cual ha obtenido Mención del Premio Farraluque 2025 de Literatura Erótica. Felicitamos profusamente al escritor e invitamos a nuestros lectores a disfrutar de su lectura.
Los deseos que no calman la lluvia
Ariel Hernández Reyes (Ar Herey)
Habían pasado semanas desde nuestra última conversación. Ella no solo era una ausencia, era un eco persistente en mi mente, un vacío que se expandía con el tiempo. No podía evitar recordarla: su piel morena, el brillo de sus ojos negros, la manera en que su risa resonaba como una melodía que nunca terminaba. Pero también llegaban a mi mente las discusiones, su terquedad, esa forma suya de imponer su voluntad como si el mundo girara alrededor de sus decisiones. Era una contradicción viviente, belleza y carácter, dos caras de una moneda que yo no dejaba de girar en mis manos y me preguntaba cuál de las dos pesaba más.
Una tarde, mientras intentaba distraerme de mis pensamientos, mientras revisaba mi teléfono sin rumbo, un mensaje inesperado apareció en la pantalla:
—Hola, soy Rachel. ¿Quieres comprar fotos o videos?
Era uno de esos mensajes que normalmente ignoraría, pero algo en el me llamó la atención. Quizás era el deseo de escapar de mi propia mente, de llenar el vacío que la ausencia de ella había dejado. O tal vez era solo la necesidad de sentir algo, aunque fuera fugaz y artificial.
—¿Cómo sé que eres real? —tecleé, casi sin pensar.
Como respuesta llegó una foto. La imagen era tan cautivadora que por un momento olvidé respirar. La mujer que aparecía en ella tenía unos ojos claros que parecían contener secretos inalcanzables. Sus labios tenían una curva perfecta, como si estuvieran diseñados para provocar. A través de su blusa entreabierta se insinuaban sus formas, lo suficiente para encender mi imaginación sin revelar demasiado.
No creía que en realidad ella fuera la que me escribía, pero algo en mí decidió seguir adelante. Compré un video y algunas fotos. El video resultó ser decepcionante, carente de alma. Sin embargo, las fotos… Las fotos eran otra historia. Esa imagen me atrapaba: su cabello caía sobre uno de sus hombros como si fuera una caricia suspendida en el tiempo. En una de las fotos mordía ligeramente su dedo índice, y ese gesto sencillo me hizo perderme en fantasías incontrolables.
Mientras contemplaba esas imágenes, sentí cómo mi mente comenzaba a jugarme trucos. De repente, ya no estaba solo en mi habitación. La vi venir desde la distancia, caminando por un campo abierto bajo un cielo gris cargado de lluvia. Su figura era inconfundible: cada curva parecía diseñada para atraerme. La lluvia comenzó a caer justo cuando ella llegó a unos pasos de mí. La ropa se pegó a su cuerpo, revelando más de lo que ocultaba, y yo no podía apartar la vista. Cada gota parecía resaltar los contornos perfectos de su figura, convirtiendo cada movimiento suyo en una danza hipnótica.
Ella extendió la mano hacia mí y dijo:
—¡Ven!
No hubo palabras después de eso, no hacían falta. Me acerqué y tomé su cintura con ambas manos. Su piel estaba húmeda por la lluvia, y el contacto envió un escalofrío por todo mi cuerpo. Ella sonrió con una expresión traviesa que decía más de lo que cualquier frase podría expresar.
Mis manos subieron lentamente por su espalda mientras nuestros cuerpos se acercaban aún más. Sentí sus senos presionarse contra mi pecho, incluso a través de la ropa mojada podía percibir la firmeza de sus pezones erectos. Mi respiración se aceleró cuando nuestras miradas se encontraron nuevamente.
Finalmente, nuestros labios se tocaron. Fue un beso lento al principio, lleno de exploración y expectativa. Pero pronto se volvió más urgente: nuestras lenguas se buscaron con hambre, como si intentaran devorar el espacio entre nosotros.
La lluvia seguía cayendo sin tregua mientras nuestras manos comenzaban a deshacerse torpemente de las barreras textiles que nos separaban. Su blusa cayó al suelo empapado y mis dedos recorrieron su piel desnuda con avidez, memorizando cada centímetro como si fuera un mapa secreto diseñado solo para mí.
Ella deslizó sus manos por mi pecho hasta llegar al borde de mi camisa mojada y tiró de ella hacia arriba con determinación. Cuando finalmente quedó expuesta toda mi piel al frío y húmedo aire, sentí sus labios recorrer mi cuello y mis hombros con besos ardientes que contrastaban con el clima.
Nos dejamos caer al suelo sin preocuparnos por el barro que nos rodeaba. Nada más importaban nuestros cuerpos entrelazados y el calor creciente entre nosotros. Ella tomó el control por un momento, subiendo a horcajadas sobre mí mientras sus caderas trazaban movimientos lentos, pero firmes contra las mías.
El barro cubría nuestras piernas y brazos mientras rodábamos juntos por el suelo resbaladizo, riendo entre jadeos y gemidos ahogados por besos interminables. Cada vez que pensaba haber descubierto todo lo que podía ofrecerme su cuerpo, ella encontraba una nueva forma de sorprenderme: una caricia inesperada aquí, un mordisco juguetón allá.
La lluvia seguía cayendo cuando finalmente nos rendimos al deseo. Nuestros cuerpos se movieron al unísono en un ritmo primitivo e instintivo, y cada movimiento suyo parecía diseñado para llevarme al límite del placer y luego detenerse justo antes del abismo.
Cuando todo llegó a su fin, y ambos yacíamos exhaustos sobre el barro húmedo bajo el cielo gris, la observé con una intensidad que me robaba el aliento. Su cabello empapado caía desordenado sobre su rostro, salpicado de gotas que brillaban como pequeñas joyas, reflejando la luz tenue. Sus ojos, profundos y ardientes, me atrapaban en una mirada que fusionaba satisfacción y un desafío provocador, como si cada parpadeo susurrara secretos de un deseo aún latente.
En ese momento sonó mi teléfono… Y todo desapareció.
Abrí los ojos y me encontré solo en mi habitación otra vez. El barro había sido reemplazado por sábanas limpias y secas. La lluvia era únicamente el eco lejano del agua golpeando contra mi ventana.
El mensaje decía:
—¿Quieres más? Entonces paga.
Miré la pantalla durante varios segundos antes de soltar una risa amarga. Había sido solamente una fantasía… pero durante esos momentos fugaces había parecido tan real como cualquier recuerdo verdadero.
Apagué el teléfono sin responder al mensaje y cerré los ojos nuevamente. Aunque sabía que nunca volvería a verla —ni siquiera sabía si realmente existía— todavía podía sentir sus labios sobre los míos… Y eso era suficiente para mantener viva la chispa por un poco más de tiempo.

Ariel Hernández Reyes
(1974)
Pertenece a los talleres literarios “Espacio Abierto” y “Fractalia”. Fue Finalista del concurso “Oscar Hurtado 2024” en los géneros de “cuento de ciencia ficción” y en “cuento de fantasía”. Ha participado en múltiples concursos literarios como los campeonatos de escritura creativa “Consignas” y “Kovalivker”, en este último, uno de sus cuentos fue seleccionado como uno de los mejores veinte para ser publicado en la antología. Fue premiado con la primera mención en el II Concurso nacional «Mínimo, Cuentos Breves», primera mención en el XXIX concurso de literatura erótica «Farraluque 2025». Posee dos cuentos publicados en la antología «Cuentos y relatos del Equipo Acuarela» de la Editorial “Atelier” de Argentina. En la revista “Acuarela” de Argentina están publicados dos cuentos y en el primer número de la Revista “Letras infinitas” de ecuador hay publicado un cuento infantil.
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