Hoy le traemos la refrescante lectura, “Departures”, de Asel María Aguilar Sánchez, esperamos sea de tu agrado.
Departures
Cada minuto, una hendija abierta. Tras el cristal, la pista donde rodarán los sueños hasta sacudirse lo imposible en un salto hacia las nubes. En los bolsillos, un ahora que será pasado en otro espacio, a bordo, donde el aire se respira puro pero también más frío. Se revuelve en el asiento, quiere desoír las voces de los amigos que la distancia tornarán difusas como voz de muerto. Deseos y promesas son una inyección que no logra reanimarlo. De niño saludaba con el pañuelo los aviones sobre su cabeza y acostado en la hierba extendía los brazos en señal de un aterrizaje imposible. Cómo será el reverso de las nubes, puestas de alfombra bajo los pies. Los amigos aprovechan el ensueño para robar las bases en los juegos de pelota y el perro le saca la carne del plato si corre a saludar al avión del mediodía.
Tras la puerta de salida, pájaro en mano, espera el que va a cargar con las ambiciones, su equipaje magro y las fotos de familia. Niquelado, perfecto, tentador. Su primer vuelo en una avioneta de fumigar sembrados le enseñó para siempre el sabor de su bilis y la conciencia de su propio peso; después aseguró a los del barrio que la nube es al tacto pluma de ganso, espuma y luego nada.
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Llaman los altavoces y tarda unos segundos en percatarse de su inexorable condición de pasajero. Pantallas luminosas lo conectan con el limonero del patio y el ron turbio de la juventud. Confunde el ruido con la algarabía de su calle, los pregones, los ladridos sepultados en un rincón del jardín, imagina la hierba poblando el montículo, enraizando los pequeños huesos. La risa de la madre dejará de ser repiqueteo de la lluvia sobre el zinc para renacer apenas sonrisa detrás del auricular algún domingo a fin de mes o cuando se pueda. Se mueve hacia la puerta de salida y le aterran sus pasos. Hace tiempo, camino a la escuela avanzaba tres pasos y retrocedía dos, para ir lento y a la vez tener en paz la conciencia por seguir la dirección correcta; lo mismo que al encuentro de la primera cita, para darse tiempo y calmar al corazón.
Ahora le teme a una puerta despejada, agradece lo amplio de la sala, la demora, el tumulto. Piensa en las horas enredadas en filas interminables, ómnibus que no llegan, helados imposibles de saborear por demorados. En la espera el tiempo se deshace y pierde su concepto, ya no importa. Recuerda y aprieta el paso hacia la puerta de embarque. Pero lo atan del cinto el himno de la escuela y aquel amigo que en la fila espera el golpe en la oreja al menor descuido de la maestra. Otro amigo le pincha la pierna con la punta del lápiz y la fila toda se retuerce. Qué es la amistad sino dolor breve, retozo compartido.
No hay cara conocida en esta sala. La mano se acalambra, pesa la maleta como llena de metal, aunque el detector sólo revela un cuerpo impuro de añoranza anticipada. Se acerca y lo presiente, el punto donde es imposible detenerse y una mitad muere, cuelga sin remedio de la otra parte ya condenada a respirar a medio pulmón. Y no importa si los pasos lo conducen al avión o a la oficina donde aprendió que desear los viernes es atentar contra la juventud que se escapa. La sensación permanecerá incluso si vuelve al ómnibus que evitaba al final del trabajo, cuando aún creía vencer la monotonía. Nada puede empalmar mitades si una de ellas se aferra a la tierra de lo que pudo ser. Poco importa si es tierra al norte o al oeste; la razón, la decisión acertada queda para siempre en el sitio opuesto al del cuerpo físico.
La puerta está a punto de cerrarse, el altavoz apremia, en la escalerilla lo despeina un aire definitivo. El cinturón hace ruido de ventana cerrada, de cuchillo roto. Primero ruedan en círculo, con lentitud que tienta a los arrepentidos. Después el vacío, a salvo por la capa de metal bajo los pies. Los motores en lo alto dejan caer cantos de sirena. Son pocas las palabras, cada quien en su asiento y en su mundo. Los codos se tocan y la disculpa tiene el tono de las contestadoras. Si el avión se agita presa de una corriente adversa, todos hablan nerviosos, casi sonríen, con la elocuencia nacida del miedo y que se aferra al temor ajeno como tabla de salvación. Pasado el momento, cada quien levanta su pared. El vecino vuelve a ser el que ronca y mastica con la boca abierta, dueño de un codo que invade el espacio alquilado. El que no importa.
Hay luces al alcance de las alas. Anuncian un nombre de ciudad que cuesta deletrear. Dan las gracias. Aplauden. No es el bullicio conjuro para la soledad.
Hasta aquí el cuento, “Departures”, de Asel María Aguilar Sánchez, los invitamos cordialmente a compartir nuestra historia en las redes. Te deseamos un feliz día.
Asel María Aguilar Sánchez
Escritora miembro de Café Naranjo. Natural de Manzanillo, Granma, Cuba. Egresada en el 2007 del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso de la Habana. Sus libros Agua pequeña (2016) y Muchacha con frio (2019) fueron publicados por la Colección Sur, Cuba.
Geóloga de profesión, trabaja actualmente en el Instituto Federal Suizo de Tecnología, ETH Zurich.
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