Publicamos en Café Naranjo un nuevo Capítulo de la Novela La más jugosa de las palabras (Darién) de Asel María Aguilar Sanchez
Darién. La ruta de Yaviza.
Asel María Aguilar Sanchez
—No pierdan de vista el río, ese sendero los lleva directo hasta Yaviza
Avanzaban bordeando el río, por un sendero que había sido bordado por miles de pies y que temían perder de vista cuando se extinguiera la lámpara del crepúsculo. Según lo que había dicho el guía, si lograban mantener un buen ritmo en tres días llegarían a Yaviza. Los hombres se entretenían discutiendo sobre futbol, medio en francés, medio en español. Noris era fanático del Real Madrid y Rauli seguía al Juventus; entre jugadas y goles la caminata se hizo entretenida. De vez en cuando, Rauli prendía la linterna de su celular para chequear el sendero, la batería podría durar 48 horas y tenía otra más de repuesto. Se durmieron bajo el diluvio que caía del cielo del Darién.
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Por la mañana reanudaron la marcha con buen ánimo, después de desayunar una lata de sardinas. Rauli se puso su eterno pulóver de Marchisio. Nasha se rezagaba mientras ellos dos parecían un par de muchachos camino a un partido de futbol, reían, se tomaban fotos y pateaban pelotas imaginarias en el sendero.
Poco a poco el tiempo dejó de existir, se materializaba solo a la hora de comer y dormir. Las mochilas, bajo la lluvia, parecían haberse hecho de plomo, las piernas pesaban como si caminaran por el fondo del mar. Rauli abandonó la colcha y un par de tenis que pesaban como melones. Ya no hablaban, las fuerzas apenas les alcanzaban para encender el fuego bajo la lluvia y cocinar un poco de arroz en una caldera de hierro; la madera, al arder, despedía columnas de un humo espeso. Rauli se calentó los pies que se le habían llenado de ampollas, la hinchazón no lo dejó volver a calzarse las botas.
Dormían bajo la lluvia, sobre lajas como islotes en medio del río, con más miedo a los animales que a una crecida de las aguas. Rauli había visto en un documental que se podía neutralizar a un animal salvaje metiéndole los dedos en los ojos. Contaba con que, por lo menos, sabría defenderse. Entre los muchos trapos y objetos abandonados en la selva había encontrado un pantalón de franela de mujer, se lo puso y se alivió de las dolorosas rozaduras por su short de mezclilla que nunca alcanzaba a secarse.
Tenía la espalda en carne viva por dormir sobre un lecho de piedras, como en una incómoda cama de faquir. Noris se había torcido una rodilla, el fanático del Madrid había quedado fuera de juego. Se había improvisado una venda con un trozo de camiseta y Rauli lo ayudaba a trepar por las pendientes.
A veces se encontraban con grupos de hombres, mujeres con niños y ancianos pero apenas se saludaban. Si acaso un gesto de recelo antes de perderse de nuevo en la espesura, como si la selva del Darién convirtiera en enemigos a los hombres.
Avanzaban de noche, el tiempo se disolvía en las hojas, en la humedad que impregnaba el suelo y lo volvía una masa resbaladiza; cada pocos metros se caían y se levantaban como fantasmas de barro.
Cuando el río se escurría y se transformaba en una brazada de piedras abandonadas, ellos se quedaban sin norte y vagaban perdidos hasta que el río volvía a aparecer. Al cuarto día aún no había señales de Yaviza…
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