épicas del sur

Sobre «La orquesta imaginaria» de Rodrigo Díaz Cortez

De J. Ernesto Ayala-Dip (fuente: El País)

Cuando me puse a leer La orquesta imaginaria, la nueva novela del escritor chileno afincado en Barcelona Rodrigo Díaz Cortez, me vino a la memoria otra novela suya, Pequeño comandante (2011) y la existencia casi mágica (sin realismo mágico ninguno) de su protagonista, Benito, el niño aquel que en un pueblo en medio del desierto se instaló en un sillón que el mismo construyó para escribir sus impresiones sobre la gente que lo rodea, y sobre todo, sobre la historia de sangre y lágrimas de su país. Ahora retorna el novelista chileno con otra novela corta, de apretado lirismo, rotunda en su contenido tanto argumental como ético, al ambiente político sólo que abordado de nuevo de manera brillantemente elíptica. Hay una protagonista, Minina, la narradora de este sueño o pesadilla; junto a ella, hay a otros dos de parecido atractivo narrativo: el Astronauta, un chófer entregado a conducir tal vez al Hades a quienes lo rodean, fantasmas abatidos por las balas de la represión policial en el Chile actual, como si se tratara de un personaje de Virgilio; y Sinestesia, la chica que porta un mortífero 38. Rodrigo Díaz Cortez nos dice que todavía es posible hacer esa literatura que un día se bautizó como comprometida. El tiempo enseñó a los críticos y teóricos de la literatura que el compromiso antes tenía que ser con la escritura y la capacidad de invención. Eso se sabía desde Cervantes. Y entender eso hizo que el compromiso político en la ficción se dignificara y se hiciera más verosímil y legítimo. Hay también en La orquesta imaginaria el papel de los transgresores, como es el caso del Astronauta, que se enfunda en varios pantalones y varias chaquetas; el mismo caso de Sinestesia, que un día se tiñe el pelo de azul y otro día de otro color. La transgresión también se paga cara en una sociedad tan estrecha moralmente y por ello tan letalmente agresiva. Rodrigo Díaz Cortez utiliza capítulos breves para dar ritmo a su relato. La lengua literaria funciona en perfecta consonancia con un propósito directriz: sostener lo que se lee casi como una doliente fábula de los tristes días que se viven en algunas partes del mundo.


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