épicas del sur

Repetición y Destronamiento: “Sudoroso”, de Alberto Guerra Naranjo

SUDOROSO: ENSAYO Y CUENTO

Repetición y Destronamiento: “Sudoroso”, de Alberto Guerra Naranjo

Doctora Carola Heinrich, Universidad de Viena, Austria.

En el cuento “Sudoroso” de Alberto Guerra Naranjo, Sergio, portador de la voz y narrador extra y homodiegético, relata el encuentro accidental con Juanelo, viejo amigo del barrio, quien emigró y regresa de visita. Esta reunión forma el argumento general en el que se insertan escenas retrospectivas contando la niñez pasada juntos y su devenir hasta el momento dado. La focalización interna de Sergio se basa en un lenguaje familiar, una oración ininterrumpida, sin puntos, caracterizada por repeticiones y un discurso autónomo directo. Mientras habla inicialmente de Juanelo en tercera persona cambia, de repente el referente y le habla directamente con tú.
A la oposición doble antes mencionada, entre el emigrado y el cubano residente en la isla, y entre la persona que era entonces y la que representa ahora, se añade una tercera: esta oposición consiste en el aspecto racial, que ya había existido antes de que Juanelo se hubiera ido siendo niño. El cuento aborda la problemática del racismo, que es todavía evidente en la sociedad cubana, aunque hace más de cincuenta años se eliminó ante la ley, pero que no ha podido ser borrada de la vida común y de la mentalidad de la gente (Heras León, 2006; 11).
Ya de niños, crecidos en el mismo vecindario, esta oposición domina la relación entre ambos. La frase pronunciada por Juanelo, “tú eres negro” (Guerra Naranjo, 2007, 281), se ha grabado en la memoria del protagonista y contamina todas las decisiones que habrá de tomar en el futuro. En ese momento “de golpe había perdido (su) inocencia” (ibid.), Sergio se dio cuenta de que “un negro está obligado a ser tres veces el mejor para ser bueno” (281), por lo que “hurgaba en bibliotecas, entregaba trabajos prácticos en tiempo, regateaba notas, estudiaba, quería ser alguien” (ibid.). Se alejó del barrio, porque “a tiempo comprendió la maldición de las esquinas” (ibid.) y logró ser un Licenciado en Historia para orgullo de (su) madre, un tipo que disfrutaba en exceso su titulo colgado en la pared, profesor con la mochila repleta de libros, aprendiz de escritor dedicado a evaluar el pensamiento de los otros, alguien que había logrado la distancia deseada con el barrio” (283).
Juanelo, por el contrario, “ese blanquillo de barrio” (Guerra Naranjo, 2007, 281), cogió otro camino, se encontró “un mundo propicio en las esquinas, (s)e mezcló con gente de otros barrios, jug(ó) al taco todo el tiempo, al cuatro esquinas todo el tiempo, prob(ó) el ron primero (….) (s)e cas(ó) primero (….) hi(z)o un par de hijos” 282. Era “un chofer de carga por camiones que mejoraba por días” (ibid.). Es la oposición entre el intelectual negro y tolerante, y el blanco “socio” (ibid.) del barrio con sus condiciones racistas. Y aunque tenga una posición superior por sus posibilidades económicas y la vida le ponga muchas cosas a su favor, mientras Sergio se empeñaba estudiando, Juanelo es valorado de forma explícitamente negativa, con menosprecio. No cambia ni esta posición prepotente de Juanelo en cuanto a este pobre negro “quien sudaba a chorros sobre su bicicleta” (Guerra Naranjo, 2007: 280), ni esta devaluación aun cuando logra salir del país y a su regreso aparezca en “un carro brilloso, con música enlatada, de los que los turistas alquilan para pasearse por La Habana como príncipes” (279), con “putas que lo acompañaban, sus dedos de turista tamborilear sobre el timón, el anillo de oro, la cadena de oro, el cuello ancho y una amplia sonrisa” (280). Parece uno de esos “turistas tan gordos” (280) y se siente “dueño del mundo” (280), “necesitado de que (lo) viera feliz”(283), de “que todos contemplaran su gordura, su cerveza, sus cadenas” (ibid. 284). Y aunque sí lo envidia, “dese(ó) tener en (su) mano su cerveza(…) (lo) traicionó el calor y mir(ó) su maldita cerveza helada, intocable, reproducida exacta en los carteles de enfrente” (ibid. 280) en vez de contemplarlo, le pareció ridículo, le da risa, encontró “en el esfuerzo personal el modo de palear las diferencias, como diestro (cimarrón) de este tiempo aprendí(ó) a burlar ciertas trampitas de la vida” (283). Esta frase descubre la táctica narrativa, parodiando y burlándose de ese personaje que parece tan prepotente, y destronándolo de este modo. Este cuento emplea la parodia con el objetivo de invertir la correlación de poder.
Pero su supremacía se derriba no solo gracias a la parodia a nivel estilístico, sino también a nivel de la “histoire”, lo mismo en el pasado que en el presente del cuento, ambas veces motivado por el racismo y su intolerancia. Antes de irse, él, que hasta entonces tenia tanta suerte, es victima de un robo, lo cual marca el principio de su caída. Acusó a tres negros altos del crimen, aunque solo uno de ellos era negro. “Sobre la maldición que ech(ó) sobre los negros altos, la rapidez con la que recuper(ó) las cosas después de aquel robo”, empezó su caída con “los comentarios, la denuncia, la investigación que le hicieron, el desfalco que hizo, el juicio, la prisión, su divorcio, las canas, las estrepitosas borracheras”(Guerra Naranjo, 2007:283), hasta que intentó salir del país, “pero tenía mala suerte, siempre terminaba (….) regresado, encarcelado, frustrado” (284). Cuando finalmente logra salir, hacer su vida afuera y regresar a Cuba, de nuevo tuvo problemas, porque “abofeteó a un tipo (…), negro de mierda, le dij(o), luego lo bot(ó) del bar. Pero a los dos días, cuando ya se había olvidado de él, apareció en su puerta con un revólver en la mano y dejó a Juanelo con un hueco en la frente” (284).
Es una estructura de repetición, un doble derribo suscitado por su racismo que disuelve también ambas oposiciones abiertas inicialmente entre el cubano y el migrante, y la diferencia racial. Su distribución hegemónica del poder llega incluso a difuminar el tercer binarismo, no tratado hasta ahora. Se trata de la oposición entre Juanelo, el hombre que era antes de irse, y el que regresa desde el norte, cambiado. Parece tan ajeno, que el protagonista lo confunde inicialmente con un turista. Pero esta diferencia tan aparente se resiente de la misma manera a partir de la estructura repetida, que demuestra que no ha cambiado nada, que todavía es el mismo ignorante y racista que antes y la vida le pasa la cuenta.
Este es un cuento comprometido, en contra del racismo, que apela a la tolerancia, con la moraleja de que no hay una diferencia entre las razas, que “todo depende de la intención con que se mire” (Guerra Naranjo, 2007: 284). Lo expresa mediante el juego con la metáfora de Billy el Niño, a través de la cual se abre la oposición racial y que es retomada al final para cerrarla de nuevo:
“Tú eres negro, en el oeste no hay negros, Billy el Niño no es negro” (281).
“Cuando pasaron dos días, cuando ya casi olvidabas al tipo, apareció en la entrada de tu casa con uno de esos revólveres, los mismos que quisiste tener desde la infancia, dicen que lo miraste, que no insinuaste palabras, que sabias que era el fin de la película, que comprendiste allí mismo, en la escalera, que en el oeste sí puede haber negros, que todo depende de la intención con que se mire” (284)
La impresión inicial de que se haya asimilado tanto a su nuevo ámbito fuera de Cuba, tan distinto para Sergio como para su propio yo interior, ahora más extranjero que cubano, no se confirma. Pero por medio del racismo se provoca su doble destronamiento, lo que demuestra que todavía sigue siendo el mismo de siempre. En consecuencia, no cambia, ni su propia identidad individual ni su reaparición en el terreno cubano modifica en nada el acto de autodefinición de lo cubano para diferenciarse de él. Se afirma una identidad cubana, por un lado, mestiza y por otro transgrediendo las fronteras nacionales, ampliándola, porque, aunque haya emigrado, sigue siendo el mismo, sigue siendo cubano. Esta afirmación se pone de nuevo en duda a nivel estilístico. Porque por más que el texto demuestra una inmediatez real, afirma continuamente su carácter ficticio a través de un discurso autorreflexivo, un metarrelato sobre el acto de escribir y la historia que se cuenta:
(…) intentando en mi mente encontrar una historia, la buena historia para componerla despacio, palabra por palabra, oración por oración, con un buen tono, un buen comienzo (Guerra Naranjo, 2007: 279)
(…) y mi mente fue veloz, muy veloz, juro que fue veloz, no para inventarme una historia y después escribirla despacio, palabra por palabra (280)
(…) alguna vez escribiré sobre ese encuentro, me dije (263)
A pesar del momento en que se encuentran, relata solo sus memorias de niño, lo que “entonces (l)e contaron” (Guerra Naranjo, 2007: 283), el chisme que se cuenta en el barrio sobre Juanelo, demostrando el carácter subjetivamente transfigurado de lo contado, afirmando su autonomía:
“(…) algunos en el barrio se volvieron famosos contando sus miserias, los vecinos les hacían coros, escuchaban por sus bocas y después las repetían, las alteraban, las cambiaban (…) así me contaron (…) cosas que cuando tenga tiempo tendré que escribir, tampoco es casual que mi madre me cuente la notica que recorre este barrio, otra notica sobre ti, como si aún no te hubieras marchado” (284)
También la muerte de Juanelo la pone en duda de este modo, afirmando que “prefier(e)) imaginarlo bien gordo, justo en 70 y 3era, con el sol de las tres, el maldito sol de las tres, pitando para que me acercara, y (lo) viera feliz, con puta y con cerveza, y (lo) envidiara un poco (284). El relato autorreflexivo, los diversos niveles ficticios y la creación de mundos paralelos descritos detalladamente son claros indicios del carácter ficcional de la obra literaria (Capote, 2008: 639), que pone en cuestión toda certeza y afirmación de una identidad cubana a nivel de la trama.

Doctora Carola Heinrich, El otro cubano. Emigración y regreso en la cuentística cubana contemporánea, fragmento dedicado al texto Sudoroso, de Alberto Guerra Naranjo.

Sudoroso

Serían más o menos las tres, aunque supongamos que no eran las tres, o sea, que fueran las dos, la hora exacta no importa, el asunto es que había un sol de las tres, que hacía sudar, delirar, maldecir, sobre todo si pedaleabas en una forever pesada, calculando los espacios con sombra, como iba yo más o menos a las tres, o tres y cuarto, cuando me topé con el tipo, o mejor dicho, cuando el tipo se topó conmigo, absorto en mi pedaleo, con el mundo interior superando al de afuera, a pesar del calor, de la hora, de las pocas sombras, intentando en mi mente encontrar una historia, la buena historia para componerla despacio, palabra por palabra, oración por oración, con un buen tono, un buen comienzo, pensarla demasiado, escribirla un par de meses, primero con versiones a lápiz, innumerables versiones, después transcribirla en la Remington, terminarla satisfecho, sin arrepentirme, leerla a los socios cercanos, cambiarle palabras, oraciones, escuchar la opinión de esos socios, sentirme extasiado, levitante, más absorto todavía en mi pedaleo, creerme escritor en el tumulto de bicicleteros, emparentarme con ellos durante el recorrido, concursar con mi cuento, esperar el veredicto de cierto jurado, contemplar mis palabras, mis giros en las mejores revistas, sentirme escritor, un gran escritor, un simple escritor, en eso pensaba cuando alguien me dijo, mi socio, te llaman, y de repente salí del letargo, miré afuera, al mundo de afuera, entonces maldije el sol de las tres, el calor insoportable, los baches de las calles, los espacios sin sombra, la poca suerte de los bicicleteros, el que me dio la noticia continuó su pedaleo, no puede ser conmigo, me dije, pero en vez de seguir detuve la marcha, justo en 70 y tercera, cerca de un grupo que arruinaba su tiempo en la parada, frente a los enormes carteles que anunciaban cerveza, increíble, alguien me había llamado desde un carro brilloso, con música enlatada, de los que los turistas alquilan para pasearse por La Habana como príncipes, perplejo, absorto, comprendí que el tipo insistía en hacer señas para que me acercara, pero yo, Sergio Navarro, quien sudaba a chorros sobre su bicicleta, jamás había tenido relaciones con turistas con carros, ni con las putas que salen con turistas con carros, ni con las amigas de las putas que salen con turistas con carros, me asombró que el tipo tocara el claxon, que se tomara el trabajo de detenerse encima de la acera, que me esperara con toda su calma, y no supe qué hacer, madre mía, nadie podía decirme qué hacer, me sequé el sudor, suspiré hondo, miré el carro, presentí en la parada los ojos de los curiosos clavados en mi espalda, debió ser una simple confusión de ese tipo, pensé, para los extranjeros en carros los nacionales en bicicleta suelen ser piezas del mismo engranaje, entonces, con otra seña, le pregunté si realmente era conmigo, él movió la cabeza, no había dudas, era conmigo, qué rayos quería ese tipo conmigo, me sentí ridículo, de dónde podría conocerme un tipo así, yo era centro de atención en la parada, entretenimiento del grupo de nacionales ya no tan aburridos, otro segundo sin acercarme me convertiría en un ser más ridículo, con la bicicleta a un lado y un millar de interrogantes avancé hacia el carro brilloso, hacia la música enlatada, sentí molestia en mis ojos por el brillo, pero con la mano cubriéndome el rostro pude ver la alegría fugaz de las putas que lo acompañaban, sus dedos de turista tamborilear sobre el timón, el anillo de oro, la cadena de oro, el cuello ancho, una amplia sonrisa, coño, Sergio, ¿ya no te acuerdas de mí?, madre mía, esa no era la voz de un turista, los turistas no se saben mi nombre, no pueden saberse mi nombre, los turistas no decían coño como lo había dicho ese tipo, desamparado, en medio de 70 y tercera, junto a los hoteles, cerca del mar, con mucha duda en el cerebro, me sentí ridículo, pero sus ojos sí los había visto antes, la manera de mirar de esos ojos, cómo no, sin el carro, los anillos, la cadena, y la voz, ¿de dónde recordaba esa voz?, perplejo, traté de hacer memoria justamente a las tres, con el sol de las tres, pero no me acordaba, por mi madre que no me acordaba, en mi vida había tratado con turistas tan gordos, por mucho que quisiera jamás podría acordarme, no, no me acuerdo, entonces, convencido de que no me acordaba se dio un trago de cerveza, tocó el muslo de la puta más cercana, sonrió, y dueño del mundo me dijo: ¿verdad que no te acuerdas, compadre?, debí decirle no, verdad que no me acuerdo, pero en vez de responder miré su cerveza, deseé tener en mi mano su cerveza, cometí el error de mirar su cerveza, me traicionó el calor y miré su maldita cerveza, helada, intocable, reproducida exacta en los carteles de enfrente, debió haberlo notado enseguida, por eso no pudo esperar más, yo soy Juanelo, compadre, el hijo de Rosalba, Rosalba, Rosalba, me sonaba Rosalba, qué Rosalba, ah, sí, Rosalba, claro, Rosalba, era Juanelo el hijo de Rosalba, quién podía imaginar, justo en 70 y tercera, con el sol de las tres, el maldito sol de las tres, los curiosos en la parada, los hoteles, el mar, que ese gordo rodeado de putas nacionales era Juanelo el hijo de Rosalba, miré el carro brilloso, miré las putas, la cerveza, y mi mente fue veloz, muy veloz, juro que fue veloz, no para inventarme una historia y después escribirla despacio, palabra por palabra, sino para sentir los gritos de Rosalba desde su balcón, sube a bañarte, Juanelo, la bata atrapada entre los muslos, sube a bañarte, inclinada en la baranda, sube a bañarte, carajo, con Juanelo sin atender, con nosotros sin atender, mostrándonos juguetes no queríamos atender, dueños de la acera no podíamos atender, aunque un coro de madres secundara los gritos de Rosalba, vengan a bañarse, muchachos, tan disfrazados como estábamos, tan ausentes del barrio como estábamos, vengan a bañarse, no podíamos atender, el coro gritaba, mambises con machetes de madera, vengan a bañarse, zorros que marcaron la zeta en cualquier parte, vengan a bañarse, indios con flechas peligrosas, vengan a bañarse, el coro gritaba, inconformes que no tuvieron suerte esta vez, vengan a bañarse, malparados por falta de dinero en sus casas, vengan a bañarse, infelices por un mal turno en la cola, vengan a bañarse, el coro gritaba, desgraciados por descuido de sus padres, vengan a bañarse, pero nosotros no podíamos atender, nadie podía atender, yo no podía atender, entraba en las tabernas, pedía whisky, sacaba mi revólver más rápido que el viento, disparaba, evitaba flechazos, estocadas, machetazos, sin poder atender, pero por sobre todas las cosas, lo que más evitaba era prestar mi revólver al infeliz de Juanelo, al rompe grupos Juanelo, que tampoco tuvo suerte esa vez, jamás se vio a Rosalba madrugar a tiempo, junto al coro de madres gastadas en la colas de las tiendas, para que el guajiro Juanelo, el desastre Juanelo, pudiera repartir la justicia del zorro por la cuadra, o entrara en las tabernas del oeste como yo, Billy El Niño, gracias al esfuerzo de mi madre, el de las manos más rápidas que el viento, y me dejara en paz, pero Juanelo, pobre Juanelo, todavía sin puta a quien tocar, sube a bañarte, carajo, demasiado triste en la escalera, echó un vistazo a mi disfraz, puso sus manos en forma de bocina, y soltó un grito tan fuerte, tan desgarrado, tan histórico, tan retumbante, Tú eres negro, en el oeste no hay negros, Billy El Niño no es negro, que no supe qué hacer, con la mano muy cerca del revólver no supe qué hacer, en realidad nadie supo qué hacer, pobre de mí, la poderosa boca de Juanelo concentró la atención en la escalera, los muchachos del barrio y el coro de madres taparon sus oídos, incluida Rosalba allá arriba, las manos en la cabeza, la bata levantada, incluida mi madre acá abajo, con su carga de odio hacia Juanelo, quedando fragmentado, hecho trizas el coro, incapaz de mandar a bañarnos por buen rato, pobre de mí, frente a la escalera, Billy El Niño, el de las manos más rápidas que el viento, debajo de la bata de Rosalba, con el grito retumbando en las paredes, Tú eres negro, Tú eres negro, en los muros de las casas, Tú eres negro, en los troncos de los árboles, Tú eres negro, Tú eres negro, hasta que una voz, cállate, muchacho, salida del coro, trató de oponerse a ese grito, cállate, muchacho, primero sin fuerza, cállate, muchacho, luego secundada por el resto de las voces, cállate, muchacho, cállate, muchacho, para que subiera a bañarse de una vez, para callarlo de una vez, pero allí mismo, frente a la escalera, la taberna de mi imaginación desapareció para siempre, guardé mi revólver para siempre, no pude dormir durante noches, y comencé a pensar demasiado, de golpe había perdido mi inocencia, lo demás, con el tiempo, me lo explicó mi madre, fue un buen grito el de Juanelo, me ayudó a comprender las diferencias del terreno en que pisaba, él nunca lo supo, lo olvidó enseguida, yo no, cada cual guarda un grito de infancia y así fue el mío, cruelmente cierto, era negro y en el oeste no había negros, a pesar de las colas de mi madre no había negros, contaba con un destino cifrado, histórico, palpable, que algún blanquillo de barrio tendría la misión de recordar cuando olvidara, Juanelo, cará, sentí su mano gorda junto a la mía sudada, justo en 70 y tercera, con el sol de las tres, el maldito sol de las tres, los curiosos de la parada, las putas, la cerveza, y mi mente fue veloz, otra vez fue veloz, muy veloz, juro que fue veloz, y pude verlo menos gordo, todavía sin carro brilloso, todavía sin putas, bien sudado, con unas ganas tremendas de pedirme auxilio, que lo ayudara, que le tirara un cabo, para eso éramos del barrio, compadre, aunque la maestra no nos quitara los ojos de encima, aunque el tiempo de la prueba pasara, aunque el resto del aula entregara, y no pude ayudarte, Juanelo, por más que quise no pude, de pinga, negro, por culpa de esa maestra repito este grado, y nos fuimos separando poco a poco, cada cual con su destino, sus gustos, sus canciones, me di cuenta, mi socio, un negro está obligado a ser tres veces el mejor para ser bueno, así decía mi madre, tú no, tú encontraste un mundo propicio en las esquinas, te mezclaste con gente de otros barrios, jugaste al taco todo el tiempo, al cuatro esquinas todo el tiempo, probaste el ron primero que nosotros, te casaste primero, fuimos a tu boda envidiando la manera en que besabas a otra niña del barrio, la manera en que cargaste su cuerpo de hembra rica hasta la máquina, la manera en que le hiciste un par de hijos, mientras yo, Sergio Navarro, el negro Sergio, Navarro el negro, hurgaba en bibliotecas, entregaba trabajos prácticos en tiempo, regateaba notas, estudiaba, quería ser alguien, Juanelo, desligarme de la escala del barrio, cambiar las reglas, renegar de los oficios cifrados, no ser bodeguero, albañil, panadero, a tiempo comprendí la maldición de las esquinas, los oficios se adquirían en la esquina, durante horas sobre el contén, tiempo libre que luego se pagaba, yo prefería el cine, escapar de las esquinas en la oscuridad de cualquier filme, una vez vi una película distinta, trataba de dos negros campeando en el oeste, con revólveres abrían indiscretos las tabernas, tomaban whisky, mataban malhechores, luego galopaban como yo, pero ya habías gritado Billy El Niño no es negro, en el oeste no hay negros, y los muchachos que taparon sus oídos ya eran hombres, los más viejos del coro ya habían muerto, y lo peor, Juanelo, lo peor, ya lo habías olvidado, yo no, cada cual guarda un grito de infancia y así fue el mío, Belafonte y Sidney Pottier me aparecieron tarde, ya no podía responder con otro grito para silenciar el tuyo, decirte frente a la escalera que en el oeste sí había negros, que puede haberlos, todo depende de la intención con que se mire, ya no, ya eras padre de dos hijos, un buen chofer de carga por camiones que mejoraba por días, descubrí que en las esquinas también se aprende a mejorar por días y hubiera sido ridículo, quién iba a pensarlo, Juanelo, mientras yo estudiaba la vida ponía un carro a tu favor, mucha fiesta a tu favor, en el barrio comentaban lo increíble que era verte mejorar todos los días, hasta los tipos que robaron en tu casa debieron haberlo comentado, no lo pudiste creer, entraron en plena tarde, robaron contigo dentro, despertaste y el televisor ya no estaba, la grabadora no estaba, las ropas no estaban, y lo más triste, Juanelo, lo más triste, los vecinos los vieron bajar, uno de ellos era negro, te dijeron, los muchachos que jugaban al taco los vieron bajar, eran tres tipos altos que se mostraron familiares, que parecieron amigos de la casa, como siempre había amigos en la casa, como siempre había fiestas en la casa, nadie pensó que robaban, recostado en la baranda no lo pudiste creer, en realidad nadie lo pudo creer, los vecinos te explicaban desde abajo, pero tú no podías escucharlos, mirabas a un punto perdido en la ciudad, esperabas al carro patrullero, a un antiguo socio de esquina ahora convertido en policía, sentiste pánico, tenías el rostro pálido de los que sienten pánico, pero tuviste suerte, en vez de estar descamisado en la baranda podías estar muerto, amarrado y muerto, golpeado y muerto, menos mal que tu mujer y los muchachos no estaban, menos mal que no despertaste, así te dijo alguien que después preguntó cuántos eran los tipos, entonces me contaron que miraste hacia abajo, hacia la multitud de abajo, y gritaste que fueron tres negros altos, eso es triste, Juanelo, pura traición del subconsciente, donde sólo hubo uno te aparecieron tres, así le contaste a tu socio el policía, así lo anotó en su libreta de apuntes, así le informó a los otros patrulleros y así comenzó la pedidera de carné a los negros altos, los sospechosos fueron negros altos, la policía buscó negros altos, interrogó negros altos, pobres negros altos, menos mal que no estaba en el barrio, soy negro y soy alto, me hubieran pedido el carné por ser negro y ser alto, esa causa impidió que se encontraran los ladrones, así me dije cuando me lo contaron, luego pensé mucho en esto, ya era un Licenciado en Historia para orgullo de mi madre, un tipo que disfrutaba en exceso su título colgado en la pared, profesor con la mochila repleta de libros, aprendiz de escritor dedicado a evaluar el pensamiento de los otros, alguien que había logrado la distancia deseada con el barrio, entonces, contemplativo ante el paisaje, imaginé mi barrio, imaginé a Juanelo inclinado en la baranda, imaginé tres negros tristes saliendo de su boca, imaginé a los policías pidiendo el carné a los negros altos, sentí lástima, mucha lástima, cada vez que un policía detiene a un negro en una esquina del país, sólo por verlo negro, sospechoso, culpable hasta que no demuestre lo contrario, algo anda muy mal entre nosotros, me dije, luego opté por reír, lejos de Juanelo y del barrio la carcajada inmensa era el mejor de los antídotos, los negros, todos los negros, absolutamente todos los negros, aunque la vida demostrara lo contrario, aunque en las escuelas se explicara lo contrario, aunque en los discursos se dijera lo contrario, eran para él, y para otros que pensaban como él, simples cazadores de ropita húmeda en las tendederas, tipos que sudaban, comían, gritaban, bebían, bailaban y templaban demasiado, nada más, imaginé a Juanelo cerca de una botella de ron compartiendo el criterio con sus socios, como remedos con ínfulas de antiguos mayorales evaluaban el barrio de acuerdo al color de sus actores, otra vez me dio risa, mucha risa, personas como yo, por esa causa, crecimos en guardia permanente, encontramos en el esfuerzo personal el modo de palear las diferencias, como diestros cimarrones de este tiempo aprendimos a burlar ciertas trampitas de la vida, ah, Juanelo, quién iba a pensar que ese gordo rodeado de putas nacionales eras tú, después de tantos años, necesitado de que te viera feliz, justo en 70 y tercera, con el sol de las tres, el maldito sol de las tres, los curiosos de la parada, los hoteles, el mar, y ese brillo de tu carro alquilado, apenas permitiendo mirarte, alguna vez escribiré sobre ese encuentro, me dije, sobre tu mano gorda apretando la mía, el sudor, la música enlatada, mi sed, el deseo de tener en mi mano tu cerveza, helada, intocable, reproducida exacta en los carteles de enfrente, sobre la maldición que echaste sobre los negros altos, la rapidez con que recuperaste las cosas después de aquel robo, los comentarios, la denuncia, la investigación que te hicieron, el desfalco que hiciste, el juicio, la prisión, tu divorcio, las canas, las estrepitosas borracheras, de todo eso tendré que escribir, no por casualidad nos hemos encontrado, la vida es un divino guion, así dice un cantante, no pudo ser casual, insisto, que yo, sudoroso desde mi bicicleta, te viera feliz, con puta y con cerveza, en tu carro brilloso, para que recordara a los vecinos comentando tu captura en altamar, el riesgo que corriste en una balsa endeble, tu regreso a la prisión, la insistencia en ganarte la otra orilla cada vez que hubiera un chance, cada vez que pudieras enrolarte en un grupo de asfixiados, de inventores de balsas, de tipos que intuían un paraíso más allá, pero tenías mala suerte, siempre terminabas regresado, encarcelado, frustrado, cogiste fama de tipo con mala suerte para el mar, nadie te quiso de tripulante en su aventura, tenías mierda de tiñosa en el hombro, algunos en el barrio se volvieron famosos contando tus miserias, los vecinos les hacían coros, escuchaban por sus bocas y después las repetían, las alteraban, las cambiaban, cierta vez, así me contaron, hiciste señas a un barco ruso pensando que era yanqui, otra, saliste por Baracoa capitaneando un grupo que fue a dar a Varadero, de playa en playa, de cárcel en cárcel, tu vida fue ganada por la angustia, la obsesión, por la imprudencia, hasta que lograste salir, cuando por estrategia permitieron salir, cosas de la vida, Juanelo, de tu vida, cosas que cuando tenga tiempo tendré que escribir, tampoco es casual que mi madre me cuente la noticia que recorre este barrio, otra noticia sobre ti, como si aún no te hubieras marchado, como si todavía salieras del carro brilloso para que todos contemplaran tu gordura, tu cerveza, tus cadenas, y luego comentaran, pero tuviste problemas, abofeteaste a un tipo, según cuentan, negro de mierda le dijiste, luego lo botaste del bar, le diste unas cuantas patadas y lo botaste del bar, como si fueras un yanqui del oeste lo botaste del bar, seguiste tomando con tus socios, comentando las patadas con tus socios, y cuando pasaron dos días, cuando ya casi olvidabas al tipo, apareció en la entrada de tu casa con uno de esos revólveres, los mismos que quisiste tener desde la infancia, dicen que lo miraste, que no insinuaste palabras, que sabías que era el fin de la película, que comprendiste allí mismo, en la escalera, que en el oeste sí puede haber negros, que todo depende de la intención con que se mire, pero ya era tarde, el hueco en la frente te impidió continuar el pensamiento, eso es triste, Juanelo, muy triste, yo prefiero imaginarte bien gordo, justo en 70 y tercera, con el sol de las tres, el maldito sol de las tres, pitando para que me acercara, y te viera feliz, con puta y con cerveza, y te envidiara un poco, como aquella vez.


Publicado

en

Autor:

Comentarios

4 respuestas a «Repetición y Destronamiento: “Sudoroso”, de Alberto Guerra Naranjo»

  1. Avatar de África Prats
    África Prats

    Muchas gracias por este cuento. No tengo la mejor opinión de la literatura cubana actual y ahora acabo de reconciliarme con ella. Cuba necesita cuentos como este. Mis respetos, maestro.

  2. Avatar de Ónix Rodríguez Roche
    Ónix Rodríguez Roche

    Hola amigo, me ha encantado tu cuento, también el ensayo sobre el. Como siempre, genial. He visto pasar frente a mí, toda mi infancia, mi juventud, los ochenta. En fin, la vida.

  3. Avatar de María de los Ángeles Hernández
    María de los Ángeles Hernández

    Buenas narración.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

  • Campeonato Mundial de Escritura Creativa Eduardo Kovalivker 2024

    Campeonato Mundial de Escritura Creativa Eduardo Kovalivker 2024

    La Habana, Cuba. Por primera vez en la historia de la literatura cubana a partir de este próximo 20 de octubre, Día de la Cultura Nacional, se efectuará el Primer Campeonato Mundial de Escritura Creativa Eduardo Kovalivker 2024 desde La Habana, con el objetivo de estimular la escritura de ficción con un campeonato que llegue…


  • Un beso puede convertir hojas en blanco de Roswel Borges

    Un beso puede convertir hojas en blanco de Roswel Borges

    En esta ocasión traemos a Café Naranjo tres poemas del poeta villaclareño, Roswel Borges Castellanos. Un beso puede convertir hojas en blanco según la palabra, brotar en la escasez; disparar, a puerta vacía,                   un país                       en el exilio. Ríe la forma que deforma la forma… Ríe un niño, y el viento, sorprende la…