Por Reinier del Pino Cejas.
Al joven Pedro Luis Azcuy Flores lo conocí en un día aciago para él y también para la literatura nacional. Fue en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Llegó saludando a sus amigos y conocidos entre los que yo no me encontraba. Inquieto, disculpándose con todos porque no podía sentarse a compartir el ritual de la cerveza fría. Esperaba a alguien.
Fue una tarde agradable. Una tarde de dicha en la sala Villena, dónde un grupo de apasionados por la escritura de ficciones y la palabra en general nos dimos cita para la premiación del Certamen Eduardo Kovalivker 2023. Pedro Luis obtuvo el galardón y solo me dio tiempo a felicitarlo, a levantar con él y en su nombre una de las aparecidas jarras de cerveza del Hurón Azul. Otros compromisos me negaban la oportunidad de socializar, de aprender de él y otros escribas.
Me subí al auto de los amigos que vinieron a recogerme y busqué el cuento, recién publicado en el grupo Café Naranjo, revolucionaria cofradía de escritores en el que, minutos antes, su promotor, el carismático y multipremiado Alberto Guerra Naranjo había publicado el acta del jurado en lo que resultó a la vez una convocatoria al auditorio a oficiar como parte del selecto grupo calificador y una muestra inusual del valor de uso de las redes sociales para los escritores y creadores en general.
El cuento me atrapó desde el inicio. Por un instante los trabajadores del puerto dejaron de ser solo hercúleos personajes que trasladan enormes cargas de un lado a otro y pude conocer las interioridades de esa cofradía permeada de valores, sufrimientos y códigos de honor. Tras las interioridades del autor me lancé en esta entrevista, aún incompleta. Aseguro que faltan muchos sacos por cargar para mostrar la catadura de este joven narrador cubano.
― ¿Por qué participar en un certamen de cuentos? ¿Qué valoración tienes del género?
―En mi opinión el cuento, género en desventaja para aplicar en las grandes editoriales, se acomoda bastante para esta época de escasos lectores. Una lectura más rápida, menos comprometida, que puede remontar distancias, por ejemplo, a su prima la novela.
―Se dice que en Cuba los narradores se parecen en su forma. Que no hay sorpresa en la narrativa de la isla. ¿Qué se necesita para triunfar en este género? ¿Cuáles son los peligros del cuento cubano actual según tu criterio?
―Cuando se habla generalizando, se corre el peligro de errar. Imposible decir “los narradores de Cuba”, más allá de una representación (convertida en canon o no) de un instante, para colmo ligada al menú editorial basado en concursos y demás. Por otra parte, esto funciona como serpiente que se muerde la cola y va marcando las tendencias en un escenario donde pesa el factor isla, el factor éxito y las escasas oportunidades. Quizá las sorpresas estén ahí, a la espera, traídas de la mano de quienes ponen bomba a sus narraciones; de quienes o bien encuentran el tema, o bien no tienen miedo de tocar los mismos temas que ya se dan por obsoletos en el panorama literario actual, pero que siguen vigentes en la sociedad bajo nuevas formas.
―Escribir PARA concursos. ¿Qué opinión te merece?
―Es y será siempre una de las vías idóneas para triunfar, tanto por la visibilidad como por los estímulos metálicos, aunque persista en ellos esa aura de que son a suerte y verdad.
―Hablemos de Gladiadores. En el acto de premiación referiste que es un cuento importante para ti. ¿Por qué?
―Es parte indisoluble de mi vida, ya que además de que en muchas ocasiones he tenido que subsistir cargando cosas (risas), creo haber logrado plasmar ahí una filosofía muy personal donde intento hacer y hacer mientras haya energía; cierta obsesión, un regodeo constante sobre la pregunta de para qué fui puesto en este mundo.
― ¿Quiénes son tus Máquinas en la literatura? ¿Quiénes te impulsan a escribir?
―Unos cuantos. Si me tengo que ir por tres o cinco autores, me iría obviamente por el Bukow, Salinger, R. Carver, Michelle Houellebecq, Saramago, García Márquez… en un espectro que abarca desde la caricaturización extrema para una pose un tanto industriosa, hasta una literatura más lenta o sin compromiso de comercio alguno, con una tesis donde se intenta capturar lo incapturable; la totalidad de un instante. Cosa que siempre se agradece pues, a mi juicio, explora las ventajas que le van quedando a la literatura sobre otras artes como el cine, por ejemplo.
― ¿Proyectos futuros?
―Cerrar con varios libros que tengo en proceso.
Con esta buena nueva cierro la entrevista. Basta esperar futuras entregas de Pedro Luis Azcuy Flores, un joven que se identifica, según sus propias palabras, con ese tipo de literatura que se apoya sobre la sólida construcción de personajes y sicologías. Esa literatura que, tras cerrar el libro, uno tiene la certeza de que eso ocurrió en alguna parte. Es un hombre común, de 38 años y aún inédito. Un hombre que sabe, luego de algún tiempo en el duro oficio de la literatura y armado de una nitidez y un aplomo invaluable, que un libro es un legado, es la forma en que el autor será recordado haga lo que haga, y eso merece no tomárselo a la ligera.
¿Llegarán sus textos, sus volúmenes? Espero que sí. Su legado si está asegurado por cómo escribe. Mientras, Pedro seguirá entongando sus historias, levantando su estiva entre reclamos propios y ajenos, con ayuda o sin ella, con la sencilla meta de una mesa que espera por el alimento (en este caso espiritual). El cuento cubano puede sentirse dichoso por contar con entusiastas como Eduardo Kovalivker o Alberto Guerra que apuestan a su desarrollo y creen en su valor, a pesar de los vientos y las sombras que intentan soslayarlo. Cuenta también con escritores de la talla de Pedro, que no cesan en la gladia contra la inercia e insisten en contarnos la historia de nuestra realidad con tino y maestría.
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