épicas del sur

Luna del amor inolvidable

Luna del amor inolvidable, de Giraldo Aice. Octava entrega.

Publicamos en Café Naranjo, la octava entrega de «Luna del amor inolvidable», de Giraldo Aice.

8

(La médium)

No participé directamente en la guerra, pero fui una testigo cómplice. El negro cimarrón nunca se pronunció; parece que aquello estaba en manos más poderosas, tal vez en las de Dios.

Él había sido un cabrón de la vida y puede que ella estuviera destinada a convertirse en instrumento de la Justicia Divina. O quizás sea simplemente que la vida le ajustó las cuentas. Aquí, y en cualquier parte, el que la hace la paga. Tarde o temprano la paga.

(La vieja de al lado)

Pamplinas. El problema es que él se engorgona, se cree el rey de todo el mundo, ve que ella lo soporta todo, y decide tener dos: la rica y la pobre. Con aquella tiene el poder. Y con ésta tiene el amor. Sabroso.

(El gordo del fondo)

Bastante había durado su tranquilidad. Si a mí las mujeres empiezan a echarme miraditas mariconeadas como las que le echaban a él, la flaca tiene que ahorcarse. Yo no hubiera aguantado tanto. Con lo jodida que está la cosa, cualquiera se va con una señora con guita. Imagínese una vida sin complicaciones, sin tener que inventarla, que te traigan el desayuno a la cama, que te pregunten:

—¿Qué quieres comer hoy, mi vida?

(La vecina de la Química)

Eso sí; lo atiende a cuerpo de rey. Ella nunca había comprado café en hechuritas, y desde que él llegó comenzó por eso. Pero parece que al hombre no le gustaba el sabor, y entonces ella me dice que averigüe quién vende café en grano —y se hace cliente fija. Después se pone para comprar hojas, papel carbón, presillas de pata, cintas de impresora, todo tipo de material de oficina.

Y si usted llega a su casa y el hombre está escribiendo, ella no deja que usted levante la voz. Se desvive por él. Tiene que
estar enamorada, porque ella no es así con nadie. Cuando vienen sus parientes, que son de otra provincia, los recibe con
frialdad. Pero con él es una pascua, otra persona. Tiene que haberle hecho tremendo trabajo para tenerla así. Hay hombres
que saben tratar a las mujeres; él debe ser uno de esos.

Quizás le interese leer: Séptima entrega de Luna del Amor inolvidable de Giraldo Aice.

(La amiga de la tía)

Si no tuviera la fama de templón que tiene, con ver como tiene a la Química para mí sería suficiente. Ella es tan caliente
como un témpano de hielo y tiene tanta sensibilidad como una roca.

Llego, la saludo. Y ella me dice:
—Qué tal, compañera.
Así. Como si tuviera esmeril en la garganta. Como si cada sílaba fuera un ladrillazo. Entonces el hombre sale de una habitación, y mira como ella pone la cara… y oye como la voz se le pone azucarada:

—¿Necesitas algo, querido?
¿Viste la diferencia? Ahora multiplícala por diez. Ella es diez veces más raspante conmigo y unas diez o quince veces más melcochosa con él. Seguro que cuando la agarra le echa tres de pegueta. Seguro.

(Ella)

Vamos de maravilla, como le dije, y el niño va a cumplir el primer año cuando a él le entra la desesperación. Incluso saca sus cuentas sobre lo que ganaría metiéndose como en tres negocios al mismo tiempo, pero no le da. Le parece que será mucho tiempo, y luego el riesgo de perderlo todo. En las películas y en los seriales de Televisión la policía y los fiscales reúnen evidencias, te agarran, y tratan de demostrar en el juicio que tu dinero viene de la droga o lo que sea, que es ilegal; aquí te agarran y tú eres el que tiene que buscar pruebas de que el dinero es limpio. Eso es lo que él dice, lo que uno puede oír de la gente que ha tenido problemas con la plata.

Lleva como tres meses en eso. Entonces una tarde sale y no regresa hasta el otro día. Viene de lo más eufórico. Me dice que le van a ayudar en todo y que pronto saldremos de la mierda.
Va a escribir un libro. Dice que se ganará lo suficiente para comprar la casa y pagarse a sí mismo una beca para escribir otro. Está feliz, pero yo no lo estoy tanto. Huelo algo raro en el ambiente.

(Él)

La Química siempre me habla de mi talento malgastado, de que la vida es corta.
Nos topamos de casualidad. Se asombra de que yo no haya triunfado todavía.
—Te hacía en la Universidad Complutense, dando conferencias y dirigiendo un equipo de investigación —me dice.
Me invita a su casa. Le cuento cómo van mis cosas —de mal en peor—; almorzamos. Luego me muestra la habitación-estudio. Creo que me brillan los ojos. Hay un ordenador de última generación —lo trajo de su misión en Brasil—, con todos los hierros. Pone el aire acondicionado. Prende la Pentium. Pulsa una herramienta de búsqueda y me pregunta:

—¿Cuál es el tema que te interesa ahora?

—Sociología.

Teclea y pulsa buscar.

—Siéntate y escoge.

Soy obediente. Sale el listado de una montaña de sitios. Comienzo a abrir aquí, leo un poco; allá, le echo un vistazo a un párrafo. Las horas pasan y no me doy cuenta. Me avisa que la comida está servida.

—Voy enseguida —le digo, sin apartar los ojos de la pantalla.
Y me sumerjo de nuevo en la navegación. Me parece que ha pasado media hora. Me paro sin mucho entusiasmo. Están pasando el noticiero del cierre; ella está dormida, sentada en un sillón frente al televisor. Ronca como un marinero trasnochado. La despierto. No me deja ir sin comer:

—De ninguna manera —dice.

Mientras calienta la comida, me siento de nuevo frente a la computadora. Estoy leyendo cosas de Fromm. Me trae la comida y comienzo a tragarla quinalmente. Fukuyama no me parece tan bárbaro como lo muestra la propaganda favorable; sin embargo, tampoco es tan idiota como trata de presentarlo la crítica adversa.
Bueno, tengo dolores en la espalda. El reloj de la máquina marca las 6:38 de la mañana. Bostezo. Apago el equipo. La casa está en silencio. De lejos llega el sonido de un claxon solitario. En la sala, que no está aislada, se escucha el canto de los gallos. A esta hora, ella ha salido o debe estar a punto de salir para el trabajo.

Regreso a la habitación. La cama está tendida y hay una sábana limpia junto a la almohada. Solo falta una nota que diga: puedes dormir, si quieres. Me espierto a las once. Ella parece que ha estado velándome el sueño; enseguida me trae una taza de café. No está tan bueno; hago una mueca. Se disculpa:

—No tengo experiencia; el otro quedará mejor.

Hay un cepillo para dientes nuevo, pasta dental Colgate y jabón Palmolive en el lavamanos. Cuando termino de asearme ya el desayuno está puesto. Así deben desayunar los generales y los ministros. Ella me mira mientras trago y mastico y vuelvo a tragar.

—¿Qué te parece Internet?
—Tremenda herramienta; diera cualquier cosa por tener todo eso a mi disposición.
—Ahí lo tienes —dice. La miro.
—No tengo con qué pagarlo.
—Claro que tienes.
—No, no puedo.
—Sí puedes.
Vuelvo a mirarla. Solo sus ojos tienen vida. Nada en ella es excitante. Trago en seco.
—¿Cómo? —pregunto por preguntar; si es lo que me imagino, no existe la menor oportunidad. Pero ella me sorprende:
—Triunfando —dice—, triunfando.

(La Química)

Era como ver un diamante en un basurero. Lamentablemente, había gastado una parte de su vida dando vueltas en el laberinto inextricable de la miseria. Aun sí, me asombra ese pensamiento agudo, esa capacidad de absorber conocimientos nuevos —que solo he visto en los niños —. Los adultos aprenden cuatro cosas elementales y ya se pavonean, creen que se las saben todas. Y así es como se vuelven idiotas. Autosuficiente. Engreídos.
Pero él es totalmente diferente. No tiene miedo preguntar. Le importa un carajo lo que otros piensen. Se asombra de cualquier cosa que no conozca, pero unca había tenido la oportunidad de concentrarse. El que no se concentre en la obra, difícilmente la llevará hasta sus últimas consecuencias.
El gran problema de los talentos es ése, la concentración. Si tienen que desviar la atención hacia otras cosas, la sobrevivencia, el éxito social, lo que sea, se atrasan. El talento solo no basta. Tienen que haber condiciones. La gente que los rodea tienen que saber esto: el talento no rinde sino en lo que lo atrae. Y esa muchacha y la piara de sus parientes lo estaban hundiendo. No sabían valorarlo; por eso, cuando comienza el espionaje me hago la zonza. Y les mando a decir subrepticiamente lo que en realidad querían oír, lo que estaban deseando: un motivo fuerte para ponerle fin a la relación.

Yo sabía que él iba a sufrir. Los talentos del bien son demasiado sensibles, pero la posteridad me agradecerá ese gesto.
Podía permitirme esa maldad, porque algún día esos marranos se darán cuenta de lo que han perdido. Esa idiota ya debe haberse dado cuenta. Ahora es que él se está abriendo camino; vamos a ver cuando llegue, cuando vean el reconocimiento internacional.
Fui dura en eso, es verdad. Pero no hay nada en la vida de verdadero valor que se consiga sin lágrimas. El amor es una fantasía. Es ideológico —eso lo han dicho muchos— y en cuanto te abres al mundo te das cuenta de que es un sentimiento primario, una emoción de aldea.

(Ella)

Todo lo que tenía se lo di. Soporté un año entero que tuviera esa doble vida: uno o dos días conmigo, uno o dos días con ella. Usted no sabe lo que es dormir sola, toda la noche pensando: ahora están acostándose, ahora ella le hace así, y luego…. Y él la mira así y le hace esto y lo otro.

Tenía el cerebro hecho agua. Mis tías, mi abuela, las vecinas, mis amigas, todo el mundo diciéndome:
—Ponte para eso; lucha, que lo vas a perder.

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Eso, los mejor intencionados. Lo otro que me dicen, día tras día, es que me ponga fuerte. Que estoy joven y bonita. Que me deje de comer tanta mierda y le ponga la pelota en juego. Yo no quería ni pensar en eso. Cuando él llegaba sentía alivio.
Hacíamos el amor con desesperación, como si él hubiese estado guardando todos sus ímpetus para el reencuentro. Y eso me convencía más que todo lo que dijera.
Su mirada era sincera. Sus caricias me gritaban que yo era el amor de su vida. Su virilidad no tenía límites. Pero cuando me faltaba me caía el mundo encima. Un día le dije:

—Tú estás conmigo por interés —y soltó una carcajada.
Abrió los brazos y comenzó a girar.
—Seguro —dijo—; quiero heredar este palacio.
Y tuve que reírme también. No era eso lo que quería decirle.
Quería decirle: estás con ella por interés, pero me confundí. El problema es que a veces me daba por fantasear que yo era dos:
la fulana y yo misma, como para tenerlo todo el tiempo conmigo. Todo el tiempo del mundo.



Giraldo Aice, Luna de amor inolvidable

Giraldo Aice

(Manatí, Las Tunas, 1955) poeta, narrador e investigador independiente.
Ha obtenido una docena de premios en los géneros de poesía, cuento y teatro. Tiene 5 libros publicados. Tres de narrativa (agotados en su versión impresa), una antología de poesía y un libro teórico. Poemas y relatos suyos aparecen en antologías de Cuba, México y España.
Tiene varias novelas inéditas, un libro de ensayo (Los caminos que convergen en la ópera prima, una guía para la escritura de una primera novela, Premio Taller de la Crítica 2006) y tiene en terminación la versión definitiva de su trabajo teórico, tal vez la primera teoría general psicológica de Cuba, cuya aplicación clínica apareció publicada en 2012 (Terapia Cauzal, eae, Alemania)


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