épicas del sur

Luna del amor inolvidable

Luna del amor inolvidable, de Giraldo Aice. Séptima entrega.

Café Naranjo publica la séptima entrega de la Novela, “Luna del amor inolvidable”, de Giraldo Aice.

(Ella)

Esa mañana desperté contenta. Después de hablar con el hermano de él sentí alivio y dormí como nunca. Había pasado algo con el programa tedioso que daban al mediodía en la emisora local, y estaban poniendo música, sin hablar tanta guanajería como acostumbran. Ahora no puedo explicar si era un presentimiento o una ilusión, pero lo cierto es que de algún
modo estaba segura de que ese día vendría.

No me asombré al escuchar su voz, pero sentí una alegría infinita. Como si todo estuviera cronometrado, había terminado de hacer la limpieza, de acomodar las cosas, y en ese momento acababa de bajar las viandas del fogón. De un salto me coloqué junto a la cortina de la puerta que daba a la salita, la descorrí, lo vi parado frente a la ventana, y le dije:
—Pasa, mijo.

Entró. Y me abracé a él envuelta en un torbellino de temblores. Mientras lo besaba sentí un vahído, como si las fuerzas me abandonaran, y no caí porque me tenía aprisionada entre sus
brazos.

(El)

Le tembló la voz por la emoción cuando me dijo que entrara. Tenía la boca jugosa como siempre, me apretó fuerte y en seguida se desgonzó en mis brazos. Esa indefensión me llenó
de ternura, borró de golpe los agravios de su frialdad anterior y cerró de un portazo el capítulo de la emigración fallida. Estaba desesperada por hacer el amor. Cuando se recobró
cerró la puerta, vino hacia mí, nos volvimos a besar con largueza y, como en un vals, fuimos girando abrazados hasta caer en la cama, donde nos desvestimos atropelladamente. Con la
respiración disparada.

(Ella)

Todas las parejas debieran, sin tanta tragedia, planificar una separación cada cierto tiempo y pasar varios días sin verse; esos reencuentros son maravillosos. Nos pasamos toda la tarde haciéndolo, olvidados del almuerzo y de la gente que pa saba por la calle.

(Él)

Parecía como si se hubiera pasado todo el tiempo de la separación refinando caricias. Por primera vez me hizo una felación ansiosa, profunda, concentrada, mucho más electrizante
que las sabias, estudiadas, casi científicas mamadas de la gran felatriz. Como si fuera la primera vez que realmente lo hiciera con ganas, como si con ello me quisiera demostrar lo mucho que me quería. Y eso era precisamente lo que yo estaba sintiendo. Estaba sintiendo que su amor era infinito y, en respuesta, sentí como mi amor por ella iba creciendo, creciendo
también hasta el infinito.

Todos los encuentros anteriores habían sido excelentes, descontando los primeros, pero ahora voy a experimentar por vez primera lo que desde entonces llamaré el vuelo, aquella sensación indescriptible de escapar en el clímax del tiempo y del espacio, para habitar en comunión con ella durante esos instantes supremos un segmento de la eternidad.

(Ella)

Fue una etapa superior, como si uno sintiera que, con la anterior, que de hecho había sido extraordinaria —al menos para mí—, no fuera suficiente. Pero eso no era algo consciente. No
era que yo me pusiera a pensar: ahora le hago esto, y luego lo otro. No; era como una corriente, como un viento que me empujaba a ser cada vez más dulce, a entregarme en cada ocasión con mayor devoción, sin ningún tapujo, sin el menor escrúpulo, a todo lo que le diera un mínimo de placer. No sé si me entiende. Mucha gente a la que le hablo de esas cosas se me queda mirando raro; ni antes ni después sentí o he llegado a sentir algo semejante.

Por lo menos entre los que conozco, incluyendo a mi familia, no hay una mujer que me hable de eso; todas hablan de la relación ideal como de aquella en la que lo más importante es encontrar un hombre que te ayude. Para ellas, y para la mayoría, eso es lo principal. Todo lo demás es secundario. En otras, lo fundamental es que el tipo la tenga grande, pero en
realidad son pocas las que piensan así. Lo que yo estaba sintiendo no lo hubiera cambiado por el más lujoso palacio del mundo.

(La tía menor)

No sé si fue antes o después de eso que dieron una novela donde había un personaje llamado Avelino, el amante perfecto, que se va y la fulana sufre hasta el regreso del tipo. Ahora,
recordando aquello, te puedo decir que al capítulo este puedes ponerle El regreso de Avelino, si acaso piensas hacer una telenovela. O una serie, que se yo.
Ahora me dicen que ella estaba de lo más contenta esa mañana, pero yo no estaba aquí y no puedo afirmar eso. Llego, si mal no recuerdo, como a las siete, y voy hacia la casita, cuando
la vecina de enfrente me llama. Le digo que voy enseguida y sigo, pero ella insiste, con tremenda cara de carnaval, como si se hubiera sacado el número con centena y todo:
—A ver, ¿qué es lo que pasa? —le pregunto, y ella, con la carita de fiesta me susurra:
—Que hay una reconciliación, chica; llevan como cinco o seis horas encerrados —y me hace como tres mil guiños, alternando los ojos.

Y eso me deja turulata. Porque, a decir verdad, creía que aquello se había acabado. Y yo tenía la esperanza de que ella se fijara en un gordo con plata, con carro y todo, que estaba loco por ella. Precisamente venía a darle la noticia; el gordo me había dicho que le hacía la casa, le compraba todo lo demás, y después empezaban. Estaba loco por ella. Loco de remate.

(El gordo)

Cuando esta gente tenía a los rusos, los checos, los polacos y los alemanes rojos de su parte, toda aquella gente del viejo comunismo, con el carro y unos billetes conseguías una chica elegante por aquí y otra por allá de vez en cuando, pero cuando se forma la desguabinación y la cosa se pone de madre, tener billete es una garantía para que se te sobren las nenas.
Sin aguaje ni na’: desde entonces me he jamado carretones de mangos de todo tipo: flacas, culonas, negras, mulatas, rubias pecosas y trigueñas. Pero esa tipa no entiende. Un parien-
te de ella, que es tremendo chicharrón, es el que me avisa que está dejada del hombre y ahí es donde redoblo los esfuerzos.
Todo el mundo me hablaba de lo loca que ella se ponía en el jaleo, y eso me tenía el coco hecho agua. Los chamos del barrio sabían la clase de cráneo que tenía montado con la tipa, y me venían a hacer los cuentos de la hendija que le habían dado, real o supuesta, y yo les compraba un rifle y nos lo dábamos. Cogían la nota del siglo a costilla de esos cuentos. Creo que me habían cogido la baja. Son unos cabrones.

(La vieja de al lado)

Estaba medio asá. Siempre con la cara de palo y el ceño fruncido. En cuanto el tipo llega y se encierran, en pleno día, la noticia corre como pólvora por el barrio. La que vive enfrente
de ella me dice, como a las tres:

—Llegó el salvaje.

Y eso me despierta la curiosidad. Yo estaba sola en la casa y me fui sutilita para el cuarto. Cuando subían los suspiros y resoplaban, me decía a mí misma: echaron uno. Y al poco rato
volvían con lo mismo, y yo: el otro. Así me tienen como hasta las ocho, que los escucho comiendo.
Entonces voy y me apuesto… bueno, me apuesto o me aposto, no me jodas con eso: vaya, que me planto frente a su casa, y entonces ella sale (ya estaba oscuro) y cuando entra en la luz
de la puerta le veo la cara. Tiene la cara como un sol, y me alegro. Vaya: explíqueme eso. Dígame por qué coño uno siente alegría cuando ve a otra persona feliz. A una persona que una
aprecie, claro. Usted que sabe tanto, dígamelo; no le voy a estar cogiendo faltas de ortografía.

(El loco)

Le estaba echando un menos del carajo. Un menos del carajo, y de cien carajos, doscientos, mil carajos. Tres millones de carajos. To estas comemierdas forman tremendo misterio para
templar. Apagan las luces, cierran las malditas ventanas. Son egoístas como el coño de sus putas madres; pero ellos no. Dale: pregúntame como me pongo cuando los veo abrazados en
la esquina, dándose unos besotes perros. Dale: ¡pregúntame, pregúnteme, pregúntame…! ¡Coño, que me preguntes, chico! —

— Un perico retozón, un potrito asado, loco de remate. Cojo un palo de escoba y me monto en él y salgo corriendo y soltando relinchos así: juijijijijiiii juijijijijjiiii juijijijijii- ii…

(La tía menor)

La vi salir. Fue a casa de la vieja de al lado, habló no sé qué, y al volver me ve parada en la esquina. Entonces había dos focos en todo esto; uno en la esquina esta, y el otro en la esquina del puente. Yo estaba acostumbrada a verla cerrera y cuando llega adonde estoy le veo la cara radiante. Ella me pregunta:

—¿Qué ibas a decirme?

Yo le había dejado un recado, de que no se acostara sin verme, porque tenía algo importante que decirle.

—Nada. Ya ni me acuerdo.

Ella se encogió de hombros, hizo un gesto como de rareza y me dio la espalda. No le dije nada de lo del gordo. ¿Para qué? Ya había caído de nuevo en la trampa. No hay que ser psiquia-
tra para saber que estaba loca por él de nuevo. Estaba de ingreso. Y me quedé suspirando y pensando cómo se pondría mi pura al enterarse. La vieja sí que no lo soportaba y esta noticia
le iba a caer como una bomba. Como una mina antitanque en el culo.

(La flaca)

Ya le dije que este verraco siempre está inventando. A mí no me ande preguntando nada de nadie. Nada de nada. Cada cual con lo suyo. Usted me dispensa, pero cada cual con lo suyo.
Eso fue hace tiempo y no me acuerdo de nada. Aquí está el chisme que hace olas, y si usted va a sacar eso en los periódicos, se va a formar tremenda jodedera.
— Con todo y eso. Por muchas vueltas que le dé, siempre hay quien saca sus cuentas. Y eso no es un jueguito. Es la vida de las personas. A mí nadie me coge para eso. Vaya a ver a las
chismosas y a los lenguones, que hay para comer y para llevar.

A mí nadie me enreda en cuentos, no señor. Nadie.

(Ella)

Ahora vamos a estar como tres años en luna de miel. Y es tan fuerte lo que estoy sintiendo que me parece que es para toda la vida, y decido parirle. Lo había pensado mucho, pero
no quería traer un niño a este mundo tan jodido, con tantas penurias y necesidades. Eso fue más o menos como al año y medio. Ya usted sabe que tengo un trabajo bueno, donde apar-
te del salario —que en esos momentos equivaldría como a tres o cuatro dólares, una basura —tengo la posibilidad de resolver una pila de cosas, sobre todo alimentos, y como él está inmerso en su obra tengo la zozobra de lo que pasará cuando salga de licencia de maternidad.
Pero él me asegura que no tengo de que preocuparme, que él se hará cargo, y le creo. Cuando ya estoy a punto de salir de licencia se lo digo, y el guarda los libracos y los papeles, y sale a luchar como cualquiera. O como el mejor, porque enseguida tiene dinero y monta un negocio. Todo el tiempo con una preocupación tremenda para que no me falte nada, riéndose mucho cuando el nene se estira o me da pataditas, dándole besos desde mi piel y hablándole. Esas cosas me enternecen y nos seguimos amando como si nada, teniendo mucho cuidado con
las posiciones. Creo que es la etapa más linda de nuestra relación.

(Él)

Hay mujeres que pierden una parte, sino toda, del deseo durante el embarazo. Pero ella no. Ella sigue siendo una gata insaciable casi hasta la última semana. Nos pasamos prácti-
camente todo el día juntos, y ella se eriza cuando el nene se pone majadero y nos da mucha gracia que se esté quietecito cuando hacemos el amor.
Es una temporada muy linda, esa de estar esperando al hijo, y estamos queriéndonos como nunca. Me he olvidado del mundo y sus desgracias. Estoy siendo responsable con la si-
tuación, lo estoy haciendo bien —aunque corriendo riesgos, porque en esos momentos ya no es tan fácil montar un negocio legal que sea a su vez lucrativo, y hay que salir de los marcos
de la ley y moverse en la semiclandestinidad para lograr entradas decorosas, suficientes para vivir y resolver los problemas del parto.

Luego vienen las alegrías infinitas que trae el niño con su llegada al mundo. Y los cuidados que requiere ella —pero ahí su familia se porta de lo más bien—. Y es un niño hermoso, la
gente que viene a verlo lo dice, y soy un padre de lo más orgulloso —especialmente cuando dicen que es lindo, agregando a continuación que es el vivo retrato del padre. Me da cosa ver
con la ternura que ella lo amamanta, lo arropa, lo arrulla entre sus brazos. Ella ha engordado durante el embarazo, pero la veo hermosa, radiante, bella.

(Ella)

El niño me conoce desde que nace, pero él se pone clueco cuando también es reconocido y se enfurruña si le da una perreta y no consigue calmarlo. Pero el niño nos va conociendo poco a poco, y llega un momento en el que, si no tiene hambre, se siente igual de bien con el padre o conmigo. Y después vienen las alegrías del gorjeo, de cuando fija la mirada en uno,
cuando empieza a gatear, a voltearse solo en la cuna.

Cada adelanto es una fiesta. Y luego da sus primeros pasos y comienza a decir las primeras palabras. El niño me ocupa mucho tiempo y él a veces se pone un poco celoso, diciendo que
ya ni lo miro, pero eso es de los dientes para afuera, porque está queriendo al niño tanto como yo —y el niño se da cuenta de eso, de manera que hay momentos en los que me pongo un
poco celosa también, porque no quiere venir conmigo. Pero si tiene hambre, entonces soy la reina.

(La tía menor)

No, buen padre sí que lo es. Eso si nadie se lo puede negar.
Lo que no entiendo es que deje de buscársela en cuanto ella vuelve al trabajo. Ella a la lucha, y él a lo mismo, a los libritos y la escribidera. Eso no lo entiendo. Tenía una filosofía extraña. Decía que hay muchos caminos, pero que el escogía el más
largo porque era el más limpio y el de efectos más duraderos.

El tiempo le dará la razón en, parte, pero ya el mal estará hecho. Nadie entendía aquello. Eso de que un hombre sepa buscar y no lo haga.

(Él)

Había decenas de caminos, que pueden resumirse en tres. El primero era el camino del trabajo. Convertirte en un obrero ejemplar y trabajar sin descanso hasta ir ganando lo esencial,
el derecho a una casa, a obtener aparatos electrónicos y viajes de recreo. Es un camino largo y lleno de espinas —porque, además, tienes que ser un ciudadano ejemplar, dedicar tu vida a ganar méritos—y no hay garantías de un éxito seguro, porque hay piñas, es decir, grupos de gente que se confabula para repartirse los premios entre ellos y sus favoritos. Algunos han
obtenido excelentes dividendos de eso, se ven satisfechos, pero creo que hay que tener cierta predisposición para eso.

En segundo lugar, están todos los caminos del invento, del trapicheo, los negocios, las marañas. Era muy difícil lograr el éxito. Y al final tenías que hacer otra cantidad de moñas para legalizar las cosas. En cualquier momento explotas y te lo quitan todo. Conozco personas que se la jugaron a esas cartas y están ahí, de lo más bien. Triunfaron, de acuerdo; pero hay un saco de gente que lo han perdido todo y están hechos tierra.

Y el tercer camino, el sendero estrecho y tortuoso, es el de hacerte de una vida decente por tus propios méritos, con tuesfuerzo y dedicación, sin que medien en el triunfo otras consideraciones. Ese es el camino de los artistas y los científicos prominentes. Lo que pasa es que yo quería hacer algo inédito, crear mi propia ciencia, mi propio camino, sin darme cuenta exactamente de las grandes dificultades para lograr el éxito. De manera que me paso todo el tiempo de la licencia de maternidad de ella ajustando a las nuevas condiciones mi proyecto de realización personal. Y me pareció que era mucho más realista tratar de producir herramientas para resolver problemas del país, problemas vinculados al pensamiento, que pu-
dieran ser resueltos con nuevas ideas.

Y cuando ella se reincorpora al trabajo, con el niño en la guardería, me concentro en acotar un problema específico, cuya solución redunde, a pesar de su condición de capital moral, en beneficios materiales para la colectividad. Y sea en el régimen que sea, el que produce capital recibe un premio.

(Ella)

Ahora él se pondrá a estudiar e investigar con mucho afán. En realidad, todavía no entiendo muy bien lo que se está proponiendo hacer, pero le veo el entusiasmo y la dedicación. Y le
creo cuando me dice que ha renunciado a los grandes propósitos de antes, y ahora dice tener aspiraciones modestas.

——No estoy muy clara de eso, pero tratar de ayudar al país le debió parecer mucho más simple que arreglar el mundo. Lo cierto es que vuelvo al trabajo, con el agravante de luchar también para el niño —aunque esa es una carga que uno lleva con orgullo— y vamos a estar felices todo el año siguiente, sin que las dificultades de la vida lleguen a producirnos la amargura y
la depresión que llevan la mayoría de la gente. El amor es una fuerza. Y un bálsamo.

(Él)

No recuerdo haber conocido a nadie cuyas preocupaciones reales fueran más allá de sus intereses personales y familiares.

Incluso, hay una porción importante que está reduciendo el concepto de familia a los hijos, la mujer y, en el mejor de los casos, los padres. Y si te digo en el mejor de los casos es porque hay sujetos que, por sus cambalaches o sus cargos están viviendo en Jauja, y algunos incluso se olvidan de la madre, de los hermanos y hasta de los hijos —algo que podía suceder antes, no te lo niego, pero siempre era una cosa rara.

Entonces estoy viendo paradojas increíbles. Veo que hay gente capaz de arriesgar la vida por ayudar a otros pueblos,gente buena, que lo hace de corazón, junto a personas que también son capaces de hacerlo, sin tener la más mínima compasión por su propia gente, por su propia sangre en un pueblo donde la solidaridad era consustancial a la mayoría, no sé si me entiende.
De manera que me parece que voy a llegar pronto a resultados tangibles, porque los únicos que parecen preocuparse por los destinos de la nación son los líderes políticos. Al menos son
los únicos que hablan del tema, pero están mirando a toda la sociedad en su conjunto, y no creo que el tiempo les alcance para centrarse en temas tan específicos, como los de la pérdida
gradual, continuada, de valores espirituales —valores que en muchos casos constituyen el capital más valioso de los pueblos.

No voy a aburrirte con un discurso epistemológico sobre el modo en el que se va produciendo mi búsqueda. Baste con decir que me parecía haber llegado al meollo del asunto, pero, si bien es cierto que creía haber planteado correctamente el problema básico —es decir, el escaso poder adquisitivo del salario medio— la solución o la serie de soluciones necesarias se complejizaban, por cuanto estaban relacionadas con un aumento proporcional de la productividad —y la gente no parecía demasiado dispuesta a trabajar con ahínco, luego de que la esperanza de un futuro mejor fuera languideciendo hasta esfumarse completamente con la caída fragorosa del Muro de Berlín.

(El curda)

Estaba loco. A todo el mundo le preguntaba idioteces, que, si había algo que realmente te estimulara lo suficiente para convertirte en un súper obrero, en alguien que vive pensando
en cómo hacer más cada día, ese tipo de idiotez.
— Ah, no me joda usted también con eso. Para eso no hay que ser científico, ni quemarse las pestañas, ni na; lo único que hace falta es dinero. Que paguen sabroso para que veas como
nos comemos el trabajo, como nos comemos a Nicolás con zapato y todo. Lo demás es mierda. Muela política. —

Ese no es mi problema. Aquí todo el mundo trabajaba como un mulo. Si la cosa se jodió, no fui yo el que la jodí. Si ahora hay que producir riquezas, no sé. Eso a mí no me importa.
Hasta el chino que limpia los patios, que hay quien dice que está loco, si no le pagas diez cocos por lo menos, no toca el azadón. Dígame usted los que están cuerdos.

(El gordo del fondo)

A todo el mundo. A todo el mundo. Creo que estaba ya hasta medio desesperado. Te preguntaba de cualquier cosa. De que, si había buenos trabajos, con una buena paga, uno dejaba los
negocios.

— Claro que los dejo. Con el tiempo te vas acostumbrando, pero no es fácil vivir pensando que en cualquier momento se te tiran, y allá van las multas, los meses de cárcel. Eso no es fácil,
la verdad. Tienes que tener los timbales de piedra y la cara como un palo, para hacerte el humilde, para enfermar a la vieja y decir que no te alcanza con un salario, que es mucho lo
que gastas en medicinas y viajes al hospital.

Hasta actor te tienes que volver —porque yo sí que no me fajo con ellos; son una familia muy grande. Y cuando llegas al tribunal, te comen.

(La abuela de ella)

Va y es verdad que estaba buscándole solución a los problemas de todos. Y si me apuran hasta aplaudo y todo. Pero en aquellos tiempos yo veía a mi nieta reventándose, mientras él
se pasaba todo el tiempo pensando en las musarañas. Eso era lo que yo veía.

(Ella)

Después de la balsa solo tuvimos un pequeño disgusto, en todo ese tiempo, como tres años y pico. Un solo disgusto, y la cosa termina bien.

(Él)

Me acuerdo del desenlace, pero de lo que pasó exactamente no. Sé que habíamos tenido una desavenencia por algo, y la abuela de ella estaba en la casa. Creo que salí, di una vuelta
para refrescar, pero no se me bajaba el genio. Entonces le digo que tenemos que hablar, y nos vamos para una especie de rotonda, con unas gradas de tubos. De noche. Supongo que ella
me había hablado en forma descompuesta o algo así, porque estoy hecho un tigre, diciéndole cosas, y ella empieza a pedirme que me calme, que hable bajito —aunque estábamos solos, bajo los árboles copiosos que cubrían las gradas.

Parece que aquello no tenía mucha importancia o perdió importancia con el arreglo, porque no me acuerdo de las palabras que usé. Solo que estoy furioso y ella está humilde —y en un gesto de dominación machista o qué se yo, me la saco y se la pongo en la boca. Recuerdo que ella la toma con mansedumbre y comienza a succionar con devoción. Eso no se me olvida, porque me calmo, y terminamos haciendo el amor allí, y luego regresamos a la casa y lo volvemos a hacer normalmente, si acaso es normal estar cuatro o cinco horas en eso.

a ganar méritos—y no hay garantías de un éxito seguro, porque hay piñas, es decir, grupos de gente que se confabula para repartirse los premios entre ellos y sus favoritos. Algunos han obtenido excelentes dividendos de eso, se ven satisfechos, pero creo que hay que tener cierta predisposición para eso.

En segundo lugar, están todos los caminos del invento, del trapicheo, los negocios, las marañas. Era muy difícil lograr el éxito. Y al final tenías que hacer otra cantidad de moñas para legalizar las cosas. En cualquier momento explotas y te lo quitan todo. Conozco personas que se la jugaron a esas cartas y están ahí, de lo más bien. Triunfaron, de acuerdo; pero hay un saco de gente que lo han perdido todo y están hechos tierra.

Y el tercer camino, el sendero estrecho y tortuoso, es el de hacerte de una vida decente por tus propios méritos, con tu esfuerzo y dedicación, sin que medien en el triunfo otras con-
sideraciones. Ese es el camino de los artistas y los científicos prominentes. Lo que pasa es que yo quería hacer algo inédito, crear mi propia ciencia, mi propio camino, sin darme cuenta
exactamente de las grandes dificultades para lograr el éxito. De manera que me paso todo el tiempo de la licencia de maternidad de ella ajustando a las nuevas condiciones mi proyecto de realización personal. Y me pareció que era mucho más realista tratar de producir herramientas para resolver problemas del país, problemas vinculados al pensamiento, que pudieran ser resueltos con nuevas ideas.

Y cuando ella se reincorpora al trabajo, con el niño en la guardería, me concentro en acotar un problema específico, cuya solución redunde, a pesar de su condición de capital moral, en beneficios materiales para la colectividad. Y sea en el régimen que sea, el que produce capital recibe un premio.

(Ella)

Ahora él se pondrá a estudiar e investigar con mucho afán. En realidad, todavía no entiendo muy bien lo que se está proponiendo hacer, pero le veo el entusiasmo y la dedicación. Y le
creo cuando me dice que ha renunciado a los grandes propósitos de antes, y ahora dice tener aspiraciones modestas.

—No estoy muy clara de eso, pero tratar de ayudar al país le debió parecer mucho más simple que arreglar el mundo. Lo cierto es que vuelvo al trabajo, con el agravante de luchar tam-
bién para el niño —aunque esa es una carga que uno lleva con orgullo— y vamos a estar felices todo el año siguiente, sin que las dificultades de la vida lleguen a producirnos la amargura y
la depresión que llevan la mayoría de la gente. El amor es una fuerza. Y un bálsamo.

(Él)

No recuerdo haber conocido a nadie cuyas preocupaciones reales fueran más allá de sus intereses personales y familiares.

Incluso, hay una porción importante que está reduciendo el concepto de familia a los hijos, la mujer y, en el mejor de los casos, los padres. Y si te digo en el mejor de los casos es porque hay sujetos que, por sus cambalaches o sus cargos están viviendo en Jauja, y algunos incluso se olvidan de la madre, de los hermanos y hasta de los hijos —algo que podía suceder antes, no te lo niego, pero siempre era una cosa rara. Entonces estoy viendo paradojas increíbles. Veo que hay gente capaz de arriesgar la vida por ayudar a otros pueblos, gente buena, que lo hace de corazón, junto a personas que también son capaces de hacerlo, sin tener la más mínima compasión por su propia gente, por su propia sangre en un pueblo donde la solidaridad era consustancial a la mayoría, no sé si me entiende.
De manera que me parece que voy a llegar pronto a resultados tangibles, porque los únicos que parecen preocuparse por los destinos de la nación son los líderes políticos. Al menos son
los únicos que hablan del tema, pero están mirando a toda la sociedad en su conjunto, y no creo que el tiempo les alcance para centrarse en temas tan específicos, como los de la pérdida
gradual, continuada, de valores espirituales valores que en muchos casos constituyen el capital más valioso de los pue blos.
No voy a aburrirte con un discurso epistemológico sobre el modo en el que se va produciendo mi búsqueda. Baste con decir que me parecía haber llegado al meollo del asunto, pero, si bien es cierto que creía haber planteado correctamente el problema básico —es decir, el escaso poder adquisitivo del salario medio— la solución o la serie de soluciones necesarias se complejizaban, por cuanto estaban relacionadas con un aumento proporcional de la productividad —y la gente no parecía demasiado dispuesta a trabajar con ahínco, luego de que la esperanza de un futuro mejor fuera languideciendo hasta esfumarse completamente con la caída fragorosa del Muro de Berlín.

(El curda)

Estaba loco. A todo el mundo le preguntaba idioteces, que, si había algo que realmente te estimulara lo suficiente para convertirte en un súper obrero, en alguien que vive pensando
en cómo hacer más cada día, ese tipo de idiotez.
— Ah, no me joda usted también con eso. Para eso no hay que ser científico, ni quemarse las pestañas, ni na; lo único que hace falta es dinero. Que paguen sabroso para que veas como
nos comemos el trabajo, como nos comemos a Nicolás con zapato y todo. Lo demás es mierda. Muela política. —

Ese no es mi problema. Aquí todo el mundo trabajaba como un mulo. Si la cosa se jodió, no fui yo el que la jodí. Si ahora hay que producir riquezas, no sé. Eso a mí no me importa. Hasta el chino que limpia los patios, que hay quien dice que está loco, si no le pagas diez cocos por lo menos, no toca el azadón. Dígame usted los que están cuerdos.

(El gordo del fondo)

A todo el mundo. A todo el mundo. Creo que estaba ya hasta medio desesperado. Te preguntaba de cualquier cosa. De que, si había buenos trabajos, con una buena paga, uno dejaba los negocios.

— Claro que los dejo. Con el tiempo te vas acostumbrando, pe ro no es fácil vivir pensando que en cualquier momento se te tiran, y allá van las multas, los meses de cárcel. Eso no es fácil, la verdad. Tienes que tener los timbales de piedra y la cara como un palo, para hacerte el humilde, para enfermar a la vieja y decir que no te alcanza con un salario, que es mucho lo que gastas en medicinas y viajes al hospital.
Hasta actor te tienes que volver —porque yo sí que no me fajo con ellos; son una familia muy grande. Y cuando llegas al tribunal, te comen.

(La abuela de ella)

Va y es verdad que estaba buscándole solución a los problemas de todos. Y si me apuran hasta aplaudo y todo. Pero en aquellos tiempos yo veía a mi nieta reventándose, mientras él se pasaba todo el tiempo pensando en las musarañas. Eso era lo que yo veía.

(Ella)

Después de la balsa solo tuvimos un pequeño disgusto, en todo ese tiempo, como tres años y pico. Un solo disgusto, y la cosa termina bien.

(Él)

Me acuerdo del desenlace, pero de lo que pasó exactamente no. Sé que habíamos tenido una desavenencia por algo, y la abuela de ella estaba en la casa. Creo que salí, di una vuelta
para refrescar, pero no se me bajaba el genio. Entonces le digo que tenemos que hablar, y nos vamos para una especie de rotonda, con unas gradas de tubos. De noche. Supongo que ella me había hablado en forma descompuesta o algo así, porque estoy hecho un tigre, diciéndole cosas, y ella empieza a pedirme que me calme, que hable bajito —aunque estábamos solos, bajo los árboles copiosos que cubrían las gradas.

Parece que aquello no tenía mucha importancia o perdió importancia con el arreglo, porque no me acuerdo de las palabras que usé. Solo que estoy furioso y ella está humilde y en un gesto de dominación machista o qué se yo, me la saco y se la pongo en la boca. Recuerdo que ella la toma con mansedumbre y comienza a succionar con devoción. Eso no se me olvida, porque me calmo, y terminamos haciendo el amor allí, y luego regresamos a la casa y lo volvemos a hacer normal mente, si acaso es normal estar cuatro o cinco horas en eso.

Has leído en Café Naranjo la séptima entrega de la Novela, “Luna del amor inolvidable”, de Giraldo Aice. Comparte en las redes para seguir compartiendo la literatura hispanoamericana.


Giraldo Aice, Luna de amor inolvidable

Giraldo Aice

(Manatí, Las Tunas, 1955) poeta, narrador e investigador independiente.
Ha obtenido una docena de premios en los géneros de poesía, cuento y teatro. Tiene 5 libros publicados. Tres de narrativa (agotados en su versión impresa), una antología de poesía y un libro teórico. Poemas y relatos suyos aparecen en antologías de Cuba, México y España.
Tiene varias novelas inéditas, un libro de ensayo (Los caminos que convergen en la ópera prima, una guía para la escritura de una primera novela, Premio Taller de la Crítica 2006) y tiene en terminación la versión definitiva de su trabajo teórico, tal vez la primera teoría general psicológica de Cuba, cuya aplicación clínica apareció publicada en 2012 (Terapia Cauzal, eae, Alemania)


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Una respuesta a «Luna del amor inolvidable, de Giraldo Aice. Séptima entrega.»

  1. […] Quizás le interese leer: Séptima entrega de Luna del Amor inolvidable de Giraldo Arce. […]

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