épicas del sur

Gladiadores: el duro arte de pelear la vida

Por Nelson Pérez

“Solo si has sido un gladiador del Puerto,

comprenderías cómo llega a serte útil una temporada de esclavo…”

Gladiadores. Una palabra sencilla que nos remite a viejos tiempos y encierra toda una filosofía de lucha, sacrificios, esclavitud, supervivencia y de domar la vida a golpe de imponerse según la ley del más fuerte. Así también es como vemos el paraje agreste del puerto de la Habana y sus trabajadores, a través de los ojos del poeta y narrador cubano Pedro Luis Azcuy Flores (Habana, 14/ octubre/1984), graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso (2014-2015), ganador del Premio Oscar Hurtado 2019, mención de cuento en el Premio David 2019, editor, corrector y maquetador en las editoriales Naranjo Press y Letra de Kmbio, y actual ganador del Premio Eduardo Kovalivker 2023, con este relato inspirado en el durísimo micro mundo de los obreros portuarios.

Con una mirada crítica, aguda y descarnada, desprovista de oropeles y retóricas innecesarias, pero repleta de esa filosofía sencilla (nunca simple) nacida del trabajo y la austeridad asumida como recurso ineludible de supervivencia, Gladiadores nos sorprende con un retrato al más puro estilo del grabado al aguafuerte, con palabras cinceladas a buril sobre la dura realidad de un grupo de obreros que encarnan los sueños y frustraciones, las alegrías y la amargura del arduo trabajo de vivir, de esa casta menospreciada e invisible sobre cuyos hombros se sustenta la sociedad y su progreso.

Bajo esta apariencia de simplicidad, producto de una muy bien pensada economía del lenguaje, el autor nos adentra en un análisis de la sociedad y sus desequilibrios haciendo gala de la más perturbadora lucidez, al abordar, a través de los diálogos aparentemente ocasionales de los personajes y sus disquisiciones internas, temas que van desde la precariedad de la economía doméstica de un sector poblacional mayoritario, la desidia y el embotamiento mental como vías de escape y sobrevivencia, hasta la autoridad moral y la lealtad a la amistad sin límites de ciertos (e imprescindibles) héroes cotidianos, sin renunciar ni forzar la escueta elegancia de la palabra justa, precisa, con una fluidez narrativa que no desmerece ante la prosa del clásico más avezado.

La vigencia y eficacia de esta historia descansa, como sucede en toda gran construcción literaria, más que en el uso del lenguaje, en sus personajes, tan reales y cercanos que tenemos la sensación, al leer, que nos hemos topado con ellos en alguna parada, al doblar una esquina o, simplemente, que los encontraremos sentados a nuestra mesa al regresar a casa. El relato se centra, amén de algún que otro secundario que interviene de forma esporádica, en Leo, conocido entre los estibadores como El Chama, quien, desde la primera persona, utiliza el recurso de la rememoración para contarnos las profundas impresiones dejadas en él por el verdadero protagonista: Mayito, alias El Máquina, un veterano de los muelles de carga, descrito por el narrador como:

…Un hombre que no pensaba, no fumaba, no bebía ni se la gastaba en los prostíbulos… ese era El Máquina. Todo en función de su mujer y sus cinco hijos…

…Advertí las pezuñas desnudas de El Máquina: sus manos eran como garras con callos en los dedos índices, anulares, las falanges, y ni hablar de las palmas. Atenazó el saco, más bien lo apuñaló, por sus dos esquinas…

…El Máquina era mucho más que un tipo superdotado en resistencia. Era un líder en su pedazo de mundo…

…Quise encararlo, pero sentí un rafagazo de voluntad tras distinguir esa silueta dando el valor para no desmayarse; para no explotar frente a todos…

Personaje robusto, logrado, efectivo para transmitir tanto al joven protagonista como al lector, una ensarta de valores que parecen heredados de los famosos Espartanos, o de sus homónimos del circo Romano, pero sin caer en el escollo del didactismo, con diálogos que son certeras sentencias, muy cercanas al aforismo:

—Lo importante es ir parejos. Como cuando se baila, Chama.

—El cuerpo hace lo que tú lo obligues, Chama, el lío está en no andar pensando basura. Eso es lo que te frena.

—Tranquilo, Chama, al que es hombre, tarde o temprano le da vergüenza…

Pero, a pesar de que la fortaleza principal de este cuento descansa en la convincente construcción de sus personajes, al estar escrito en primera persona, la habilidad del autor consigue, incluso cuando el personaje se detiene en sus análisis o repara en algo de su entorno en particular, superar el brusco bache que provoca un resumen colocado entre escenas, y se mantiene la sensación de estar ante una escena casi continua, logrando momentos de gran impacto, casi fotografías impresionistas:

…Recuerdo que a esa hora el Puerto era sinónimo de fiesta de disfraces, debido al sol de las primeras horas de la tarde. Lo mismo te tropezabas con estibadores que parecían ninjas, o espantapájaros… y los más veteranos eran casi nudistas, inmunes al sol, y con el tiempo habían adquirido colores de piel bastante uniformes. El Máquina siempre andaba ligero de vestimenta, y de estómago también, pues nunca se atragantaba de más para que el cuerpo le respondiera rápido…

Nos encontramos aquí frente a un cuento donde el correcto y atinado uso de las técnicas narrativas, el cuidado del lenguaje, trabajado como pieza de relojería, y una tesis hábilmente planteada desde lo sugerido, marchan de la mano, dando fe de las habilidades de un autor sólido que, alejado de las modas posmodernas, regresa a la tradición de las formas clásicas de narrar para dar voz a unos personajes salidos de las propias vivencias y andanzas del autor entre gritos y estibas de sacos.

Definitivamente esta es una historia cuya mayor pretensión es rescatar de la desmemoria a esos que nunca gozarán de efigies ni mármoles, esas gentes anónimas, desconocidas, que aún practican el heroísmo de la vida cotidianay que son capaces de no sacrificar sus ideas, sus convicciones, sus principios en función de sus conveniencias, con frases que son como el disparo de un cañón en el oído (…el mundo se volvía un saco y no se pensaba en nada más…) pero envueltas en un tono íntimo que evoca a la vez la confidencia del amigo y la ligereza del comediante (…Chama, no te me pongas bravo con esto que te voy a decir (…) Extraño al Talibán. Es el único que de verdad puede seguirme. Veinte años juntos…), aunque la honda preocupación de un autor sensible al sufrimiento provocado por las profundas desigualdades sociales de nuestro mundo convierta la jocosidad presente en todo el cuento en un humor bastante negro.

Pero no es del pesimismo ni de la denuncia hueca de lo que se ocupa el autor en estas páginas, sino de insuflar un soplo de fuerza, de esperanza en cada frase, un golpecito animoso en el hombro de la promesa incipiente, un abrazo fraterno al titán caído en desgracia, como nos los demuestra el propio Máquina en el final, al aparecer en la escena obligatoria el tercer protagonista de la narración, que gravita como espectro durante todo el relato para aparecer justo en el cierre, brindando un sabor agridulce al epílogo, pero también sugiriendo que vayamos más allá del alcance del punto final de un relato, sin dudas, para degustar y reflexionar:

—No todos somos máquinas, Máquina.


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Comentarios

Una respuesta a «Gladiadores: el duro arte de pelear la vida»

  1. Avatar de Reinier del Pino
    Reinier del Pino

    Excelente reseña y excelente relato.uno tiene la sensación, al terminar de leer Gladuadores, de que le debe mucho a esos hombres del puerto. Termina preguntándose cuál es la naturaleza dos Gladis. Si es entre ellos, entre las brigadas o del hombre con la existencia. Felicidades a Pedro. Y también gracias por esa historia.

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