Por Nelson Pérez Espinosa
¿Qué tienen en común Edgard Allan Poe, David Bowie, Scott Fitzgerald y Lou Reed, además de su indudable genialidad? Esta puede parecer una de esas molestas y capciosas preguntas trampa para tertulias trasnochadas de intelectuales y diletantes. Reformulémosla, entonces: ¿Qué tienen en común la literatura y el Rock? Dicho de esta forma pudiera parecer un record mundial en salto de la pedantería a lo tonto, pero la realidad es que casi nunca, ni siquiera los más fervientes seguidores de música y literatura respectivamente, se detienen a pensar en las activas interacciones entre una y otra. La verdad es que por cuestión de coincidencias en el proceso creativo, la música y la literatura siempre han estado ligadas de forma muy estrecha. Para muchos, las canciones son poesía, al menos las mejores letras, y sus compositores, virtuales literatos, buen ejemplo de este sentir es el singular caso del cantautor Bob Dylan, a quien la Academia Sueca otorgó el Premio Novel de Literatura en el pasado año. Sin embargo, este sano contagio ocurre en ambas direcciones. Por un lado, numerosas obras literarias se nutren de temáticas musicales, y encontramos cuentos, novelas y poemas cuyo argumento gira en torno a bandas o intérpretes, reales o imaginarios, o se recrean en entornos o subgrupos juveniles asociados a los distintos géneros musicales. Por otro lado, innumerables canciones, incluso discos enteros, han tomado autores, personajes o temáticas de grandes obras de la literatura para recrear sus composiciones. Existe una tercera variante, donde coinciden músicos y literatos en una sola persona; tales son los casos de John Lennon, Jim Morrison de los Doors o Leonard Cohen, con una reputada y sólida obra literaria independiente de su producción musical. Y por último tenemos letras de canciones que no desmerecen ante la mejor poesía; díganse las composiciones del antes mencionado Bob Dylan, una de las cuales incluye el palíndromo, una figura literaria compleja; el dúo de folk-rock Simon & Garfunkel o piezas de Pink Floyd como Wish you we here. Estas son, a rasgos generales, las cuatro variantes principales, cuatro líneas básicas que serán el esqueleto de Escritos con Guitarra. En ocasiones hablaremos de literatura con temática musical, otras de canciones o discos inspirados por la literatura, dedicaremos varias a autores o músicos en específico o nos detendremos en la letra de alguna canción merecedora de particular interés por su alta calidad literaria. Pero justo es comenzar hablando de los orígenes de la literatura moderna con temática musical, y cuándo y cómo comenzó la mezcla de estos dos géneros. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, en 1918, y durante las décadas posteriores, se encontraban reunidos en varias ciudades de Europa, pero sobre todo en París, un buen grupo de escritores norteamericanos que habían participado en la misma. Esta comunidad de expatriados, bautizados por la poetisa y mecenas artística Gertrude Stein como la Generación Perdida, comienzan a llenar sus páginas con historias donde prima el desencanto de los jóvenes, privilegiados por la bonanza económica de los Felices Años Veinte, que arrastraban su tedio entre el jazz y la bebida. Quizás el más representativo de esta tendencia sea Scott Fitzgerald (A Este Lado del Paraíso, 1920; El Gran Gatsby, 1925, etc.), pero es un tema recurrente también en John Dos Passos (Manhattan Transfer, 1925; trilogía U.S.A.); Ezra Pound, cuya obra poética servirá de inspiración años más tarde a Allen Ginsberg y el resto de la Generación Beat; Ernest Hemingway (Fiesta, 1926; París Era Una Fiesta, publicado de forma póstuma en 1964) y otros. La Ley Seca; el Crac del 29; La Gran Depresión… Los años 40 llegan marcados por un profundo descontento social, cuyo eco resuena en la música jazz, protagonista indiscutible del gusto popular de la época. El reclutamiento masivo de músicos de las big band durante la Segunda Guerra Mundial trae consigo un aumento en la escena musical norteamericana de jóvenes intérpretes que evolucionarían el melódico swing de los años treinta hasta convertirlo en el caótico bebop de los cuarenta. Todo este complejo entramado social fue colándose poco a poco en la literatura, en los relatos de J.D. Salinger y numerosas piezas teatrales de Tennesse Williams, pero muy especialmente en las crudas historias de los autores más duros de la novela negra como Dashiell Hammett, quien fue el primer escritor de novelas policíacas en tener en cuenta el estrato social donde más se generaba el crimen, los bajos fondos, que conocía muy bien por haber sido detective privado de la agencia Pinkerton; Raymond Chandler y Chester Himes, escritor negro cuyos detectives, Sepulturero y Ataúd, se mueven por el Harlem más oscuro, intentando sobrevivir en un medio hostil. En muchos de estos casos, las licencias literarias de los autores quedaban por debajo de los modelos originales, ya que muchos boppers (músicos de bebop) se relacionaban con, o eran parte, de un sector altamente marginado y expulsado hasta los límites más extremos de la sociedad: poetas, homosexuales, artistas, traficantes de drogas y proxenetas, quienes utilizaban para describirse a sí mismos el término “beats”, un diminutivo de 'beatitud': los benditos oprimidos de la sociedad. Y es en este caldo de cultivo socio-musical donde nace el movimiento literario estadounidense denominado Generación Beat. Pioneros en esta búsqueda artística y en muchos otros campos, que en los años cincuenta cristalizarían en poesía y novela publicada todas estas experiencias, fueron William Burroughs (El Almuerzo Desnudo, 1959), considerado el hermano mayor del movimiento; Jack Kerouac (En El Camino, 1957) y Allen Ginsberg (Aullido, 1956), entre otros. Aunque en esos momentos cantantes de baladas de la talla de Frank Sinatra y Bing Crosby eran los preferidos por el gran público, y la música negra que empezaba a atraer a las masas era el Rhythm & Blues, de donde surgiría el Rock & Roll, exceptuando a William Burroughs, el interés de esta casta literaria continuaba centrado en el bebop, y las obras de Jack Kerouac, por poner un ejemplo, eran influenciadas por el célebre jazzista Charlie Parker, y algunos otros de sus contemporáneos. Como respuesta, y con el propósito de parodiar y desprestigiar el movimiento beat, apareció el término "beatnik", inventado en 1958 por el periodista estadounidense Herb Caen, quien fusionó las palabras "beat" y "Sputnik", sugiriendo una postura antiestadounidense y comunista del movimiento. Los escritores beat rechazaron el término por despectivo, pero fue adoptado y difundido ampliamente por los medios de comunicación, aplicándolo a un estereotipo juvenil distinguible por la forma de vestirse y arreglarse, convertido en moda, y relacionándolo con una actitud proclive a la vagancia, el desenfreno sexual, la violencia, el vandalismo y las pandillas. Con el tiempo el mote terminó siendo aplicado de manera indiscriminada de igual forma al estereotipo y a los artistas beat y sus seguidores. En palabras del propio Ginsberg: "Beat era un modo de ser; beatnik era ropa de moda. Beat era identidad; beatnik era imagen.” Los llamados “beatniks” de los 50, en realidad fueron, en su mayor parte y desde el principio, un movimiento literario. Al aparecer, en 1956, Howl (Aullido) de Allen Ginsberg, este rompió, de una vez por todas, con cualquier rastro de puritanismo y se convirtió en el estandarte de toda una generación, y Jack Kerouac, en su novela On the road (En El Camino), contó la historia de un beat nómada y bohemio que va de ciudad en ciudad, hablando, soñando, leyendo y escuchando la nueva poesía, viviendo una nueva libertad, lejos del statu quo de la posguerra y revelándose en contra de los valores de la época. Todos estos autores desarrollaron un estilo poético marcado por un enfoque renovador del mundo, y a su vez comprometía la palabra escrita en los movimientos sociales de la década del sesenta. La moderna literatura norteamericana llenó entonces sus páginas gracias a estos rockeros avant la lettre, o antes de tiempo, entendiendo el término de rockeros en su sentido más amplio: rebeldes sin causa, viajeros recorriendo las carreteras sin brújula ni rumbo, jóvenes violentos, pandillas... Lamentablemente este movimiento casi desapareció a mediados de la década de los sesenta, absorbido tanto el arte beat como la moda y el estereotipo beatnik por la cultura de masas y la clase media. Por suerte ya desde los cincuenta y paralelo a este, venía gestándose otro movimiento, nacido también de raíces musicales negras, el Rock & Roll, que tomaría el relevo de esa mitología en la siguiente década, representada en el movimiento hippie y la etapa contracultural del rock inaugurada por Bob Dylan y Los Beatles. Pero esto será tema para otra ocasión.