«Crónica de un martes 13 o abrazos del café naranjo»
Por: Roswel Borges Castellanos (más sobre este autor)
He tomado un tiempo para escribir esta crónica porque han sido días cargados de muchos sentimientos que aún se procesan en mi interior. Quienes me conocen, saben que me gusta el café. De igual manera, al nacer en Villa Clara, el color naranja me ha identificado, por materias de deportes y otras cuestiones de identidad local que tampoco se desprenden de ese líquido preciado.
La causalidad del tiempo permitió tuviese el privilegio de visitar por primera vez el Centro Cultural Dulce María Loynaz, para abrazar, conocer y compartir espacios con un grupo maravilloso de personas, poetas e historias. Espacios donde reencuentros y música, colmaron pequeños instantes de abrazos eternos.
Los supersticiosos tal vez discrepen conmigo. Pero este martes 13 fue sin dudas extraordinario. Pudimos disfrutar de un Café Naranjo sencillamente indescriptible, junto al negro que no es negro, del gran Reinier Del Pino , con su manera auténtica de transmitirnos lo cotidiano desde la oralidad que traspasa lo escrito, lo gestual, y pertrecharnos de cálidas y alegres reflexiones para movilizar todo cuestionamiento del entorno.
Por supuesto, nada de ello, hubiese sido posible sin la mano de ese gran pedagogo que también es Alberto Guerra Naranjo , quien inició la jornada regalándonos un capítulo de su novela Los Conjurados, como el que alerta se aproximan horas de espléndido disfrute junto a seres que solo emanan luz desde la poesía de sus pasos. Con su magistralidad característica, supo mantener atento a todo un auditorio de jóvenes durante su descubrimiento de un nuevo universo, manifiesto en la voz de una adolescente poeta llamada Elizabeth, al compartir introspecciones profundas más allá de su diario y que aplaudimos todos, incluso Alberto, quien pensó que yo era mucho más alto, pero de igual manera me abrazó y sonrió de un modo que solo puedo agradecer eternamente.
Luego sobrevinieron horas mágicas de intercambios en la UNEAC. Lo causal, volvió a iluminar al tiempo para agradecer a Sadiel Madrazo y a Silvio Alejandro Rodriguez , por haberme invitado a leer también allí, en un espacio sagrado de la trova que rinde tributo y permanencia de la figura de Vicente Feliú.
Entonces, cayendo la tarde, el parque de H y 21 fue testigo de la poesía en su máximo esplendor. Mi pésima memoria impide nombrarlos a todos, pero sin dudas, fue un privilegio escucharles y disfrutar de momentos que, eso sí, jamás se borrarán de mi corazón, como tampoco se borrará la sentencia de que el martes 13, ya es inolvidable.
Sencillamente, gracias a todos, por existir.
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