épicas del sur

Libellum o el mal arte del linchamiento mediático

A media noche, Nelson Pérez Espinosa

Café Naranjo publica en esta oportunidad “A media Noche” un cuento de, Nelson Pérez Espinosa de su libro “Allí Donde el Fuego Arde”, ganador del importante Premio David. Que lo disfruten, no olviden comentar y compartir.


(Pintura de Yasmani Rodríguez Alfaro)

A media noche

Sentado en el banco del portal, tieso y seriecito bajo la mirada vigilante de la madre, el nieto de Fidencio Almanza vio a los muchachos del barrio pasar corriendo como una exhalación. Se revolvió inquieto en su asiento sin decir nada, pero cuando el grupo de niñas curiosas se detuvo frente a su casa y lo miraron intrigadas entre risitas burlonas, dirigió al abuelo el ruego a vivo grito de su mirada.

El viejo Almanza echó un vistazo de reojo a la hija y habló con media boca, porque esta no le viera su disimulo de sonrisa:

―¿Está fresca la noche, eh?

―Mejor así, si no nos comen los mosquitos, y no pude traer repelente.

―Y mejor fuera con una coladita de café.

―Papi, la doctora Irma te dijo en el último chequeo…

―Que no me alterara, y yo sin café me altero, deje la discutidera para sus entrevistas y cosas de periodista y vaya a hacerlo.

Ella resopló y murmuró algo de viejos malcriados como criaturas, pero entró a cumplir. Almanza dio dos palmadas en el hombro del nieto y la sonrisa volvió a brillarle por debajo de la brasa roja del tabaco.

―Deje la guanajera y no haga esperar, arranque.

Con la cara encendida de contento se levantó el muchacho de un salto y, no llegando aún a esa edad en que las cosas de la ternura entre hombres ya no se ven tan bien como debieran, le plantó un sonoro beso en la mejilla al viejo y en dos brincos aterrizó en la calle. Una de las niñas le habló, y al verla la pensó hecha con todas las cosas lindas del mundo: leche de coco para la piel, azabache bruñido para los ojos, el negro de la noche en el pelo y donde debe ir la boca, dos tajaditas de mamey colorado.

―Tú eres nieto del viejo Almanza y Aurora la carbonera, ¿no? El hijo de Hortensia, de la Habana.

―Ese mismo.

―¿Y cómo te llamas?

―Lucio. ¿Para dónde va todo el mundo?

―Al Rodeo, a jugar al cogío. Ven con nosotras, dale.

Lucio miró al portal y desde allí le llegó el cabeceo aprobatorio del viejo. Las muchachitas esperaban, con ese brillo en la mirada tan falta de pudor, característico de todos los adolescentes. Lucio asintió con la cabeza y echó a correr detrás de ellas.

Llegaron hasta el final de la cuadra. Pasando el Consolidado y la Colchonera doblaron a la derecha y dejaron atrás el INDER, el Ranchón de La Feria y se detuvieron frente al Rodeo. Más allá solo quedaba el campo de fútbol a la derecha y el viejo cementerio del pueblo al fondo de la calle.

Frente al Rodeo les recibió el griterío de una docena de chiquillos, y la muchachita lo presentó:

―Él es Lucio, el nieto de Almanza, viene con nosotras.

Del grupo se separó el más alto y se plantó ante Lucio, agresivo.

―¿Es verdad?

―Sí.

―Yo nunca te he visto por aquí.

Una de las niñas, con las manos en la cintura, canturreó burlona:

―Porque es de la Habana.

―¡Ah, bueno! ―murmuraron todos.

Justo entonces repararon en sus zapatos lustrosos, peinado impecable y camisa nueva, contrastando vivamente con los chores rotos y pies descalzos de los demás varones. El mayor del grupo negó con la cabeza.

―Tú así no puedes jugar con nosotros.

―¿Quién dice eso? Ay, no te metas con el chiquito, Pichón, ¡él vino con nosotras y juega si quiere!

―No lo defiendas, Débora. Habla tú mismo si tienes boca… o si no eres yegua.

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Lucio enrojeció hasta la raíz del pelo. Sin decir palabra domó su furia como perro propio hasta quitarse camisa y zapatos y, dejándolos ocultos debajo de las gradas repletas de cortadera, cerró el puño, se acercó resuelto al llamado Pichón y le atizó un golpe en la cara, a la altura de la ceja.

―¡Ñój, tremenda piña!

Ambos rodaron por el suelo levantando una nube de polvo, pero las muchachitas se fueron sobre los demás varones gritando:

―¡Negrito, Cagatrillo, Chinito, sepárenlos, sepárenlos!

Fueron apartados los dos rivales, bufando y resoplando, y obligados a reconciliarse bajo amenaza de no jugar nadie con ninguno de los dos. Una suerte para Lucio, el más pequeño en la pendencia y llevando las de perder desde el principio. Se dieron la mano, midiéndose de reojo con rabia mal contenida y los varones se agruparon alrededor de Pichón, salpicándole el malestar con risotadas de burla.

―¡Ño mijo, como se te está poniendo el ojo!

―Tremenda piña te metió el finito.

―¡A que los pongo finitos yo a todos ustedes de una buena estrada a piñas!

―Con nosotros no, oíste, con nosotros no, aquí nadie te emplumó, cógela con el finito.

Las niñas se llevaron aparte a Lucio, y Débora le arregló un poco el pelo.

―Ay mijo, mira cómo te pusiste.

―No importa.

―Hiciste bien ―dijo una regordeta sacudiéndole el short―, ese no se hace más el guapito contigo.

―Vístete, dale ―dijo otra.

―¿Para qué?

Y Lucio irguió su blanco y espigado cuerpo adolescente, tan distinto al trigueño tostado de los otros.

―Mijo, tú no estás acostumbrado a andar descalzo.

―Pues me acostumbro, además, si me ensucio la ropa me van a dar tremenda pela cuando vire. ¿Cómo se llaman ustedes?

―Esta gordita es Masita, esta es Igraine, Yaslen La Pinéa y La Gaviota. El guapito es Pichón, los demás son Negrito, Yuni Cagatrillo, Gualdisney, Caballo, Chico Tinieblas y el Chinito.

―Y tú eres Débora…

―Débora, de los arrozconputa ―dijo Cagatrillo acercándose―, si estás diciendo el nombrete de todo el mundo también dile el tuyo.

―¿Por qué a tu familia le dicen así?

―Porque en su casa todas las mujeres son muy…

Y la nalgada chasqueó como un rayo bajo el techo de la noche. Débora persiguió al muchacho con fingidos golpes, pero el brillo en sus ojos justificaba de sobra el apodo de su familia. El ambiente de pelea se esfumó al momento y cada varón persiguió a las niñas tratando de levantarles las sayas. Lucio se unió a la correría y, sin ascos de ninguna, se dio buena maña, pero todos pudieron darse cuenta de algo: incluso con dos niñas delante, la saya de Débora siempre terminaba al alcance de su mano, y sus golpes de respuesta casi eran caricias.

¡Y había que verle la cara a Pichón!

De mil formas trató de separarlos, meterse en el medio, acaparar el interés de la muchachita y hasta tumbar a Lucio a fuerza de ponerle traspiés. Al final se convenció de lo inútil de sus tretas, y cuando los toqueteos fueron volviéndose más atrevidos, tuvo una idea.

―Caballero, falta poco para las doce, vamos adentro del cementerio a jugar a los escondíos.

Si no se es campesino y niño es difícil entender más o menos bien el farolazo de Pichón. A pleno sol y con el indio recalentando la mollera nadie cree en muertos o espíritus o la cabeza de un guanajo. De noche, la cosa es cantar de otro gallo, y la cabeza se llena de cada cuento e historia salida de boca de viejos y creída a rajatabla en el fondo del pecho, aunque nadie lo reconozca por miedo al ridículo.

Y por eso, por miedo al ridículo, todos aprobaron la idea, con el escalofrío de pueblerinos supersticiosos metido en cada hueso. Pichón miró de reojo a Lucio, sin descubrir en sus ojos la más mínima sombra de temor y, molesto por su propio susto, alzó la voz más de lo necesario al decir:

―Pero hoy va a ser un escondío distinto, por equipos.

―¿Y ese invento tuyo, Pichón?

―Así va a ser mejor, escuchen para acá: los varones contra las hembras, tipo un ladrón y policía, no hacen falta pistolas, nada más esconderse.

―¿Y cuál es el castigo si se pierde?

―Ninguno, mejor un premio para quien gane.

―¿Cuál?

Apretar con una hembra.

Las protestas de las niñas se mesclaron con los gritos alegres de los varones, y durante un rato vociferaron sin ponerse de acuerdo.

―No, así no, porque siempre van a encontrar a alguna de nosotras, y entonces todos van querer apretar con ella, ¡y así no, mijo, así no, eso es tremendo abuso!

―Sí es a La Pinea o a Masita ¡ya pela! ¡Me escondo yo para ni tocarlas! ―gritó Chico Tinieblas.

―¡Pues bastante nalga tocaste ahorita, payaso! ―gritó La Pinea dándole un empujón―. No deberíamos ni dejarte, con la cara esa y las guatacas de avioneta, ¡so feo!

―¡Mira a la enana esta, chico!

―¡Enana será tu madre!

Lucio dijo precipitado, intentando aplacar los ánimos:

―Yo tengo una idea.

Y Pichón se volvió como picado por una avispa.

―¿Tú?

―Sí, yo.

―¡Na na na, la idea del juego fue mía!

―¡Chico, déjalo tranquilo ya ―Débora le plantó cara―, a ver si te mete otra piña por insoportable!

Pichón se tragó rabia y palabras, al no encontrar apoyo en la cara de sus amigos. Lucio esperó el silencio de todos y dijo:

―El juego de ladrón y policía es en equipo, un equipo contra otro, pero también es una competencia entre los del mismo equipo: a ver que ladrón se esconde mejor y cual policía encuentra a alguien primero. Mi idea es esta: el policía que primero encuentre a alguien escoge una niña para apretar, y la niña que mejor se esconda y no la encuentren, escoge a un varón.

―¡Hay mijo, tú sí eres inteligente! ―dijo La Gaviota pasándole una mano por el pelo.

Pichón y Débora le regalaron una mirada rabiosa a la entremetida aduladora, pero todos estuvieron de acuerdo y en un cantío saltaron la tapia. Era un cementerio bastante grande, oscuro, lleno de cipreses espigados y coposos laureles, panteones con esculturas y avenidas llenas de nichos. Lucio se acercó a Negrito.

―¿Aquí nadie hace guardia?

―Sí, un tío del Chinito, pero él y Pepe Mofuco se meten la noche tomando en el portal de Quico Paticruzao, no hay lío.

―¿Tienes miedo, finito? ―se burló Pichón.

Lucio no le hizo caso.

―¿Y hay algún lugar más claro para usarlo de base?

―Sí, alrededor de la Ceiba, en el centro.

―Vamos para allá.

Cuando se juntaron todos alrededor de la ceiba, Lucio, ya jefe casi indiscutible de la pandilla, organizó la cosa:

―Esta es la base. Nosotros cerramos los ojos y contamos hasta cien y ustedes se esconden. No vale esconderse en grupo, y si encuentran a una hembra es obligado traerla aquí, si no es juego culeco.

Todos asintieron. Las niñas corrieron a esconderse, chillando excitadas, los muchachos contaron impacientes hasta el número acordado y salieron a darles caza.

Lucio no conocía el cementerio, pero no era difícil orientarse en él. Escuchó el escándalo de los demás varones y se alejó de ellos, pensando con buen pensar que no se pesca ahuyentando a la mancha. Y no le falló el olfato. Pegado al tronco de un laurel vio un bulto deslizándose entre los panteones, y en par de saltos se le plantó al lado.

―¡Te agarré! ―susurró tomándola por la muñeca.

La muchachita se volteó sofocando un grito.

―¡Guanajo, tremendo susto me has dado, por poco me dejas tiesa!

―¿Tú eres Igraine, no?

―Sí.

―Ven rápido, vamos hasta la ceiba, si me demoro me quedo en esa.

La niña se resistió, con el deseo asomándole a la sonrisa.

―No.

―¿Cómo qué no?

―No, primero dime a quien vas a escoger.

―Si me demoro, a ninguna.

―Mejor, así te escojo yo.

―Pero… tú ya no puedes, yo te cogí.

―¿Y qué?

La mano de Igraine atrapó la derecha de Lucio y se la enterró entre los muslos, por debajo de la saya.

―¿Yo no te gusto?

―Tú…tú eres muy… sí, me gustas, pero…

La niña rio bajito, pero con ganas, y a Lucio se le atragantaron razones y protestas en el pescuezo.

―¡Yo no soy ningún pájaro, no te equivoques!

―¡Ay mijo, no seas bobo, si aquí todo el mundo sabe ya quién es la que te gusta! Dame un beso y te dejo llevarme hasta la ceiba.

―Bueno, si no se entera Débora.

―Está bien.

No era novato Lucio en el asunto de besar, pero la buena fruta madura a su tiempo y no antes, y fue un beso más inocente que erótico, un pegar estrecho de labios, más parecido a dos peces juntando sus bocas que a un beso de verdad. Al despegarse, fue Igraine quien le agarró del brazo y echó a correr.

―¡Apúrate mongo!

Llegaron los dos a la ceiba del brazo y con gritos de triunfo, recibidos por silbidos, abucheos y las caras de chasco y envidia de los demás muchachos. Cuando se encontró a la última de las niñas se pasó a lo palabreado. A la derecha los varones, las hembras a la izquierda, y en el centro Lucio y Yaslen La Pinea, última en ser descubierta.

―¡Cómo no se va a esconder bien si es la más enana! ―se rio Caballo―. Con ese tamaño esta cabe en una jardinera.

―¡Al final por gusto! ―refunfuñó La Pinéamirando a Débora con rencor.

―¿Quién empieza? ―preguntó Gualdisney.

Débora se apresuró a decir:

 ―¡Lucio fue quien encontró primero!

―De eso no se dijo nada ―terció Pichón huraño―. Mejor limón limonero

―¿Y desde cuando tú eres tan caballeroso?

―Desde ahora. Limón limonero.

―¡Es verdad, limón limonero! ―exclamó La Pinéa con la esperanza relampagueándole en los ojos.

―¡Mija, no te metas! ―Igraine la empujó―. Niño, escoge, ¡y despierta, o te levantan la nasa!

Lucio no lo dudó. Dio dos pasos, agarró a Débora de la mano y la sacó del grupo.

―Ella.

―¡¡¡Ñó!!! ―protestaron todas las demás.

Pero Pichón también se adelantó un par de pasos y de un manotazo separó las dos manos. Estaba desencajado por la rabia, estrecho entre sus calores y mal llevado de sí, todo un infierno de furia ardiendo tras los ojos, y solo pudo decir:

―¡Ella no!

Lucio se encaró.

―¿Ella es tu novia?

―No…

―Entonces ella sí.

―¡No me da la gana!

―Pues que te dé. Yo fui el primero, ¡así que las ganas te las tragas!

Pichón se movió apresurado y, temeroso del puño de Lucio, lo agarró por la cintura y fueron a dar de nuevo al suelo. Esta vez fue Lucio quien salió con la boca partida y un cachete machacado antes de ser desapartados una vez más.

―¿Mija, tú vas a dejar que se sigan fajando por ti? ―Masitasacudió el polvo del short de Lucio por segunda vez y miró acusadora a Débora―. Di cuál de los dos te gusta antes de que se maten.

Débora se enfrentó a Pichón hecha una furia.

―¡A mí me gusta Lucio, tú eres un bruto y un animal y ni muerta soy tu novia o aprieto contigo, fíjate!

Pichón hizo el amago de un golpe contra ella, Lucio se interpuso y de un empujón le obligó a retroceder sin descargar el porrazo.

―¡Pues a mí me gustas tú, y si no estás conmigo no estás con nadie!

―¡Yo no soy tuya!

―¡Eso a mí no me importa!

―¿Y si se la aprieta el más valiente?, y el más pendejo, a ladrar al patio de su casa ―dijo Chico Tinieblas.

―¿Chico, tú eres mongo? Ninguno de los dos tiene miedo a fajarse…

―¿Y al diablo y los demonios y los espíritus?

Y a cada cuál le falto palabra para hablar al oír aquello.

―¿Cómo es eso del diablo? ―preguntó Lucio.

―Fácil, todas las ceibas de cementerio son las Ceibas del Diablo, y a media noche se hace una ronda alrededor de ella llamando a los demonios y al diablo, y quien se quede cuando aparezcan es el más guapo.

Lucas desafió a Pichón con un gesto.

―Ya es media noche. ¿Vamos?

―Pues vamos.

El grupo completo rodeó la ceiba y empezaron su cantinela moviéndose en círculos, cada vez más nerviosos. Algunos no aguantaron hasta el final.

―Mija, yo me voy, a mí estas cosas me dan tremendo miedo ―dijo La Gaviota, vecina de Débora en la ronda.

―Yo también ―dijo Masita con voz temblona.

Y arrancaron de allí ligeras como pluma en ventolera. Pero no solo las hembras abandonaron el barco: Yuni Cagatrillo no aguantaba ya las ganas de orinar, y Gualdisney había comido mucho y por culpa de la corredera se estaba cagando. Ninguno regresó.

De pronto Débora se llevó las manos a la boca y señaló el horizonte.

―Miren allí…

―¿Adonde? ―preguntaron todos con un salto en el estómago.

―Allí, allí, en el monte, por detrás de la tapia del fondo, por encima de las matas…

―¿Por encima dónde?

―¿No la ven?

―¿Qué si no vemos qué?

―Hay Dios mío, una luz blanca… está subiendo por detrás de la ceiba… y cada vez es más grande…

―Yo no veo nada ―dijo Lucio.

―No te hagas más el machito, fíjate…

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El inesperado chillido de Débora los hizo saltar medio metro. Se dejó caer de rodillas y con las manos en la cabeza chilló, chilló y chilló hasta apagarse por completo el ruido de la desenfrenada carrera de los muchachos buscando la tapia de la entrada y sus gritos de espanto. Lucio, con las lágrimas afuera de tanto reírse, la ayudó a ponerse en pie.

―¿Miedo al diablo? ¡A ti sí hay que tenerte miedo! Tremendo abuso se te ocurrió. Esos no juegan más aquí en su vida.

―¿Y tú?

―¿Yo qué?

―Eso mismo, ¿Tú y yo qué? ¿Sí o no?

―¿Qué va a ser? Claro que sí. Débora tomó la mano de Lucio y en silencio lo llevó hasta un panteón oscuro y sin puerta, y allí, entre la secreta humedad de las paredes musgosas, sus escasas prendas de ropa cayeron rápidamente al suelo.

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Nelson Perez Espinosa

Nelson Pérez Espinosa

La Habana, 1982). Ilustrador, pintor, diseñador gráfico, historietista, periodista, artista performático y animador cinematográfico (dibujos animados) del ICAIC y el ICRT . Graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Coordinador del grupo “Generación Ariete” y de su peña literaria “La Mazorca”. Desde 2015 coordinador del “Evento Nacional Itinerante Rock y Literatura”. Guionista y locutor del programa radial “Escritos con Guitarra”. Cuentos, historietas, artículos, entrevistas y materiales periodísticos suyos han sido publicados en diferentes revistas y antologías de Cuba, Argentina, Colombia, España, Alemania y EUA. Su libro “Havana Heavy Metal” fue mención especial en 2020 y premio en 2021 del concurso “La Gaveta”. Su libro “Allí Donde el Fuego Arde” fue “Premio David en Cuento” en 2023. Su Cuento Ellas No Quieren Singar pertenece a la antología “Ariete: la más joven narrativa cubana”, publicada por la editorial Guantanamera, y ganadora del premio “International Latino Book Award 2019”, (Mejor Libro de Diferentes Autores).


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