épicas del sur

La hora fantasma de cada cual – lectura


Elenaguerrilla

I

Pinar del Río. Domingo.

Minutos antes de verlo, Elena había empujado la inmensa puerta de la casa de tabaco para enfrentarse a la noche. Una oleada de aire frío la invadió de golpe y ella, sintiendo que aquella salida iba a ser una locura, sonrió. De nuevo a la realidad. Pensaría que el libro recién terminado estaba muy bueno, lástima que al final se echaba a perder un poco. ITZAM NA, de Arturo Arias. Se lo iba a prestar a sus amigas, eso estaba claro, ¡lástima que Berenice aun no lo hubiera leído! Le hubiera dado una opinión certera sobre la trama, ¡con el amor que sentía por los hippies!
         Recordó a la amiga diciendo que ese tipo de cosas eran maravillosas, y que de sucederle algo parecido, es decir, de cuadrar con uno de los friquis tipo Hair o Perchero o el cantante de los Provos, seguro mandaba al diablo a su novio con todas sus estupideces de la comunidad primitiva.
         Lo que no lograba entender era el final del libro, parecía traído por los pelos. ¿Por qué aquello tan absurdo de cegar a la Gran Puta si después de todas formas iba a desaparecer en el río? ¿Y el guerrillero ese de última hora? Eso era una pura concesión.
         Al cruzar la plazoleta del campamento chequeó su reloj. Ya era bastante tarde, casi las once de la noche y a esa hora mandaban a apagar las luces. Por suerte era domingo. En realidad no tenía sueño y hubiera podido caminar un poco, pero esos lugares eran bastante oscuros y ¿quién sabe? Berenice ya había pasado un susto el mes anterior y ella ni de broma esperaba verse en la misma situación.
         Cada paso que daba la iba alejando de la luz. Al caminar por el terraplén deslizó la mirada sobre rostros conocidos. Allí, algunas de esas, pelos desteñidos y atrabancadas por las piernas con el chiquito de turno —todas las noches uno distinto— tan putas como siempre.
         En la misma ventana del albergue estaba sentado un mulato, mirada escrutadora de las muchachas en ropa interior, con su pulóver desmangado, collar de huesos y semillas, profesional del disparo nocturno en atmósfera salsa. Un cheo, con ojos que sopesaban lentamente toda su anatomía, y luego la inevitable frase del tipo guaroso que la haría sentir mal un largo rato.
         —Mima, ¿estás sola?, ¿no quieres que te acompañe?
         Y como siempre, tras ponerse nerviosa y con ganas de asesinarlo, Elena no pudo dominar una sonrisa. Error fatal.
El tipo sólo esperaba algo así para bajar de la ventana de un salto y comenzar a seguirla.
         —Anda, no te hagas la arisca, que tú no estás tan buena.
         Y por supuesto que ella apuró el paso. “Lo único que me faltaba” ... se dijo y trató de escabullirse por algún lado, pero era inútil. El mulato se apresuró también y ya estaba a su lado.
         —Que rico sería chuparte el bollito ese, así, pasarte toda la lengua...
         Fue entonces cuando ella le gritó: “¡Eres un puerco! ¡Me caes mal!”, y en ese preciso momento descubrió al grupo de jóvenes que entraban en una casa de tabaco cercana, con varias botellas y una guitarra. Al momento los reconoció. Una guerrilla friqui, por supuesto: “No parecen ser del campamento” pensó, pero al ver a Berenice en el grupo suspiró aliviada y sin dudarlo mucho se mezcló entre los Hongos: “¿Por qué lucen tan raros?”, se dijo mientras observaba con aspecto crítico los ojos diluidos en alcohol o pastillas o algo peor, su forma de vestir y comportarse... hasta que reconoció la música: Los Provos. OverNigth. “No la tocan tan mal” ...

         Dime qué tránsito surca por mi rostro
         qué sonidos por mi cabeza metalizada 
         afuera están naciendo lobos
         nuevos lobos que vienen a estirar sus cuerpos 
         del lado de acá de las fronteras...

De pronto lo volvió a ver... El mulato estaba sonriendo, se había acercado y lo tenía casi encima. Fue entonces cuando uno de los friquis la tocó por el hombro: “Oye, ¿tú no cantas?”, le preguntó, y ella vio la salvación en un joven delgado y
       vestido de negro que la miraba sonriente. El mulato iba a seguir con sus pesadeces y a ella solo se le ocurrió fingir que era la pareja del joven. Entonces se arrodilló a su lado y lo besó en la boca: “Con tal de que el odioso ese se esfume” ... pensó mientras el friqui la abrazaba y entre sonrisas decidió que al fin y al cabo era mejor pegársele al grupo y a este muchacho, pues le inspiraban más confianza. “Esto me pasa por boba, me hubiera quedado durmiendo”, se dijo, y tras confirmar que el mulato se había ido se puso a cantar con todos, aliviada y alegre.

II

Elena cantaba bien. Le cogía el ritmo sin problemas. Yo aún me sentía un poco aturdido y confuso por aquel beso repentino. Era bastante bajita, su cabeza me llegaba por la barbilla, pero qué importaba en esos momentos. El Johnny, explayándose con su guitarra, centraba todos sus sentidos en el pantalón lleno de curvas de la famosa Berenice.

         Decir Sí a todo
         si Todo no pareciera tan abundante 
         hay ministros hay comida
         oh, estrechos genitales...

Ele debió creer que yo cantaba de una forma un poco rara. Por supuesto, tuvo que ser así, con toda la mezcla de cosas extrañas que había tomado durante el día, de puro milagro lograba mantenerme despierto. Y luego una botella de
Guayabita, para rematar. Ella creyendo que la iba a apretujar y mira, hasta le puse una mano en el muslo sin ir más allá, como si todo se tratara de una reunión de amigos a la antigua, respeto incluido. ¿En qué estaría pensando?
         Amor, color, dolor, pasado presente sola, los padres, debía regresar para el campamento, el peligro de que las cogieran fuera de los límites a una hora prohibida, quizás deseaba que la guitarra enmudeciera para irse de inmediato pero no iba a dejar a Berenice sola allí, la mañana siguiente era lunes y tenían que ir al campo por la madrugada a recoger hojas... pero ya el guitarrista estaba acariciando a Berenice, y por eso al minuto llegó la fuga: “Oye, perdona pero me voy”... y yo intentando retenerla: “¿Por qué?, ¿estás tan apurada que no puedes quedarte cinco minutos más?” “No, no, que es muy tarde y si nos cogen nos botan del campamento”.
         Lo sabía; por supuesto que previó mi intento por re- tenerla para después cuadrar con ella y todo lo demás. Seguramente en su concepto nosotros nada más estábamos esperando una oportunidad para...y yo de vuelta al ataque: “Pero si tu amiga está aquí, ¿la dejarás sola?” “Si ella lo desea pues que se quede, pero yo me voy”. Y yo que ya me estaba poniendo pesado: “¿Cómo se llama tu escuela?” “Raúl Gómez García” “¿La Raúl Gómez?”, yo pensé que esa escuela estaba en San Benito.... ¿y cómo te llamas?” “¿Para qué quieres saberlo? De todas formas, no nos vamos a ver más”. “¿Qué tú sabes?, a lo mejor decidimos quedarnos aquí una semana” “Mejor no lo hagan, al menos por mí no lo hagan. Me tengo que ir” “¿No quieres que te acompañe?” “No, no, gracias. No te molestes”.
         No me di cuenta en aquel momento que había dudado ante la última proposición. Debí parecerle por un instante un
poco desilusionado. Miré en derredor buscando a Máximo y luego sonreí. Ese es mi peor defecto. Nunca insisto demasiado con una muchacha, y menos con desconocidas.
         “Bueno, ¿qué le vamos a hacer?”, me rendí: “Hasta luego entonces” “Está bien”, me contestó con alivio antes de salir de la casa de tabaco en dirección al campamento. Sabía además que la estaba observando, pero seguramente resistió la tentación y no volvió la cabeza.
         Miré y de repente me sentí como si hubiera aterrizado en paracaídas. “Coño, primera cosa interesante que encuentro en dos años y la dejo irse así, sin aprovechar la oportunidad”. No tengo suerte, aunque seguro tiene novio o algo por el estilo. ¿Qué estaría haciendo aquí?... pensaba, ya que todo me traía un poco el recuerdo de una película en la que la artista le espanta un beso de buenas a primeras a un desconocido y después desaparece. Si no estuviera tan gastado lo habría usado para un cuento. ¿Y qué canción es esa? Ah, sí, una onda superviejísima, Deep Purple, Mujer de tipo extraño, una onda de los 70. Parece como si el Johnny la tocara a propósito. “¡Al carajo, ya encontraré a mi verdadera Stranged woman!” A lo mejor la vuelvo a ver y ni siquiera me acuerdo de ella. En realidad fueron unas circunstancias muy específicas, la canción, su gesto entre aturdida y temerosa, la blusa blanca, sencilla... ¿Cuándo coño acabará de llegar el Máximo?, quedó en traer dos jevas del otro campamento, por suerte queda alcohol, si me embarca lo mato, aunque en verdad no me lo perdono. Mierda, por fin encuentro en un salado lugar de estos una chiquita que vale la pena y la dejo escapar después de las primeras palabras. Se parece un poco a la artista esa, ¿cómo se llama? Bonita, rubia, inteligente, un poco flaquita
pero casi no se nota. Bajita, eso sí. Debía ser uno o dos años menor que yo. Catorce o quince. Realmente una sorpresa agradable encontrarla de pronto en medio de tanto hijo de puta. Tenía que haberla acompañado, ahora nunca más la veré. Ni siquiera me dijo su nombre.
         —¡Pablo!, ¡eh, Pablo!, ¡aquí! —le escuché gritar al Máximo.
         Hablaba del rey de Roma y helo ahí muy bien acompañado, aunque seguro se coge la mejor. Ahora me tocaría la trigueña y no es que esté mala, pero me esperaba otra cosa.
         Me meto entre los del grupo que están bailando con El programa de Ramón. Un radio de pilas con una canción de WASP... y empezaron a cabecear recordando los viejos tiempos. Esquivo los cuerpos frenéticos y es curioso observar al Duque acostado con Betty en una esquina de la casa de tabaco. Por fin llego a donde se encuentra el Máximo con las dos niñas. Exacto, me va a tocar la trigueña.
         —Mira, Pablo, te presento a este par de friquis...
         Sonrisa. Saludo. Intercambio de nombres. ¿En realidad importan? La mía se llama Marisol; milagro, con ese nombre otra se hubiera desteñido el pelo.
         —Bueno, ¿qué?, ¿bailamos Kansas?
         Y nos fundimos con la música. Los cuerpos están empapados de sudor y mis manos se aferran accidentalmente          al relieve femenino. Ella sin protestar, ¿costumbre? Ya adivino todo lo que sucederá a continuación: primero los tragos con el fondo de la botella lleno de hongos y polvo de pastillas en suspensión, luego los besos y las caricias superprofundas, no importa que estemos frente al grupo, más tarde un cuchicheo al oído y la búsqueda de un lugar perfecto en su soledad, el
alcohol y los sedantes nublando sentidos y los cuerpos regados por el suelo. Lo mismo de siempre cada vez que nos vamos de guerrilla a alguna escuela en el campo. Quizás como pequeña variación ellas accedan a intercambiarse. Todo este ritual invariable cada una o dos semanas, ¿realmente necesario?
























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