«Lincon La Voz», un viaje musical de Alberto Guerra Naranjo por la Cuba azucarera de los años Setenta
Por Pedro Luis Azcuy Flores

Decía Borges que un cuento es una novela depurada de ripios y razones sobran para coincidir con el maestro. Subtramas, rellenos y hasta esa licencia con que cuenta el autor para introducir información, a veces sin ser consecuente con el núcleo de la obra, atenta contra la síntesis de la pieza que aspira a esa redondez donde no sobre ni falte sustancia.
Este es el caso favorable de Lincon la voz, título del catálogo Azúcar, de Oligo ediciones, traducido al italiano por Davide Barille. Obra exquisita del autor Alberto Guerra Naranjo, donde, otra vez, alza la mano para reafirmarse como el mejor cuentista vivo del país, a criterio de muchos.
Autor de relatos, o, más justo llamarlos «pequeñas películas», tales como Corazón partido bajo otra circustancia, Los heraldos Negros, ganadores de premios de la revista La Gaceta de Cuba; El pianista del cine mudo, ganador del Premio Internacional de Cuentos José Nogales en 2018, entre otros, conforman su excelente palmarés. Autor, por demás, de las novelas Los conjurados y La soledad del tiempo, ambas cimentadas sobre un significativo número de relatos bien concatenados.
En Lincon la voz, el texto que nos ocupa, con ausencia de ripios y óptima distribución de la carga frontal, Guerra Naranjo nos propone esta vez comenzar la narración por el ocaso de los personajes, la vejez y el encuentro casual (causal) de dos vidas muy distintas que antes ya se habían cruzado en la Cuba azucarera de los años setenta. Cuqui Sierra, pianista y director de una orquesta de música popular, y Lincoln la voz; ambos, marcados por el éxito y el fracaso, donde Cuqui Sierra, desde su pose de viejo con carro y veinteañera presta a gastar el dinero que desde un cajero automático extrae su mano temblorosa, apenas repararía en el otro, en Lincoln la voz, casi mendigo, con su jabita de nylon de guayabas salvadoras, y que al instante se ve obligado a transportarse a lo profundo de los cañaverales cubanos de los años setenta, donde retumbaba la voz de un negro alto y flaco que petrificaba a todos con tanto vibrato, dejándolos como gorriones en un campo de caña.
«Nadie con potencia como la suya, maestro; qué Frank Sinatra, Aretha Franklin, ni Barry Manilow; Lincon la Voz, ¿me entendieron?»
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El cuento, viaje musical trazado de forma magistral en torno al protagonista, expone con sobrada naturalidad el variopinto panorama artístico de la época, convirtiéndose en todo un popurrit y tal vez una especie de manual de consulta para quienes no vivimos en la época.
«Fue leal para los enemigos y para los amigos traidor, era el filme soviético dirigido por Nikita Mijailov que anunciaba el Payret, la tarde en que Lincon bajó de un tren con papelito en mano, dispuesto a comerse La Habana con su voz»; cabe señalar la clase magistral que regala elegancia, línea a línea, en cuanto al tema de la estructura utilizada por el autor Guerra Naranjo en el relato, comenzando en el ocaso, in media red, logra una vez más detener el tiempo, poner pausa y dar play o rebobinar a placer para lograr algo fantástico desde una escena cotidiana de dos ancianos frente a un cajero automático, en una Cuba más cercana en el tiempo. No se desaprovecha espacio alguno para, con mano certera, transportarnos con lujos de detalles a esa Habana de los setenta, con otro esplendor en sus calles «con más Fiat, Volgas y Moscovich que Cadillac y Chevrolet».
El uso certero de los planos temporales, nos lleva entre canción y canción, a través del éxito y el fracaso de Lincon la voz, difuminando esa línea de pasado y presente para el disfrute continuo y sin costuras.
La exacta posición de los leitmotiv ayudan a ubicarse en tiempo y espacio al lector menos avezado, para asegurarlo todo, reubica siempre a tiempo desde el sentir profundo de los personajes en esta «vida azarosa, impredecible, repleta de alturas y de abismos para tipos como Lincon la voz, destinados a jabitas de nylon con guayabas»; y a cargar sobre sus hombros la culpa, la pérdida, la intolerancia.
Apoyado en dilemas universales como la migración hacia la capital, la envidia, la trampa entre colegas de profesión, o asuntos tan ubicuos como el arribismo en el arte, el individuo con poder valiéndose del entramado político para resolver rencillas personales y la crudeza con que se materializan los destinos, nos sitúa frente a un discurso desprovisto de heroísmos, como la vida misma, donde a veces el éxito no va precisamente a manos de la sinceridad y el talento sino de las actitudes fraudulentas, de la argucia. De esa serie de condiciones y causas que regresan a dos hombres a mirarse fijo a los ojos, treinta años después.
Se podría decir más, mucho más de este cuento, o mejor atreverse a proponer un género llamado novela extra corta, mininovela, curada de ripios, como bien apuntó Borges, pero, en última instancia, la palabra ha de tenerla el lector, esta vez para beneplácito de los italianos, que tendrán a mano esta joyita arqueológica para consulta de un tiempo cubano casi olvidado.

Pedro Luis Azcuy Florez
Narrador, poeta. Ha obtenido numerosos premios. Sus obras se han publicado en revistas y antologías nacionales e internacionales. Es miembro del Café Naranjo.
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