épicas del sur

Luna del amor inolvidable. Giraldo Arce.

Luna del amor inolvidable de Giraldo Aice. Quinta entrega.

Café Naranjo publica en esta ocasión la Novela Luna del amor inolvidable de Giraldo Aice. Quinta entrega.

Capitulo 5

(Él)

La jinetera me pidió que no le diera clases a ninguna otra muchacha, que ella me iba a dar dinero cada vez que me hiciera falta. Eso, porque esta ciudad no tiene polo turístico y no hay tanta oferta como en otras. También me quería comprar los libros, porque estaba segura de que yo debía tener un par de libros de sexualidad que nadie más conocía. No quería creer que yo no sabía absolutamente nada sobre el tema cuando ella vino a preguntarme.

Tampoco me creyó eso de que no tenía la menor intención de andar enseñando putas por ahí. Al primero que enroló fue a un joyero, bastante entrado en años, y enseguida vino con cuatrocientos pesos. Después, a cada rato me daba veinte dólares, a veces más. De tarde en tarde me insinuaba que estaba loca por pasar una noche conmigo, pero yo me hacía el bobo. Nunca le acepté las invitaciones para Santa Lucía, que era su coto de caza.

En realidad, creí que con esa técnica lograría que un tipo con plata se prendara de ella, la pusiera a vivir bien y terminaran casados. Pero ella no es de esas que putean por necesidad; le gustaba el dominio que había alcanzado sobre los hombres. Lo disfrutaba.

Te lo digo por la forma de reír cuando me contaba como tenía a fulano o a mengano, el dinero que le mandaba el español zutano, los regalos que le hacían. Y también por la manera en la que se reía de otras putas, más bonitas y con cuerpos mejor formados que el de ella, a las que les costaba un mundo levantar puntos y luego no sabían mantenerlos.
— Nada de eso; cuando yo llegaba con plata a la casa, ella, se preocupaba y me decía:
— Ten cuidado, mijo; ve a ver en lo que te metes.

Nunca la acostumbré a decirle en lo que andaba. Ni a ella, ni a ninguna otra mujer —no por machismo, sino porque esa es mi forma de ser—. Estoy acostumbrado a que nadie entienda las cosas que hago. Fíjate si eso es así, que mucha gente, de mi familia incluso, no entendía que yo no tuviera un buen trabajo, a pesar de lo mucho que había estudiado.

(El padre de él)

Desde niño fue un lector empedernido. Cuando mi primera esposa, la madre de mis hijos, falleció, él no hacía otra cosa que leer y leer. Venía de la escuela y se pegaba a los libros. Mientras los demás muchachos andaban jugando, él estaba leyendo. A veces jugaba un rato a la pelota y no era malo en eso; pero no se entusiasmaba. Creo que no tuvo novia hasta los diecisiete.

(Él)

Como a los seis años tuve mi primera noviecita. A los nueve tuve otra y a los diez la tercera. Cosas de niño. Amores platónicos. A los quince desfloré a una muchacha y estaba con otra que no era virgen al conocerla. Con ambas me comporté como un idiota. También fui un faino con una pintita y luego seguí en las nubes con mi primer amor, M., de la que ya te hablé. A los dieciocho tuve aquella experiencia con la adúltera, que fue la que me hizo hombre.

Bueno. Ahora hay una moda de hablar de la sexualidad y todo eso, pero no encuentro el libro que le enseñe a los jóvenes a tener un sexo satisfactorio. Eso podría salvar un montón de relaciones, sobre todo las que languidecen por la insatisfacción de uno o de la pareja. Aquí mismo tienes un caso.

La trigueñita de ojos verdes que pasó en la bici, con la mini y los zapatos brillantes, se pasó como tres años de pareja con una tortillera. Entonces, en una fiesta, borracha, tuvo tremenda discusión con la otra y salió disparada de aquel sitio. Un amigo mío la vio llorando en un banco del parquecito de la Martí y se la llevó para su casa. Tuvieron una orgía y se pasaron como una semana haciendo el amor, entonces la otra tipa da con ella y se arma tremendo rollo.

Mi panga la bota, pero ella no regresa con la fulana. Y lo anda buscando a él por todas partes. Un día nos ve juntos y viene a rogarme para que interceda por ella. El socio nos había dado la espalda, y ella y yo nos sentamos en el banco del parque donde se habían conocido.

Se había casado con un energúmeno egoísta y artillado con una verga descomunal. Era su primera experiencia sexual. Ella era de acción retardada —como una buena cantidad de mujeres— y parece que el tipo siempre había estado con mujeres explosivas, de esas que con solo tocarlas ya están dispuestas y completamente húmedas.
En la luna de miel el susodicho le da cuatro besos, un par de chupones en el cuello y le mama uno o dos minutos las tetas; luego la penetra violentamente, sin darse cuenta de que estaba seca. La desgarra por dentro y ella soporta el terrible dolor porque eso era lo que le habían dicho: que la primera vez dolía.

Pero los próximos encuentros fueron iguales. Aguantó todo lo que pudo. Hasta que se da cuenta de los temblores que le advienen nada más de pensar que tenía que pasar otra vez por lo mismo. Y decidió abandonarlo. El tipo le dice que lo que pasa es que ella no es mujer. Y se lo cree.

Después de algunos meses de soledad conoce a la homosexual que usted sabe. Y con ella tiene sus primeros orgasmos. Me dijo que probablemente se hubiera pasado toda la vida en eso si no llega a pasar lo que pasó con mi amigo. Se había ido con él por despecho. Incluso llega a pensar que sintió tanto esa noche por estar anestesiada por el licor.

Por simple curiosidad sigue con él al día siguiente. Y se sintió aliviada y feliz al darse cuenta de que, pese a estar completamente sobria, había disfrutado tanto o más que la noche anterior.

(El socito)

Yo era medio gil con las nenas. El hombre tenía tremenda fama de ser un hueso. El huero, el rey de la hendija, el chamaco de enfrente y el gordo del fondo se habían encargado de regarle la bola. Hasta se sabían cuál era el mejor hueco para mirarlos, pero yo no tenía coraje para eso. Fui acercándome al hombre, haciéndole preguntas bobas, hasta que me echó las cartas.
Nunca se me olvida que un día me dijo:
— El peor error que puede cometer un hombre es metérsela a una mujer que no esté lista para recibirlo.

Y uno sabe que una nena esta loca porque se la entierren cuando está encharcada. Después que me dice eso, siempre me fijo en esos detalles. Es la regla número uno. Que esté encharcada, encharcada. Y de paso te digo la número dos: que te lo pida. Que te diga que la tienes loca. Que te ruegue. Entre más te demores en zumbársela, mejor. Más riquitas se ponen. A mí, la verdad es que me mata verlas chinitas, pujando, hasta soltando su llantico y todo.
Esa mecánica la usé con ésta —que todo el mundo sabe que estuvo huera y se pasó un tiempo con una torta, pero el hombre vino y me explicó cómo se hacen las maracas.

Se lo cuento porque eso es público; pero es pasado. El que me le ande insinuando algo le rompo la vida. Hubo un tiempo que yo no podía hablar de esto, pero ya hasta hacemos chistes y todo —entre nosotros, claro, y con el socito. Pero hasta ahí.
No sé si me entiende.

(La mujer del socio)

Con ese hombre usted puede hablar de cualquier cosa. A él le encanta mencionar a Terencio, un filósofo griego que decía que nada humano le era ajeno. Pero nunca le pregunté nada de sexo. Ni falta que me hizo. Desde que empecé con mi marido, todo funciona de lo mejor. Es una bestia en eso; nunca he tenido dolores, ni molestias, ni nada.

(Ella)


Yo no sabía nada de la fama esa, ni de que le venían a preguntar. Ahora es que me entero de lo de la putica que él le dio clases. Nadie me preguntó. Ahora que me lo dice, recuerdo que un día en el puente el negro de la esquina me dijo que lo tenía loco. Le dije una barbaridad y dejé de tratarlo. Pero me olvidé de eso enseguida.
La verdad es que yo nada más pensaba en él y en el trabajo. Y en aquellos momentos me sentía feliz, por lo menos en lo que a nosotros respecta, aunque no salíamos a ningún lado, no íbamos a fiestas y la casa nos estaba cayendo encima. A veces me preocupaba un poco, por la seguidilla de mi abuela y mis tías, que me decían que le exigiera que se pusiera a trabajar o a hacer negocios, a robar o lo que fuera para arreglar el rancho. Pero esos eran momentos. Bastaba con que me dijera:

—Un día doy un estacazo, escribo un libro que va a estremecer a la gente, va a cambiar al mundo, y entonces viviremos como Dios manda; no te apures.
No entiendo nada de libros, pero le creo. Le estuve creyendo ciegamente, hasta que las cosas se pusieron peores y ya no pude resistir tanta tensión. Tenía las ideas enmarañadas. Mi familia echándome en cara de que yo, tan joven y tan bonita —
no sé de qué bonitura hablan— le aguantara barracudas a un hombre que casi podía ser mi padre… porque todo se jode desde que él empieza a visitar a la Química.

(Él)

Todo lo que necesitan los pueblos es un poco de esperanza. Y por entonces me parecía estar a punto de descubrir una fórmula distinta, una variante óptima, una nueva filosofía; veía la gente a mi alrededor como apagada, sin ánimos para soñar con una vida mejor. Sin soñar con alcanzar un poquito de felicidad.
Bueno; soñar no cuesta nada. Y en esos sueños veo a mi país convertido en una gran escuela, con mucho turismo interna cional, y un pueblo feliz, satisfecho —ganando sus profesionales, empleados y obreros, sin excluir a los trabajadores de la tierra, lo suficiente para disfrutar la vida y encima ayudar a otros para que cada día vivan un poco mejor —mientras a mí y a otros locos nos pagan por seguir pensando en cómo hacer este planeta cada día más habitable…

(La Química)

Los locos y los genios se confunden. Esas personas siempre andan volando tan alto que el hombre corriente no los puede entender. El hecho de que haya locos geniales dificulta todavía más la tarea de discernir entre unos y otros. Puede ser que él en última instancia sea solo un soñador. O puede que sea simplemente uno de esos locos geniales cuyas ideas están condenadas al fracaso de antemano.
Lo conocí por casualidad. Estaba deprimido, mirando las fotos de unos niños africanos masacrados por el hambre. Eso me conmovió. Me hizo sentir cómplice de ese crimen, en cierto sentido, y al ofrecerle mi ayuda, más que tenerlo a mi lado, que no me disgusta, estaba pensando en hacer algo, cualquier cosa, para hacer de este mundo un hábitat más humano. A pesar de su pobre indumentaria, tenía unas ideas que aún me parecen originales. Nunca lo he mirado como a un macho apetecible. De hecho, nunca he mirado a ningún hombre con lascivia.

Ni a mujer alguna tampoco. Pero me fue gustando la idea de ser su pareja. Y en esto hay algo de vanidad, lo acepto: si triunfa, será inmortal. Y el futuro me recordará por haber sido la que le facilitó las cosas. Le di un cuarto de la casa, el ordenador, los materiales de oficina, todo lo que le hiciera falta para hacer su obra. Es una obra de toda una vida y el premio puede llegar, incluso, cuando él ya no esté y yo también haya desaparecido. Pero por lo menos para los incrédulos como yo ese es el único camino hacia la inmortalidad. Y esa es la ambición de todo ser pensante: ser inmortal, ¿no es cierto?

— Si. El mundo está lleno de chismosos. Desde que empezó a visitarme, comenzaron a rondar como moscas. No soy ese tipo de persona sociable y enseguida me di cuenta en lo que andaban. Me imaginé que era su pareja quien enviaba a esa gente — no solo mujeres; hombres también— y aunque nunca les dije que estaba con él, todo el tiempo les daba respuestas ambiguas, para fastidiar. Esas debilidades humanas me enferman; lamento saber, ahora, que ella estaba ajena a todas aquellas maquinaciones, a la perfidia de su familia. Pero ya es tarde para arrepentirse. Qué le vamos a hacer.

(Una amiga de la tía mayor)

La Química es una perra fascista, un chacal. No es amiga de nadie. A usted le puede hacer cuentos, pero yo la conozco desde que me gradué. Sentimientos humanitarios, ja; ella ni da ni dice donde hay. Hicimos las prácticas bajo sus órdenes.

Pregúntele a cualquiera si alguna vez nos dijo un tantito así de cómo había que hacer las cosas. Una sale de la Universidad con muchas ideas, pero al chocar con la realidad sufre un impacto. Faltan reactivos, los equipos están obsoletos, las muestras son insuficientes. Y hay que inventar. Esos camaleones saben cómo hacerlo —y ella era una camajana de las buenas, pero no soltaba prenda… no le daba la luz a nadie. —
Todo tiene que ver con todo. Le digo eso para que sepa que es un hueso duro de roer; yo vi como él entraba y salía de la casa de esa bárbara y se lo conté a mi amiga —porque sabía que él estaba con la sobrina—. Entonces mi amiga me pide que le averigüe hasta donde llega esa relación. Pero la Química siguió como siempre, haciéndose la sueca.

— Sí. Un día llego, él está, y ella de lo más atenta, diciéndole querido esto y querido lo otro. Y eso fue lo que le conté a ella, a mi amiga, sin ponerle ni quitarle nada —aclarando, de paso, la clase de fiera que es esa mujer. Una perra, una fascista.

(Una vecina de la Química)

Una persona decente. Tiene su carácter. No le pide nada a nadie. No hace visitas. No entra en chisme; pero tiene su carácter. Nunca le había conocido ningún hombre. Todo el tiempo sola. Aquí viene a hacer sus llamadas telefónicas. La paga religiosamente. Y me ayuda cuando se lo pido. Una pizca de sal, una latica de arroz, lo que sea. Pero yo se lo devuelvo en cuanto llega la cuota.

Hay gente que pide y luego se olvida. La que se olvide con ella, se jode. No les reclama nada, pero cuando vuelven por la picada les dice redondamente que no, y eso a mucha gente no le gusta. Se quejan porque ella tiene dinero —creo que lo heredó—, pero eso es de ella y si te presta una peseta para ir al trabajo lo menos que puedes hacer es devolvérsela.

No sé. De lo que pasa detrás de su puerta tienes que preguntarle a ella, a él, o a Dios. A veces lo veo en el portal o en el patio, pensativo. Siempre me da la impresión de que está pensando. Y cuando se mudó con ella definitivamente, estuvo como un año enfermo. Se le notaba que estaba enfermo de algo grave. Por la mirada, digo. Como de alguien que está sufriendo mucho.

(Ella)

Lo de la Química no me preocupó demasiado al principio. Él me dijo que iba a su casa a trabajar y le creí; seguía igual conmigo en el amor y yo estaba segura de que era imposible que estuviera con alguien, y luego viniera como una fiera, sobre todo las noches que yo no tenía trabajo al día siguiente.

Los días de descanso se los pasaba generalmente en la casa. Mi tía mayor era la de la lucha. Pero el primer golpe fue el de la balsa.

Si no le habló de la balsa es porque se ha olvidado de eso. Sus amigotes siempre le estaban diciendo que en cualquier parte del mundo él viviría como un rey, con todo lo que sabía y todo lo que había estudiado. Entonces vino lo del 94 y los tipos vinieron corriendo a buscarlo. Yo no estaba en la casa y nadie me supo decir lo que estaba pasando. Como a los tres o cuatro días me enteré que estaba en la costa y sentí como si me fuera a morir por dentro.


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